Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

6Feb/100

Programa radial: Nosotros del siglo XXI

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Todos los sábdos a las 21 horas por radio Belgrano (AM 840) se trasmite el programa "Nosotros del siglo XXI" presentado por Enrique Vazquez, compañero de Carta Abierta, donde se realizan reportajes a distintas personalidades del quehacer político y académico, se dan informaciones culturales de la zona de Boedo y de política general;  matizado todo con una selección de música argentina y latinoamericana.

Hoy sábado 6 de febrero, Enrique Vazquez realizará un reportaje al economista Alejandro Roffman.

4Feb/100

Los pecados de Haití

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Eduardo Galeano
15 ENERO 2010

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto

Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.
Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:
-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica

A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:
-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.
Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.
En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado… de artistas.
En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.

La humillación imperdonable

En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.
La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad

Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia , dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.
Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.

2Feb/100

Ideas y realidad ¿Cómo salir del dilema del péndulo?

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*POR NORBERTO CROVETTO Y CLAUDIO CASPARRINO

02-02-10 / 

A fines del 2008, la reina Isabel II de Inglaterra hizo, en la Escuela de Economía de Londres, la siguiente pregunta, de la cual pocos economistas –ciertamente muy pocos en nuestro medio– se hicieron eco: “¿Por qué ningún economista previó [forecast] la crisis?”. En un artículo publicado en el último número de Finanzas y Desarrollo –la revista de divulgación del FMI–, William White dice al respecto: “Quizás la razón más importante fue que, en el ir hacia la crisis, muchos estaban haciendo grandes sumas de dinero”. El huevo de la serpiente.
Eso nos hace recordar una frase que solía repetir don Marcelo Diamand: “La Argentina tiene un divorcio entre las ideas y la realidad”. Y esto era y parece seguir siendo muy válido para el sector empresarial. En aquel entonces, en tiempos del reinado del ministro Martínez de Hoz, solía comentar con cierta perplejidad el hecho de que la mayoría de los empresarios apoyaba la política económica de la dictadura mientras sus empresas se deterioraban aceleradamente. Y agregaba que la falta de viabilidad se debía a la inadecuación de los modelos intelectuales predominantes a la realidad (el péndulo).

