Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

15Jul/100

El dólar y el sistema monetario internacional: ¿una moneda de transición?

Publicado por admin

Mario Rapoport
Desde la década de ’70 la inflación estadounidense, la integración europea y el fortalecimiento de otras economías comenzaron a cuestionar la hegemonía monetaria de los Estados Unidos. La participación del dólar como moneda de reserva en los bancos centrales cayó en los años ’80, desplazado por el marco alemán y, en menor medida, por el ECU –la unidad monetaria de la Unión Europea– y el yen. El porcentaje de bonos internacionales denominados en dólares también cayó, de dos tercios del total, a un tercio. La ampliación del curso forzoso del dólar estadounidense a los países en transición y periféricos de América latina, Europa del Este y Asia intentó contribuir a contrarrestar esta tendencia, a través de la sustitución de las monedas nacionales por el mismo dólar. Un sistema que se implementó en unos pocos países, impulsado con fuerza en los años ’90.

La introducción del euro –como resultado de la unión monetaria de doce miembros de la UE– y el avance en las negociaciones del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), proveyeron nuevos argumentos a favor de la dolarización plena, o al menos de la adopción de tipos de cambio totalmente fijos, antesala de la dolarización completa, a pesar de que la experiencia internacional en países medianos sólo incluía a Liberia y Panamá (luego Ecuador) ya que las pocas naciones que utilizaban la moneda de otros eran muy pequeñas.

Pero el default argentino del 2001 obligó a dar marcha atrás con la dolarización por varias razones. La primera es casi elemental: si un país distribuye sus reservas de moneda internacional entre su población, el sector público carece de activos externos para atender a sus acreedores. La segunda tiene que ver con el hecho de que más de la mitad de la actividad económica de casi todos los países se basa en servicios, la mayoría de ellos no transables, incapaces de generar divisas. La tercera consiste en que si bien la dolarización elimina el riesgo devaluatorio, no impide el default de las deudas públicas ni privadas. Y como lo vimos en la Argentina, y ahora también en Europa con el euro, el ajuste recae finalmente sobre el sector real: la producción y el empleo.

Por otro lado, las tensiones económicas de comienzos del milenio erosionaron la confianza en el valor del dólar y alteraron la composición de las reservas internacionales. A mediados del 2009 el euro representaba más de la cuarta parte de los activos externos del mundo, mientras que la proporción de dólares disminuyó en la primera década del siglo del 72 al 63 por ciento, al tiempo que las reservas mundiales en divisas se triplicaban. En este escenario los bancos centrales de las diferentes naciones diversificaron su cartera de monedas y metales.

Como reflejo del lento pero constante debilitamiento del dólar, diferentes países tomaron medidas para resguardar el valor de sus activos externos. Irak empezó a vender su combustible en euros a fines del 2000. Pero la invasión de los Estados Unidos anuló esta medida; así como los canjes de alimentos por petróleo, de la ONU. También Jordania había creado un sistema de comercio bilateral con Irak en euros y Corea del Norte adoptó la divisa europea para su comercio desde diciembre del 2002. Hacia fines del?2007, Irán –cuarto productor mundial de petróleo– comenzó a vender el crudo en euros. Ya desde el 2002 la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) alertaba sobre la debilidad del dólar, que corroía el poder adquisitivo de los países exportadores.

El principal problema del sistema monetario internacional es que tiene como base una divisa cuyo único respaldo es la débil salud de la economía norteamericana. Esto llevó a que el dólar se fuera depreciando en forma constante en relación con sus valores históricos y con respecto a otras monedas. En verdad, su primacía depende, más que de su propia economía, del financiamiento de los inversores extranjeros y, en especial, del exceso de ahorro de los países emergentes, como China, que confiaron hasta ahora en los bonos del tesoro norteamericano o en la utilización del dólar como moneda de reserva.

El caso de China es emblemático. Por un lado, tiene una importante reserva de dólares que representa más de dos tercios de un año de la producción china. A esta situación se suma su excesiva tenencia de bonos del Tesoro norteamericano. Desde septiembre del 2008 superó a Japón como el principal tenedor de esos bonos en el mundo y en mayo del 2010 las tenencias de China todavía encabezaban el ranking con 895.000?millones contra 785.000 de Japón. Los chinos colocan gran parte de sus exportaciones en Estados Unidos –en una gran variedad de rubros, desde textiles hasta electrónicos– por las que reciben dólares que destinan en una cierta proporción a comprar bonos del Tesoro. Este endeudamiento le permitió a los Estados Unidos mantener niveles de consumo por encima de sus posibilidades, aunque ahora se critique ese exceso de ahorro más aún que el exceso de endeudamiento norteamericano (o el desequilibrio entre ambos), como una de las causas principales de la crisis.

Con los déficits comercial y fiscal más altos de su historia, el monto total de la deuda externa norteamericana pasó de 800.000 millones de dólares en el 2003 a 13.767 miles de millones a fines de diciembre del 2009, acercándose al del PIB, y representando más del 22% de la deuda mundial, lo que resulta, a su vez, la más grande explosión de endeudamiento de la historia del capitalismo.

Paradójicamente, desde la profundización de la crisis en el 2008 el dólar continuó funcionando como una moneda de refugio, en la medida que las alternativas financieras se derrumbaron como castillos de naipes. Esto revela que la economía del país del Norte y el poderío de su moneda aún gozan de confianza, al menos frente al euro u otras monedas. En cambio, la Unión Europea ha despertado dudas respecto de su voluntad política común y su unidad monetaria. Por un lado, la heterogeneidad de las economías y la escasa coordinación entre los países líderes dentro de la UE hacen palmarias frente a la crisis ciertas tensiones preexistentes, mientras que la ambivalencia del Reino Unido en cuanto a su posición pro UE o filo-estadounidense, generan poca confianza.

Por otro, la crisis de los cuatro países más débiles de la región, Grecia, Portugal, España e Irlanda en el 2010 terminó por erosionar el valor del euro y por poner en duda la vigencia de la unidad monetaria. Se le reprocha al BCE y a Alemania en particular haber jugado un rol negativo sobrevalorando el euro e incrementando el superávit comercial del país teutón.

Al igual que lo que ocurría con el imperio británico, los Estados Unidos importa por mayor valor que sus exportaciones, y exporta capitales. El resto del mundo acepta la moneda con la que paga sus importaciones e invierte sus capitales porque ella se puede utilizar para los intercambios comerciales y financieros con cualquier otro país. Pero ese idilio no puede ser eterno. La cuestión del millón es qué ocurrirá cuando los mercados se calmen y todas las plazas bursátiles y los Bancos Centrales queden inundados de dólares. Ese será el momento de la verdad, el más desafiante para el valor de la divisa estadounidense y de sus rivales monetarios.