Programa radial: Nosotros del siglo XXI
Todos los sábdos a las 21 horas por radio Belgrano (AM 840) se trasmite el programa "Nosotros del siglo XXI" presentado por Enrique Vazquez, compañero de Carta Abierta, donde se realizan reportajes a distintas personalidades del quehacer político y académico, se dan informaciones culturales de la zona de Boedo y de política general; matizado todo con una selección de música argentina y latinoamericana.
Hoy sábado 6 de febrero, Enrique Vazquez realizará un reportaje al economista Alejandro Roffman.
Los pecados de Haití
Eduardo Galeano
15 ENERO 2010
La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.
El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.
Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:
-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.
La coartada demográfica
A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:
-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.
Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.
En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado… de artistas.
En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.
La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.
La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.
La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.
El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia , dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.
Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.
Ideas y realidad ¿Cómo salir del dilema del péndulo?
*POR NORBERTO CROVETTO Y CLAUDIO CASPARRINO
02-02-10 /
A fines del 2008, la reina Isabel II de Inglaterra hizo, en la Escuela de Economía de Londres, la siguiente pregunta, de la cual pocos economistas –ciertamente muy pocos en nuestro medio– se hicieron eco: “¿Por qué ningún economista previó [forecast] la crisis?”. En un artículo publicado en el último número de Finanzas y Desarrollo –la revista de divulgación del FMI–, William White dice al respecto: “Quizás la razón más importante fue que, en el ir hacia la crisis, muchos estaban haciendo grandes sumas de dinero”. El huevo de la serpiente.
Eso nos hace recordar una frase que solía repetir don Marcelo Diamand: “La Argentina tiene un divorcio entre las ideas y la realidad”. Y esto era y parece seguir siendo muy válido para el sector empresarial. En aquel entonces, en tiempos del reinado del ministro Martínez de Hoz, solía comentar con cierta perplejidad el hecho de que la mayoría de los empresarios apoyaba la política económica de la dictadura mientras sus empresas se deterioraban aceleradamente. Y agregaba que la falta de viabilidad se debía a la inadecuación de los modelos intelectuales predominantes a la realidad (el péndulo).
CONTRADICCIONES. En el último informe de SEL Consultores (de E. Kritz) se presentan los resultados de una encuesta que lleva por título “Clima de negocios: ¿qué esperan las empresas para 2010?”. En sus resultados se observa esta contradicción entre ideas y realidad. Cuando se les pregunta a los empresarios por sus ventas durante el 2009, en pleno año de crisis internacional, la mayoría afirma que éstas crecieron a una tasa equivalente o superior al 10 por ciento. Sobre la situación de su empresa responden que, a medida que transcurrió el 2009, la situación fue mejorando de “mala” y “regular” a “buena” y “muy buena”. Sus perspectivas para el 2010, continúa el informe, son buenas tanto para la macroeconomía como para la empresa en particular, con un poco menos de optimismo para esta última.
Lo sorprendente es que cuando se pregunta por las inversiones que proyectan realizar la respuesta es negativa, haciendo gala de muy pocos animal spirits, como diría Keynes. Las causas esgrimidas: nivel de inflación y presiones salariales (parece haber una notable sospecha de que la inflación es causada por los sindicatos), ¡caída de la demanda! y, obviamente, los clásicos inseguridad jurídica por intervención estatal y clima político incierto.
La tercera observación que se puede realizar se refiere al contenido de esa escasa inversión. La mayoría prevé invertir en aumentos de la productividad laboral y en estiramientos de la capacidad instalada. De inversión nueva para atender una demanda cuyo piso será mayor que el del 2009 y que probablemente sea bastante mejor, ni hablar. De incrementos sustanciales en el empleo, tampoco.