CONTRADICCIONES.
 En el último informe de SEL Consultores (de E. Kritz) se presentan los resultados de una encuesta que lleva por título “Clima de negocios: ¿qué esperan las empresas para 2010?”. En sus resultados se observa esta contradicción entre ideas y realidad. Cuando se les pregunta a los empresarios por sus ventas durante el 2009, en pleno año de crisis internacional, la mayoría afirma que éstas crecieron a una tasa equivalente o superior al 10 por ciento. Sobre la situación de su empresa responden que, a medida que transcurrió el 2009, la situación fue mejorando de “mala” y “regular” a “buena” y “muy buena”. Sus perspectivas para el 2010, continúa el informe, son buenas tanto para la macroeconomía como para la empresa en particular, con un poco menos de optimismo para esta última.
Lo sorprendente es que cuando se pregunta por las inversiones que proyectan realizar la respuesta es negativa, haciendo gala de muy pocos animal spirits, como diría Keynes. Las causas esgrimidas: nivel de inflación y presiones salariales (parece haber una notable sospecha de que la inflación es causada por los sindicatos), ¡caída de la demanda! y, obviamente, los clásicos inseguridad jurídica por intervención estatal y clima político incierto.
La tercera observación que se puede realizar se refiere al contenido de esa escasa inversión. La mayoría prevé invertir en aumentos de la productividad laboral y en estiramientos de la capacidad instalada. De inversión nueva para atender una demanda cuyo piso será mayor que el del 2009 y que probablemente sea bastante mejor, ni hablar. De incrementos sustanciales en el empleo, tampoco.
Para resumir: a las empresas les está yendo de bien a muy bien pero como el modelo conceptual tradicional dice que todo debe ir mal, se ejercita una curiosa inversión de términos, sosteniéndose así que ese modelo teórico conservador “es” realidad y la realidad, modelo. Como en aquel viejo chiste en el que la viuda le reprocha al médico la muerte de su marido y éste le replica “Señora, de acuerdo con los modelos de medicina su marido no debería haber muerto”, cuando acababa de enterrarlo.
Estas extrañas y movilizantes evidencias no hacen más que ratificar la endeblez de los supuestos de racionalidad que la teoría neoclásica adjudica a los “agentes”, sugiriendo en cambio la necesidad de considerar que la generación de expectativas que conducen las decisiones privadas de inversión están más ligadas al ámbito de la política y la cultura que a las evidencias del mercado. O quizás, nos lleve a poner en cuestión la idea de racionalidad empresarial efectivamente presente en los agentes como un activo social disponible para un proyecto de desarrollo relativamente autocentrado.
De estas circunstancias se desprenden algunas paradojas que obligan a redefinir la presencia del Estado en la economía y los esfuerzos del conjunto social para sostener la actividad y el empleo, y nos reclaman un debate abierto sobre las condiciones sociales y políticas necesarias para el desarrollo.
Aunque la participación del Estado en la economía aparece en la citada encuesta como uno de los elementos que motivan la disminución de las decisiones de inversión, resulta evidente el rol fundamental cumplido por el gasto público y las políticas anticíclicas en el sostenimiento e incremento de la actividad mientras el mercado internacional se desbarrancaba por efecto de la crisis. Afortunadamente, el Gobierno ha ratificado que la política económica seguirá sosteniendo la demanda como forma de elevar el nivel de empleo en tanto condición de una alianza política básica. No obstante, estos esfuerzos públicos y colectivos fundamentales se enfrentan a un efecto perverso que surge de este desencuentro entre condiciones objetivas favorables y concepciones empresariales restrictivas. Dado que no hay decisión de invertir, ante la mayor demanda propiciada por las políticas anticíclicas podrían renovarse las presiones inflacionarias y también las salariales. A punto tal que es posible que nadie sepa quién empezó primero y por tanto se culpe a los trabajadores de los crecientes niveles inflacionarios.
En segundo lugar, la incertidumbre e inseguridad jurídica (que se proclama ante controles de precios, intentos de frenar la espiral salario-precio y otras medidas básicas y soberanas), en tanto profecías autocumplidas, tendrán sus efectos incrementando el resguardo del excedente en el exterior, es decir, fuga de capitales.
Con estos supuestos, el superávit de la balanza comercial sería comprado para transferir los beneficios al exterior y por lo tanto ese ahorro, lejos de aumentar la capacidad de producción mediante un proceso de inversión, aumenta los activos de un reducido sector de la población en el exterior. Por consiguiente, el nivel de inversión privada se resiente y, con ello, nuevamente como profecía autocumplida, se reduce el nivel de actividad y obliga al Estado a compensar vía inversión pública. 

INGRESOS.
 Esta dinámica perversa tiene su límite en el efecto sobre los ingresos fiscales. Si baja la inversión, baja el nivel de actividad y con ello la recaudación. Si se mantienen los niveles de gasto, sobre todo de inversión pública, necesarios para compensar la desaceleración, se incrementarían las necesidades de financiamiento del sector público.
En síntesis, este previsible ciclo terminaría en una reducción del nivel de actividad, de mayores exportaciones y menores importaciones, un fuerte ajuste del sector público e incrementos de la desocupación. Si por caso se reducen los precios internacionales entonces también habrá crisis del sector externo y la película será nuevamente el péndulo de Diamand.
Si los esfuerzos sociales, cristalizados en las políticas públicas proactivas, no encuentran en el sector privado decisiones de inversión verdaderamente “racionales” y consistentes con el desempeño de variables económicas fundamentales, nos encontraremos ante la paradoja de ver incrementados los desequilibrios estructurales sociales y económicos clásicos de la Argentina.
En un reciente reportaje, el viceministro de Economía Roberto Feletti afirmaba que la verdadera causa de la resistencia, encabezada por Martín Redrado, al uso de las reservas en la creación del Fondo del Bicentenario, residía en la intención de diversos sectores económicos de contar con esos recursos para poder fugar capitales, en lugar de ser utilizados para apuntalar el crecimiento y el equilibrio externo. Ello puede explicar que el ahora ex presidente del BCRA Martín Redrado se haya negado a incrementar las restricciones cambiarias ante la ingente fuga de capitales de los últimos años y que hoy, actoralmente, se presente como el custodio de las “reservas de todos los argentinos”.
Como respondió el señor William White a la reina Isabel II de Inglaterra, hay quienes en un contexto de incertidumbre hacen grandes sumas de dinero y, agreguemos, cosechan el voto de los disconformes. La economía política de nuestro tiempo deberá dilucidar estas cuestiones.
Ante la amenaza de la lógica de la fuga y el usufructo indebido de los esfuerzos públicos, está pendiente un debate abierto sobre las obligaciones de un sector empresarial muchas veces remiso a ser sujeto central del desarrollo económico argentino.

