Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

17Nov/080

ESTADO, MERCADO Y CRISIS

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Mario Rapoport*

           

            La inquietante situación de la economía y la política mundiales nos lleva a revisar la historia del capitalismo e identificar los problemas y rasgos esenciales propios del mundo actual, en donde las continuas crisis han borrado el optimismo “globalista” de comienzos de los años ’90.

             Retrocediendo en el tiempo, a fines del siglo XIX las ideas dominantes del liberalismo representaban las tendencias a la internacionalización en todos los planos como resultado exclusivo y determinante de la expansión de los mercados. Esta visión unilateral provenía de la necesidad del capitalismo triunfante y de sus sectores dirigentes, sobre todo en la etapa del monopolio industrial de Gran Bretaña, de abrir el mundo a los productos de sus industrias altamente competitivas.

Pero, en realidad, como lo expuso Karl Polanyi, los mercados nacionales, que sirvieron de base a la expansión capitalista a nivel mundial, no fueron el resultado de la expansión automática y espontánea de los mercados locales, ni tampoco del comercio exterior a gran distancia propio de los mercaderes medievales, sino del impulso de los Estados-nación. Esto ocurrió desde las monarquías absolutas hasta el Zollverein alemán y el Japón Meiji, pasando por la revolución inglesa del siglo XVII, la francesa del XVIII, y el proceso de formación de Estados Unidos basado en el proteccionismo; y vuelve a ocurrir actualmente como lo muestra el caso chino. En el propio Adam Smith el libre cambio es resultado y función de la constitución de un mercado interno, que exige la iniciativa estatal a fin de abolir las leyes que impiden su formación.

También esa iniciativa puede obrar en un sentido inverso, como lo muestra el ejemplo del New Deal en los años 30 y la intervención actual del Estado norteamericano en el salvataje de entidades financieras, aunque el Estado actúe de un forma claramente diferenciada en sus propósitos (en un caso con fines sociales de revigorizar la demanda efectiva y en el otro para cubrir a los sectores más pudientes de la debacle). Se demuestra que en situaciones de crisis extrema los mercados no pueden sobrevivir por si solos.

La interacción Estado-mercado ha sido así el eje determinante en el proceso, también mutuamente articulado, entre la evolución de las naciones y el sistema económico internacional. La expansión del capitalismo, aun en sus períodos de mayor liberalización comercial y económica, como desde mediados del siglo XIX hasta la primera guerra mundial, bajo el signo del patrón oro, estuvo enmarcada por la acción permanente de los Estados (colonialismo, proteccionismo de potencias emergentes).

La crisis de 1929, con los cambios en las políticas económicas que supuso el paradigma keynesiano, sólo tornó visible la vinculación orgánica y estructural entre los Estados y los mercados que la ideología liberal predominante y las reglas formales del comercio internacional no habían alcanzado a opacar. Y la inexistencia actual de organizaciones estatales supranacionales -efectivamente soberanas- se revela como un signo de la perduración de los espacios nacionales, que siguen siendo un fenómeno característico de la evolución económica y política mundial.

A la vez, cada etapa del desarrollo capitalista ha tenido elementos cualitativamente distintos, decisivos en la estructuración de los estados nacionales y de  la economía y el sistema internacional y en la primera década el siglo XXI debemos señalar los siguientes rasgos que no son excluyentes de muchos otros:

-la diferente dimensión que han adquirido los conceptos de tiempo y espacio, que estuvieron inseparablemente unidos en las culturas premodernas y que hoy se caracterizan por la instantaneidad de la información y la intensificación explosiva de los flujos económicos y culturales en todo el globo como resultado de innovaciones tecnológicas de vastos alcances.

-la existencia de un orden económico y político mundial cada vez más multipolar, con un peso creciente de los procesos de integración regional y la aparición de economías emergentes que ponen en cuestión la hegemonía norteamericana del siglo anterior.

-la nueva articulación entre la economía y la política, en donde la primera está tomando primacía sobre la segunda apoyada por el desprestigio de las fuerzas políticas y de las instituciones públicas, lo que exige cambios profundos en los sistemas de representatividad y en la transparencia de las actividades estatales.

-la separación cada vez mayor de la esfera financiera con respecto a los movimientos comerciales y a las estructuras de producción, generando una creciente volatilidad económica y crisis periódicas a nivel mundial o regional y la necesidad de una nueva arquitectura del sistema financiero internacional.

-la transnacionalización y concentración del capital y de los procesos productivos, la delocalización de empresas y cambios significativos en las modalidades y condiciones de trabajo.

-la aceptación predominante en los círculos de poder mundiales de una concepción neoliberal de la economía que ha sido erosionada por  crisis recurrentes, por el fracaso de los organismos financieros internacionales y por la aparición de sectores y gobiernos que proponen soluciones económicas alternativas.

-la percepción del mundo como un espacio ecológico único (una nave espacial) en donde la destrucción de alguna de sus partes afecta a la humanidad en su conjunto y donde  existe una mayor conciencia sobre la escasez de los recursos críticos.