Para resumir: a las empresas les está yendo de bien a muy bien pero como el modelo conceptual tradicional dice que todo debe ir mal, se ejercita una curiosa inversión de términos, sosteniéndose así que ese modelo teórico conservador “es” realidad y la realidad, modelo. Como en aquel viejo chiste en el que la viuda le reprocha al médico la muerte de su marido y éste le replica “Señora, de acuerdo con los modelos de medicina su marido no debería haber muerto”, cuando acababa de enterrarlo.
Estas extrañas y movilizantes evidencias no hacen más que ratificar la endeblez de los supuestos de racionalidad que la teoría neoclásica adjudica a los “agentes”, sugiriendo en cambio la necesidad de considerar que la generación de expectativas que conducen las decisiones privadas de inversión están más ligadas al ámbito de la política y la cultura que a las evidencias del mercado. O quizás, nos lleve a poner en cuestión la idea de racionalidad empresarial efectivamente presente en los agentes como un activo social disponible para un proyecto de desarrollo relativamente autocentrado.
De estas circunstancias se desprenden algunas paradojas que obligan a redefinir la presencia del Estado en la economía y los esfuerzos del conjunto social para sostener la actividad y el empleo, y nos reclaman un debate abierto sobre las condiciones sociales y políticas necesarias para el desarrollo.
Aunque la participación del Estado en la economía aparece en la citada encuesta como uno de los elementos que motivan la disminución de las decisiones de inversión, resulta evidente el rol fundamental cumplido por el gasto público y las políticas anticíclicas en el sostenimiento e incremento de la actividad mientras el mercado internacional se desbarrancaba por efecto de la crisis. Afortunadamente, el Gobierno ha ratificado que la política económica seguirá sosteniendo la demanda como forma de elevar el nivel de empleo en tanto condición de una alianza política básica. No obstante, estos esfuerzos públicos y colectivos fundamentales se enfrentan a un efecto perverso que surge de este desencuentro entre condiciones objetivas favorables y concepciones empresariales restrictivas. Dado que no hay decisión de invertir, ante la mayor demanda propiciada por las políticas anticíclicas podrían renovarse las presiones inflacionarias y también las salariales. A punto tal que es posible que nadie sepa quién empezó primero y por tanto se culpe a los trabajadores de los crecientes niveles inflacionarios.
En segundo lugar, la incertidumbre e inseguridad jurídica (que se proclama ante controles de precios, intentos de frenar la espiral salario-precio y otras medidas básicas y soberanas), en tanto profecías autocumplidas, tendrán sus efectos incrementando el resguardo del excedente en el exterior, es decir, fuga de capitales.
Con estos supuestos, el superávit de la balanza comercial sería comprado para transferir los beneficios al exterior y por lo tanto ese ahorro, lejos de aumentar la capacidad de producción mediante un proceso de inversión, aumenta los activos de un reducido sector de la población en el exterior. Por consiguiente, el nivel de inversión privada se resiente y, con ello, nuevamente como profecía autocumplida, se reduce el nivel de actividad y obliga al Estado a compensar vía inversión pública.
INGRESOS. Esta dinámica perversa tiene su límite en el efecto sobre los ingresos fiscales. Si baja la inversión, baja el nivel de actividad y con ello la recaudación. Si se mantienen los niveles de gasto, sobre todo de inversión pública, necesarios para compensar la desaceleración, se incrementarían las necesidades de financiamiento del sector público.
En síntesis, este previsible ciclo terminaría en una reducción del nivel de actividad, de mayores exportaciones y menores importaciones, un fuerte ajuste del sector público e incrementos de la desocupación. Si por caso se reducen los precios internacionales entonces también habrá crisis del sector externo y la película será nuevamente el péndulo de Diamand.
Si los esfuerzos sociales, cristalizados en las políticas públicas proactivas, no encuentran en el sector privado decisiones de inversión verdaderamente “racionales” y consistentes con el desempeño de variables económicas fundamentales, nos encontraremos ante la paradoja de ver incrementados los desequilibrios estructurales sociales y económicos clásicos de la Argentina.