*Norberto Crovetto
Economista, profesor de teoría del crecimiento FCE UBA 
*Claudio Casparrino
Economista del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE)

1Feb/100

Las reservas: mitos y realidades

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*Aldo Ferrer

28/01/2010

El de­ba­te ac­tual so­bre el Fon­do del Bi­cen­te­na­rio acon­se­ja acla­rar qué son y pa­ra qué sir­ven las re­ser­vas de oro y di­vi­sas acu­mu­la­das en el Ban­co Cen­tral.

Las re­ser­vas pue­den ori­gi­nar­se en el su­pe­rá­vit del co­mer­cio in­ter­na­cio­nal de bie­nes y ser­vi­cios y/o en la en­tra­da ne­ta de ca­pi­ta­les ex­tran­je­ros. En el pri­mer ca­so, las re­ser­vas son ge­nui­nas, for­man par­te del aho­rro na­cio­nal co­mo ex­pre­sión de un ex­ce­so de pro­duc­ción de bie­nes y ser­vi­cios so­bre el gas­to de con­su­mo e in­ver­sión. Cons­ti­tu­yen un ac­ti­vo lí­qui­do de la eco­no­mía na­cio­nal.

En el se­gun­do ca­so, la “ca­li­dad” de las re­ser­vas de­pen­de de la na­tu­ra­le­za de los ca­pi­ta­les ex­ter­nos que las ori­gi­nan, cu­yos ti­pos prin­ci­pa­les son tres: in­ver­sio­nes pri­va­das di­rec­tas, prés­ta­mos de lar­go pla­zo y fon­dos es­pe­cu­la­ti­vos. Las in­ver­sio­nes pri­va­das di­rec­tas, es de­cir, com­pra por re­si­den­tes del ex­te­rior de ac­ti­vos en el país, ge­ne­ran, a fu­tu­ro, una even­tual de­sin­ver­sión y/o trans­fe­ren­cias de uti­li­da­des y amor­ti­za­cio­nes a los paí­ses de ori­gen. Si, co­mo sue­le su­ce­der, ta­les in­ver­sio­nes se des­ti­nan a pro­du­cir prin­ci­pal­men­te pa­ra el mer­ca­do in­ter­no, ge­ne­ran un dé­fi­cit co­rrien­te en sus ope­ra­cio­nes en di­vi­sas (im­por­ta­ción de in­su­mos y equi­pos,   trans­fe­ren­cias de uti­li­da­des; en con­jun­to, ma­yo­res que las ex­por­ta­cio­nes).

En tal ca­so,  su apor­te ini­cial pue­de con­ver­tir­se lue­go en una fuen­te de de­se­qui­li­brio en los pa­gos in­ter­na­cio­na­les y pér­di­da de re­ser­vas. En el ca­so de los prés­ta­mos de lar­go pla­zo, su in­ci­den­cia fi­nal en los pa­gos in­ter­na­cio­na­les y las re­ser­vas de­pen­de de que su apli­ca­ción con­tri­bu­ya po­si­ti­va­men­te, o no, al au­men­to de la pro­duc­ción y a la com­pe­ti­ti­vi­dad in­ter­na­cio­nal de la eco­no­mía ar­gen­ti­na. Por úl­ti­mo, si los ca­pi­ta­les ex­ter­nos son pa­ra es­pe­cu­lar con las ta­sas de in­te­rés, el ti­po de cam­bio y las co­ti­za­cio­nes bur­sá­ti­les, las re­ser­vas que ge­ne­ran son siem­pre fic­ti­cias  por­que tie­nen, co­mo con­tra­par­ti­da, deu­da ex­ter­na de cor­to pla­zo. 