-la tendencia a la marginación y discriminación de vastos sectores de la población mundial, con un corte entre “incluidos” y “excluidos” y una polarización de la riqueza y de la pobreza, que no se produce solamente entre regiones o naciones sino en el interior de cada una de ellas, incluso en el mundo más desarrollado.

-la vigencia de movimientos separatistas regionales en el seno de varios países, debido al resurgimiento de cuestiones étnicas, culturales o religiosas de distinto tipo, y/o a factores económicos y políticos, que han dado o intentan dar lugar a escisiones o fragmentaciones injustificadas, como ocurre actualmente en Bolivia en la que intervienen intereses internos y externos.

-el recrudecimiento de intervenciones armadas, guerras, actos terroristas o conflictos regionales y nacionales, aunque con medios más sofisticados y violentos que en otras épocas; la permanente violación en distintas partes del globo de los derechos humanos; y la extensión de una criminalidad internacional basada en la drogadicción, la trata de personas y otros hechos ilícitos.

-la persistencia de los Estados-naciones como actores esenciales del orden mundial y de los ordenes internos, así como su vinculación permanente con los mercados nacionales  e internacionales.

El llamado “fin de la historia” no ha ocurrido y el hombre debe atravesar aún un dificultoso camino para mejorar sus condiciones de vida, democratizar las instituciones políticas y lograr una verdadera convivencia pacífica entre estados y pueblos.

 


* Economista e historiador. Investigador Superior del Conicet.

17Nov/080

El fin de una era del capitalismo financiero. La crisis del siglo

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Ignacio Ramonet

Le Monde Diplomatique

 

 

Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado.

El desplome de Wall Street es comparable, en la esfera financiera, a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un giro copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía : «Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo.» Se termina el período abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: «El Estado no es la solución, es el problema.» Durante treinta años, los fundamentalistas del mercado repitieron que éste siempre tenía razón, que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaron.

La «edad de oro» de Wall Street se acabó. Y también una etapa de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión, «amos del universo» denunciados por Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades (1987). Poseídos por una lógica de rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda de beneficios exorbitantes.

Dispuestos a todo para sacar ganancias: ventas en corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos opacos, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del provecho fácil se contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron, alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de los precios.

La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca «burbuja» reventó. El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200 mil millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Las cinco mayores entidades se desmoronaron: Lehman Brothers en bancarrota; Bear Stearns comprado, con la ayuda de la Reserva Federal (Fed), por Morgan Chase; Merril Lynch adquirido por Bank of America; y los dos últimos, Goldman Sachs y Morgan Stanley (en parte comprado por el japonés Mitsubishi UFJ), reconvertidos en simples bancos comerciales.

Toda la cadena de funcionamiento del aparato financiero ha colapsado. No sólo la banca de inversión, sino los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos (Standard&Poors, Moody’s, Fitch) y hasta las auditorías contables (Deloitte, Ernst&Young, PwC).

El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las «hipotecas basura» era sabido de todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto ha sido denunciado –en estas columnas – desde hace tiempo. Sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo.

La administración del Presidente George W. Bush ha tenido que renegar de ese principio y recurrir, masivamente, a la intervención del Estado. Las principales entidades de crédito inmobiliario, Fannie Mae y Freddy Mac, han sido nacionalizadas. También lo ha sido el American International Group (AIG), la mayor compañia de seguros del mundo. Y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson (expresidente de la banca Goldman Sachs…) ha propuesto un plan de rescate de las acciones «tóxicas» procedentes de las «hipotecas basura» (subprime) por un valor de unos 500 mil millones de euros, que también adelantará el Estado, o sea los contribuyentes.

Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado –las mayores, en volumen, de la historia económica- demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además, se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, con empobrecerlos aún más.

Las autoridades norteamericanas acuden al rescate de los «banksters» («banquero gangster») a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía una cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un costo de 4 mil millones de euros. Lo consideró un gasto inutil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Socialismo para los ricos, y capitalismo salvaje para los pobres.

Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas. Las cuales no tienen «plan B» para sacar provecho del descalabro. En particular las de Europa, agarrotadas por el choque de la crisis. Cuando sería tiempo de refundación y de audacia.

¿Cuanto durará la crisis? «Veinte años si tenemos suerte, o menos de diez si las autoridades actúan con mano firme.» vaticina el editorialista neoliberal Martin Wolf (1). Si existiese una lógica política, este contexto debería favorecer la elección del demócrata Barack Obama (si no es asesinado) a la presidencia de Estados Unidos el 4 de noviembre próximo. Es probable que, como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven Presidente lance un nuevo «New Deal» basado en un neokeynesianismo que confirmará el retorno del Estado en la esfera económica. Y aportará por fin mayor justicia social a los ciudadanos. Se irá hacia un nuevo Bretton Woods. La etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal habrá terminado.

Nota 1) Financial Times, Londres, 23 de septiembre de 2008