En un reciente reportaje, el viceministro de Economía Roberto Feletti afirmaba que la verdadera causa de la resistencia, encabezada por Martín Redrado, al uso de las reservas en la creación del Fondo del Bicentenario, residía en la intención de diversos sectores económicos de contar con esos recursos para poder fugar capitales, en lugar de ser utilizados para apuntalar el crecimiento y el equilibrio externo. Ello puede explicar que el ahora ex presidente del BCRA Martín Redrado se haya negado a incrementar las restricciones cambiarias ante la ingente fuga de capitales de los últimos años y que hoy, actoralmente, se presente como el custodio de las “reservas de todos los argentinos”.
Como respondió el señor William White a la reina Isabel II de Inglaterra, hay quienes en un contexto de incertidumbre hacen grandes sumas de dinero y, agreguemos, cosechan el voto de los disconformes. La economía política de nuestro tiempo deberá dilucidar estas cuestiones.
Ante la amenaza de la lógica de la fuga y el usufructo indebido de los esfuerzos públicos, está pendiente un debate abierto sobre las obligaciones de un sector empresarial muchas veces remiso a ser sujeto central del desarrollo económico argentino.
*Norberto Crovetto
Economista, profesor de teoría del crecimiento FCE UBA
*Claudio Casparrino
Economista del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE)
Las reservas: mitos y realidades
*Aldo Ferrer
28/01/2010
El debate actual sobre el Fondo del Bicentenario aconseja aclarar qué son y para qué sirven las reservas de oro y divisas acumuladas en el Banco Central.
Las reservas pueden originarse en el superávit del comercio internacional de bienes y servicios y/o en la entrada neta de capitales extranjeros. En el primer caso, las reservas son genuinas, forman parte del ahorro nacional como expresión de un exceso de producción de bienes y servicios sobre el gasto de consumo e inversión. Constituyen un activo líquido de la economía nacional.
En el segundo caso, la “calidad” de las reservas depende de la naturaleza de los capitales externos que las originan, cuyos tipos principales son tres: inversiones privadas directas, préstamos de largo plazo y fondos especulativos. Las inversiones privadas directas, es decir, compra por residentes del exterior de activos en el país, generan, a futuro, una eventual desinversión y/o transferencias de utilidades y amortizaciones a los países de origen. Si, como suele suceder, tales inversiones se destinan a producir principalmente para el mercado interno, generan un déficit corriente en sus operaciones en divisas (importación de insumos y equipos, transferencias de utilidades; en conjunto, mayores que las exportaciones).
En tal caso, su aporte inicial puede convertirse luego en una fuente de desequilibrio en los pagos internacionales y pérdida de reservas. En el caso de los préstamos de largo plazo, su incidencia final en los pagos internacionales y las reservas depende de que su aplicación contribuya positivamente, o no, al aumento de la producción y a la competitividad internacional de la economía argentina. Por último, si los capitales externos son para especular con las tasas de interés, el tipo de cambio y las cotizaciones bursátiles, las reservas que generan son siempre ficticias porque tienen, como contrapartida, deuda externa de corto plazo.
Este último es siempre un escenario vulnerable, sujeto a la decisión de los operadores financieros, lo cual somete la política económica a las expectativas de los mercados. Es la situación ideal para lo que tiempo atrás se denominaba la “patria financiera”. Vale decir, un estado sin capacidad decisoria, en el cual la economía está sujeta al libre juego de la oferta y la demanda, o sea, a los intereses, internos y externos, dominantes. Esta situación es incompatible con el desarrollo económico y la equidad y, también, con la seguridad jurídica porque los desequilibrios macroeconómicos, inherentes al sistema, comprometen la intangibilidad de los contratos. Fue, en efecto, lo que anticipó el Plan Fénix en el 2001, antes de la debacle, sobre el incumplimiento inminente de todos los contratos, préstamos y depósitos, denominados en dólares.