Es­te úl­ti­mo es siem­pre  un es­ce­na­rio  vul­ne­ra­ble, su­je­to a la de­ci­sión de los ope­ra­do­res fi­nan­cie­ros, lo cual so­me­te la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca a las ex­pec­ta­ti­vas de los mer­ca­dos. Es  la si­tua­ción  ideal pa­ra lo que tiem­po atrás se de­no­mi­na­ba la “pa­tria fi­nan­cie­ra”.  Va­le de­cir, un es­ta­do sin ca­pa­ci­dad de­ci­so­ria, en el cual la eco­no­mía es­tá su­je­ta al li­bre jue­go de la ofer­ta y la de­man­da, o sea, a los in­te­re­ses, in­ter­nos y ex­ter­nos, do­mi­nan­tes. Es­ta si­tua­ción es in­com­pa­ti­ble con el de­sa­rro­llo eco­nó­mi­co y la equi­dad y, tam­bién, con la se­gu­ri­dad ju­rí­di­ca por­que los de­se­qui­li­brios ma­croe­co­nó­mi­cos, in­he­ren­tes al sis­te­ma, com­pro­me­ten la in­tan­gi­bi­li­dad de los con­tra­tos. Fue, en efec­to, lo que an­ti­ci­pó el Plan Fé­nix en el 2001, an­tes de la de­ba­cle, so­bre el in­cum­pli­mien­to in­mi­nen­te de to­dos los con­tra­tos, prés­ta­mos y de­pó­si­tos,  de­no­mi­na­dos en dó­la­res.  

 La for­ma­ción de re­ser­vas fic­ti­cias no es el re­sul­ta­do de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca si­no, sim­ple­men­te, el re­sul­ta­do de las re­glas del jue­go es­ta­ble­ci­das. Só­lo las re­ser­vas ge­nui­nas obe­de­cen a de­ci­sio­nes de la con­duc­ción eco­nó­mi­ca da­do el es­ce­na­rio, in­ter­no y ex­ter­no, den­tro del cual se de­sen­vuel­ve la eco­no­mía na­cio­nal. En tal ca­so, ¿cuá­les son los mo­ti­vos pa­ra acu­mu­lar re­ser­vas?  Prin­ci­pal­men­te dos. Por una par­te, ge­ne­rar con­fian­za  y for­ta­le­cer la ges­tión de  la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca, dán­do­le re­cur­sos y tiem­po pa­ra re­sis­tir los im­pac­tos de acon­te­ci­mien­tos in­ter­nos y ex­ter­nos ne­ga­ti­vos co­mo, por ejem­plo, una cri­sis de la eco­no­mía mun­dial o una se­quía, y el fra­ca­so de una co­se­cha.

Por la otra, de­ter­mi­nar el ti­po de cam­bio pa­ra ubi­car­lo en el ni­vel  ne­ce­sa­rio pa­ra los ob­je­ti­vos de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca. A ta­les fi­nes, las ope­ra­cio­nes del Ban­co Cen­tral en el mer­ca­do de cam­bios ad­mi­nis­tran los sal­dos re­sul­tan­tes del ba­lan­ce de pa­gos en las cuen­tas co­rrien­te y de ca­pi­tal pa­ra man­te­ner la pa­ri­dad del pe­so ne­ce­sa­ria pa­ra per­mi­tir la ren­ta­bi­li­dad de to­da la pro­duc­ción su­je­ta a la com­pe­ten­cia in­ter­na­cio­nal. En no­tas an­te­rio­res, a es­ta pa­ri­dad la de­no­mi­na­mos “ti­po de cam­bio de equi­li­brio de­sa­rro­llis­ta” (TCED). Si­mul­tá­nea­men­te, las po­lí­ti­cas mo­ne­ta­ria y fis­cal re­gu­lan los efec­tos de es­tas ope­ra­cio­nes so­bre la li­qui­dez y su in­ci­den­cia so­bre la ta­sa de in­te­rés, la de­man­da agre­ga­da y el ni­vel de pre­cios.

Cuan­do las re­ser­vas son fic­ti­cias el Go­bier­no no tie­ne nin­gu­na ca­pa­ci­dad de  dis­po­ner de ellas.  En la rea­li­dad, per­te­ne­cen al mer­ca­do y no al país. Cual­quier de­ci­sión mal vis­ta por el mer­ca­do pro­vo­ca una sa­li­da ma­si­va de fon­dos y el co­lap­so del sis­te­ma. Aun cuan­do el go­bier­no ope­ra  con los cri­te­rios de­sea­dos por el mer­ca­do, la acu­mu­la­ción de de­se­qui­li­brios au­men­ta el ries­go país, pro­vo­ca la fu­ga de ca­pi­ta­les y la pér­di­da de re­ser­vas.  La “ayu­da in­ter­na­cio­nal”, por ejem­plo, a tra­vés del FMI,  pue­de pro­lon­gar la ago­nía has­ta el fi­nal ine­xo­ra­ble. Fue así, en efec­to, co­mo se de­rrum­bo la con­ver­ti­bi­li­dad cul­mi­nan­do en el de­fault y el ma­yor de­sor­den re­gis­tra­do en la his­to­ria de la eco­no­mía ar­gen­ti­na.

Cuan­do las re­ser­vas son ge­nui­nas, ¿a quién per­te­ne­cen?  Al país. Den­tro de las nor­mas ad­mi­nis­tra­ti­vas y le­ga­les es­ta­ble­ci­das, las ad­mi­nis­tra el Po­der Eje­cu­ti­vo a tra­vés de la au­to­ri­dad mo­ne­ta­ria, es de­cir, el Ban­co Cen­tral. ¿Cuál es el uso po­si­ble y de­sea­ble de las  re­ser­vas? Co­mo en el em­pleo de cual­quier otro re­cur­so, la res­pues­ta de­pen­de del cál­cu­lo de cos­tos y be­ne­fi­cios, en otros tér­mi­nos, lo que sea más be­ne­fi­cio­so pa­ra el in­te­rés ge­ne­ral.

En tal sen­ti­do, uno de los usos po­si­bles es can­ce­lar deu­da,  co­mo lo pro­po­ne el Fon­do del Bi­cen­te­na­rio,  ocu­rrió con el pa­go to­tal de la deu­da pen­dien­te con el FMI y se pro­pu­so pa­ra pa­gar la pen­dien­te con el Club de Pa­ris. Otro uso po­si­ble es la com­pra de ac­ti­vos, co­mo al­gu­na vez tras­cen­dió que era in­ten­ción del go­bier­no pa­ra re­cu­pe­rar la ma­yo­ría ac­cio­na­ria de YPF. Otro más sos­te­ner un ma­yor ni­vel de gas­to pú­bli­co co­mo, en la ac­tua­li­dad, al­gu­nos sec­to­res de la opo­si­ción ale­gan que es el ob­je­ti­vo real del Fon­do del Bi­cen­te­na­rio. Cua­les­quie­ra de es­tos u otros usos, de­ben rea­li­zar­se te­nien­do en cuen­ta que nin­gu­no per­tur­be  los dos ob­je­ti­vos fun­da­men­ta­les de la  for­ma­ción de re­ser­vas ge­nui­nas, va­le de­cir, for­ta­le­cer la ca­pa­ci­dad de ges­tión de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca y ad­mi­nis­trar el ti­po de cam­bio.

¿Cuál es el ni­vel óp­ti­mo de las re­ser­vas ge­nui­nas? Aquel que es su­fi­cien­te pa­ra cum­plir esos dos ob­je­ti­vos. Cuan­do ex­ce­de  ese ni­vel sig­ni­fi­ca que la eco­no­mía tie­ne una in­su­fi­cien­te ca­pa­ci­dad de ab­sor­ción de los re­cur­sos que ge­ne­ra. Es de­cir, que cuen­ta con una ta­sa de aho­rro su­pe­rior a la ta­sa de in­ver­sión de­ter­mi­na­da por la de­man­da in­ter­na. Es el ca­so de Chi­na, en don­de  la in­su­fi­cien­cia de de­man­da in­ter­na pa­ra in­ver­tir la to­ta­li­dad de su aho­rro,  fue com­pen­sa­da con el ex­ce­den­te co­mer­cial con el res­to del mun­do, prin­ci­pal­men­te los Es­ta­dos Uni­dos, ge­ne­ran­do un ex­traor­di­na­rio au­men­to de sus re­ser­vas in­ter­na­cio­na­les.