La formación de reservas ficticias no es el resultado de la política económica sino, simplemente, el resultado de las reglas del juego establecidas. Sólo las reservas genuinas obedecen a decisiones de la conducción económica dado el escenario, interno y externo, dentro del cual se desenvuelve la economía nacional. En tal caso, ¿cuáles son los motivos para acumular reservas? Principalmente dos. Por una parte, generar confianza y fortalecer la gestión de la política económica, dándole recursos y tiempo para resistir los impactos de acontecimientos internos y externos negativos como, por ejemplo, una crisis de la economía mundial o una sequía, y el fracaso de una cosecha.
Por la otra, determinar el tipo de cambio para ubicarlo en el nivel necesario para los objetivos de la política económica. A tales fines, las operaciones del Banco Central en el mercado de cambios administran los saldos resultantes del balance de pagos en las cuentas corriente y de capital para mantener la paridad del peso necesaria para permitir la rentabilidad de toda la producción sujeta a la competencia internacional. En notas anteriores, a esta paridad la denominamos “tipo de cambio de equilibrio desarrollista” (TCED). Simultáneamente, las políticas monetaria y fiscal regulan los efectos de estas operaciones sobre la liquidez y su incidencia sobre la tasa de interés, la demanda agregada y el nivel de precios.
Cuando las reservas son ficticias el Gobierno no tiene ninguna capacidad de disponer de ellas. En la realidad, pertenecen al mercado y no al país. Cualquier decisión mal vista por el mercado provoca una salida masiva de fondos y el colapso del sistema. Aun cuando el gobierno opera con los criterios deseados por el mercado, la acumulación de desequilibrios aumenta el riesgo país, provoca la fuga de capitales y la pérdida de reservas. La “ayuda internacional”, por ejemplo, a través del FMI, puede prolongar la agonía hasta el final inexorable. Fue así, en efecto, como se derrumbo la convertibilidad culminando en el default y el mayor desorden registrado en la historia de la economía argentina.
Cuando las reservas son genuinas, ¿a quién pertenecen? Al país. Dentro de las normas administrativas y legales establecidas, las administra el Poder Ejecutivo a través de la autoridad monetaria, es decir, el Banco Central. ¿Cuál es el uso posible y deseable de las reservas? Como en el empleo de cualquier otro recurso, la respuesta depende del cálculo de costos y beneficios, en otros términos, lo que sea más beneficioso para el interés general.
En tal sentido, uno de los usos posibles es cancelar deuda, como lo propone el Fondo del Bicentenario, ocurrió con el pago total de la deuda pendiente con el FMI y se propuso para pagar la pendiente con el Club de Paris. Otro uso posible es la compra de activos, como alguna vez trascendió que era intención del gobierno para recuperar la mayoría accionaria de YPF. Otro más sostener un mayor nivel de gasto público como, en la actualidad, algunos sectores de la oposición alegan que es el objetivo real del Fondo del Bicentenario. Cualesquiera de estos u otros usos, deben realizarse teniendo en cuenta que ninguno perturbe los dos objetivos fundamentales de la formación de reservas genuinas, vale decir, fortalecer la capacidad de gestión de la política económica y administrar el tipo de cambio.
¿Cuál es el nivel óptimo de las reservas genuinas? Aquel que es suficiente para cumplir esos dos objetivos. Cuando excede ese nivel significa que la economía tiene una insuficiente capacidad de absorción de los recursos que genera. Es decir, que cuenta con una tasa de ahorro superior a la tasa de inversión determinada por la demanda interna. Es el caso de China, en donde la insuficiencia de demanda interna para invertir la totalidad de su ahorro, fue compensada con el excedente comercial con el resto del mundo, principalmente los Estados Unidos, generando un extraordinario aumento de sus reservas internacionales.