En­tre los pa­ses de­sa­rro­lla­dos, Ale­ma­nia  es otro ca­so de bre­cha en­tre las ta­sas de aho­rro e in­ver­sión pa­ra el mer­ca­do in­ter­no. Fren­te a la ac­tual cri­sis mun­dial,  la res­pues­ta de es­tos paí­ses su­pe­ra­vi­ta­rios, no­to­ria­men­te Chi­na, es au­men­tar su ca­pa­ci­dad de ab­sor­ción ex­pan­dien­do el gas­to in­ter­no de con­su­mo e in­ver­sión. En nues­tro país, con tan­tas ne­ce­si­da­des so­cia­les in­sa­tis­fe­chas y opor­tu­ni­da­des de in­ver­sión pro­duc­ti­va, con­ta­mos con su­fi­cien­te ca­pa­ci­dad de ab­sor­ción pa­ra in­ver­tir pro­duc­ti­va­men­te la re­la­ti­va­men­te ele­va­da ta­sa de aho­rro na­cio­nal, cer­ca­na al 30% del PBI. Só­lo se jus­ti­fi­ca, por lo tan­to, crear re­ser­vas ge­nui­nas “ne­ce­sa­rias” a los fi­nes de la com­pe­ti­ti­vi­dad de la eco­no­mía y el for­ta­le­ci­mien­to de la li­ber­tad de ma­nio­bra de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca. El ex­ce­den­te de­be­ría apli­car­se a los fi­nes del de­sa­rro­llo eco­nó­mi­co y so­cial.

Al­can­zar el ni­vel de re­ser­vas ge­nui­nas ne­ce­sa­rias es, en con­se­cuen­cia, un ob­je­ti­vo cen­tral de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca. No exis­te un ni­vel pre­ci­so de las mis­mas, aun­que pue­de su­po­ner­se que el exis­ten­te en la ac­tua­li­dad (al­re­de­dor de  u$s50.000 mi­llo­nes), pa­re­ce ade­cua­do da­dos el PBI, el co­mer­cio in­ter­na­cio­nal y otras va­ria­bles re­le­van­tes de la eco­no­mía ar­gen­ti­na.

Exis­te, sin em­bar­go, un ele­men­to de in­de­ter­mi­na­ción re­la­ti­vo al ti­po de cam­bio de equi­li­brio de­sa­rro­llis­ta (TCED), ne­ce­sa­rio, co­mo he­mos vis­to, pa­ra dar­le com­pe­ti­ti­vi­dad a la to­ta­li­dad de la pro­duc­ción na­cio­nal su­je­ta a la com­pe­ten­cia in­ter­na­cio­nal. Da­dos  los de­se­qui­li­brios de nues­tra es­truc­tu­ra pro­duc­ti­va, es­to plan­tea el pro­ble­ma de los TCED di­fe­ren­cia­les por sec­tor y las re­ten­cio­nes co­mo la di­fe­ren­cia en­tre el más al­to y el más ba­jo.

No es és­te, sin em­bar­go,  el te­ma de es­ta no­ta si­no des­ta­car que, en el mar­co de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca tra­za­da por el Po­der Eje­cu­ti­vo, el Ban­co Cen­tral de­be ad­mi­nis­trar su in­ter­ven­ción en el mer­ca­do de cam­bios y su mar­co re­gu­la­to­rio, con­si­de­ran­do to­das las va­ria­bles en jue­go (pre­cios in­ter­nos e in­ter­na­cio­na­les, mo­vi­mien­tos de ca­pi­ta­les, pa­ri­da­des de otras mo­ne­das,  etc).  De es­te mo­do, pue­de su­ce­der que, en un mo­men­to de ex­ce­so de ofer­ta de di­vi­sas, las re­ser­vas in­ter­na­cio­na­les ge­nui­nas ex­ce­dan tran­si­to­ria­men­te las ne­ce­sa­rias.