Entre los pases desarrollados, Alemania es otro caso de brecha entre las tasas de ahorro e inversión para el mercado interno. Frente a la actual crisis mundial, la respuesta de estos países superavitarios, notoriamente China, es aumentar su capacidad de absorción expandiendo el gasto interno de consumo e inversión. En nuestro país, con tantas necesidades sociales insatisfechas y oportunidades de inversión productiva, contamos con suficiente capacidad de absorción para invertir productivamente la relativamente elevada tasa de ahorro nacional, cercana al 30% del PBI. Sólo se justifica, por lo tanto, crear reservas genuinas “necesarias” a los fines de la competitividad de la economía y el fortalecimiento de la libertad de maniobra de la política económica. El excedente debería aplicarse a los fines del desarrollo económico y social.
Alcanzar el nivel de reservas genuinas necesarias es, en consecuencia, un objetivo central de la política económica. No existe un nivel preciso de las mismas, aunque puede suponerse que el existente en la actualidad (alrededor de u$s50.000 millones), parece adecuado dados el PBI, el comercio internacional y otras variables relevantes de la economía argentina.
Existe, sin embargo, un elemento de indeterminación relativo al tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED), necesario, como hemos visto, para darle competitividad a la totalidad de la producción nacional sujeta a la competencia internacional. Dados los desequilibrios de nuestra estructura productiva, esto plantea el problema de los TCED diferenciales por sector y las retenciones como la diferencia entre el más alto y el más bajo.
No es éste, sin embargo, el tema de esta nota sino destacar que, en el marco de la política económica trazada por el Poder Ejecutivo, el Banco Central debe administrar su intervención en el mercado de cambios y su marco regulatorio, considerando todas las variables en juego (precios internos e internacionales, movimientos de capitales, paridades de otras monedas, etc). De este modo, puede suceder que, en un momento de exceso de oferta de divisas, las reservas internacionales genuinas excedan transitoriamente las necesarias.
¿Cuál es el límite para el uso de las reservas genuinas necesarias? En el debate actual sobre la cuestión se emplea una convención heredada del régimen de caja de conversión de la convertibilidad. En el mismo, la circulación de billetes y monedas, llamada base monetaria, tiene como contrapartida reservas de divisas y oro en el Banco Central.
Se trata de una convención válida para aquel régimen pero no necesariamente bajo otro, como el actual, pesificado, en el cual, la oferta de dinero, el tipo de cambio y la tasa de interés, dentro de los límites impuestos por la realidad, están políticamente determinados. En esta situación, este concepto de “reservas excedentes”, es decir, aquellas que están por encima del “encaje” de la base monetaria, es una simple convención. Como otras, por ejemplo, aquella según la cual una economía está “técnicamente” en recesión si registra dos trimestres sucesivos de caída del PBI. En la realidad, aunque se verifique tal situación, la economía puede no estar en un sendero recesivo porque se están recuperando uno o más componentes de la demanda agregada.
Lo mismo sucede con las “reservas excedentes”. Pueden existir y, sin embargo, si surge un persistente déficit en el balance de pagos en cuenta corriente o una crisis de confianza y una sostenida fuga de capitales, tales reservas son una apariencia efímera no una realidad duradera de fortaleza. En sentido contrario, las reservas pueden ser inferiores a la base monetaria y, sin embargo, existir una situación sólida porque la economía opera con un robusto superávit en su comercio internacional de bienes y servicios. En otros términos, las políticas adecuadas para administrar las existencias de reservas, dinero y deuda, sólo pueden realizarse en el marco de los flujos corrientes de producción y demanda agregada.
En resumen, las reservas genuinas necesarias son siempre un instrumento fundamental de la política económica y, eventualmente, un recurso circunstancial para la ejecución de la misma. En cuanto a lo primero, por su decisivo papel en la determinación de la libertad de maniobra de la conducción de la economía y la paridad adecuada para la competitividad de la producción sujeta a la competencia internacional. En cuanto a lo segundo, porque pueden atender necesidades puntuales pero nunca ser un recurso disponible de largo plazo fuera del contexto de sólidos equilibrios macroeconómicos.
* Director Editorial de Buenos Aires Económico