¿Cuál es el lí­mi­te pa­ra el uso de las re­ser­vas ge­nui­nas ne­ce­sa­rias?  En el de­ba­te ac­tual  so­bre la cues­tión se em­plea una con­ven­ción he­re­da­da del ré­gi­men de ca­ja de con­ver­sión de la con­ver­ti­bi­li­dad. En el mis­mo,  la cir­cu­la­ción de bi­lle­tes y mo­ne­das, lla­ma­da ba­se  mo­ne­ta­ria, tie­ne co­mo con­tra­par­ti­da re­ser­vas de di­vi­sas y oro en el Ban­co Cen­tral.

Se tra­ta de una con­ven­ción vá­li­da pa­ra aquel ré­gi­men pe­ro no ne­ce­sa­ria­men­te ba­jo otro, co­mo el ac­tual, pe­si­fi­ca­do,  en el cual, la ofer­ta de di­ne­ro, el ti­po de cam­bio y la ta­sa de in­te­rés, den­tro de los lí­mi­tes im­pues­tos por la rea­li­dad, es­tán po­lí­ti­ca­men­te de­ter­mi­na­dos. En es­ta si­tua­ción, es­te con­cep­to de “re­ser­vas ex­ce­den­tes”, es de­cir, aque­llas que es­tán por en­ci­ma del “en­ca­je” de la ba­se mo­ne­ta­ria, es una sim­ple con­ven­ción. Co­mo otras, por ejem­plo, aque­lla se­gún la cual una eco­no­mía es­tá “téc­ni­ca­men­te”  en re­ce­sión  si re­gis­tra dos tri­mes­tres su­ce­si­vos de caí­da del PBI. En la rea­li­dad, aun­que se ve­ri­fi­que tal si­tua­ción, la eco­no­mía pue­de no es­tar en un sen­de­ro re­ce­si­vo por­que se es­tán re­cu­pe­ran­do uno o más com­po­nen­tes de la de­man­da agre­ga­da.

Lo mis­mo su­ce­de con las “re­ser­vas ex­ce­den­tes”. Pue­den exis­tir y, sin em­bar­go, si sur­ge un per­sis­ten­te dé­fi­cit en el ba­lan­ce de pa­gos en cuen­ta co­rrien­te o una cri­sis de con­fian­za y una sos­te­ni­da  fu­ga de ca­pi­ta­les, ta­les re­ser­vas son una apa­rien­cia efí­me­ra no una rea­li­dad du­ra­de­ra de for­ta­le­za. En sen­ti­do con­tra­rio, las re­ser­vas pue­den ser in­fe­rio­res a la ba­se mo­ne­ta­ria y, sin em­bar­go, exis­tir una si­tua­ción só­li­da por­que la eco­no­mía ope­ra con un ro­bus­to su­pe­rá­vit en su co­mer­cio in­ter­na­cio­nal de bie­nes y ser­vi­cios. En otros tér­mi­nos, las po­lí­ti­cas ade­cua­das pa­ra ad­mi­nis­trar las exis­ten­cias de re­ser­vas, di­ne­ro y deu­da, só­lo pue­den rea­li­zar­se en el mar­co de los flu­jos co­rrien­tes de pro­duc­ción y de­man­da agre­ga­da.     

En re­su­men, las re­ser­vas ge­nui­nas ne­ce­sa­rias son  siem­pre un ins­tru­men­to fun­da­men­tal de la po­lí­ti­ca eco­nó­mi­ca y, even­tual­men­te,  un re­cur­so cir­cuns­tan­cial pa­ra la eje­cu­ción de la mis­ma. En cuan­to a lo pri­me­ro, por su de­ci­si­vo pa­pel en la de­ter­mi­na­ción de la li­ber­tad de ma­nio­bra de la con­duc­ción de la eco­no­mía y la pa­ri­dad ade­cua­da pa­ra la com­pe­ti­ti­vi­dad de la pro­duc­ción su­je­ta a la com­pe­ten­cia in­ter­na­cio­nal. En cuan­to a lo se­gun­do, por­que pue­den aten­der ne­ce­si­da­des pun­tua­les pe­ro nun­ca ser un re­cur­so dis­po­ni­ble de lar­go pla­zo fue­ra del con­tex­to de só­li­dos equi­li­brios ma­croe­co­nó­mi­cos. 

* Di­rec­tor Edi­to­rial de Bue­nos Ai­res Eco­nó­mi­co

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