Desde España: ¿Victoria del PP, o suicidio del PSOE, entonces? Más bien lo segundo. ¿Y por qué?
Jónatham F. Moriche | Para Kaos en la Red | 24-5-2011 a las 14:48
Los resultados de las elecciones autonómicas y municipales del pasado 22 de mayo se han saldado, como primera e incontrovertible lectura, con una arrolladora victoria del Partido Popular, que arrebata al Partido Socialista la práctica totalidad de su poder territorial -incluyendo los feudos clave de Castilla-La Mancha y Extremadura-, y que, con diez puntos porcentuales y casi dos millones de votos de ventaja, se coloca como claro favorito con vistas a las próximas elecciones generales a celebrar en marzo de 2012 (o antes, si la presión del PP logra forzar, como es su expreso deseo, un adelanto electoral). Pero será una segunda lectura, más atenta a los detalles, la que añada matices y claroscuros imprescindibles para comprender el cómo y el porqué de esta aplastante victoria de la derecha.
Llama la atención, en primer lugar, que el PP apenas haya incrementado su número neto de votantes -apenas un 2% respecto a citas anteriores-, y que su victoria se haya edificado sobre la masiva desbandada del ala izquierda del electorado socialista, que decepcionada e irritada por el traumático giro a la derecha de esta segunda legislatura de José Luís Rodríguez Zapatero, ha preferido votar a otras formaciones políticas de izquierda -especialmente, Izquierda Unida- y, muy sobre todo, abstenerse o emitir votos-protesta en formas de sufragios nulos y en blanco.
Esta derrota socialista es, básicamente, el resultado de la trágica asimetría que se establece entre un PP que mantiene cohesionada, motivada y dinámica su ala más exacerbadamente ultraderechista -Libertad Digital, Intereconomía, El Mundo, EsRadio, AVT, Hazte Oir, Peones Negros, Conferencia Episcopal, etc.- y un PSOE enrocado en el centro-derecha y que (a base de sumar recortes laborales y sociales, privatizar servicios públicos, rescatar bancos con dinero público y otras medidas agresivamente neoliberales) ha roto todos los puentes con aquella izquierda social, sindical y política cuyo apoyo directo o indirecto le permitió acceder al poder en 2004, incluyendo a IU (a la que ha ninguneado sistemáticamente en el Parlamento, optando por pactar con el PP y las derechas nacionalistas vasca y catalana), los grandes sindicatos UGT y CCOO (que se vieron obligados a convocar una huelga en septiembre de 2010 por la reforma laboral, y han firmado un restrictivo acuerdo de pensiones que ha creado un profundo descontento entre sus propias bases), al movimiento ecologista (decepcionado por el incumplimiento del calendario de cierre de centrales nucleares o por proyectos como la refinería petrolera en Extremadura), al movimiento de derechos humanos y solidaridad internacional (irritado por las reiteradas tibiezas de Rodríguez Zapatero con el golpismo caciquil en Honduras, el terrorismo israelí en Palestina o las aventuras coloniales de la OTAN en Afganistán o Libia),...
¿Victoria del PP, o suicidio del PSOE, entonces? Más bien lo segundo. ¿Y por qué? La explicación es tan sencilla como desazonante: aún con una potencial mayoría social progresista en las calles y las instituciones al alcance de su mano, los poderosos intereses empresariales que comparten el gran capitalismo corporativo y las élites jerárquicas del PSOE impiden al gobierno plantear una respuesta anti-neoliberal a la crisis del neoliberalismo. ¿Cabría esperar otra cosa de personajes como Miguel Sebastián, Miguel Boyer, Pedro Solbes, Joaquín Almunia, Cristina Garmendia o Elena Salgado, empapados hasta el tuétano de ideología neoliberal y con sus agendas repletas de lucrativos contactos entre la gran empresa y la banca, cuando no ellos mismos banqueros o grandes empresarios? Evidentemente, no. ¿Prefieren estas oligarquías, cobijadas bajo una falsaria bandera socialdemócrata, ganar elecciones por la izquierda o proteger los intereses que comparten con el gran capitalismo? La respuesta ha quedado diáfanamente a la vista en estas urnas del 22-M, y va sonando la hora de que las bases progresistas del PSOE y de la UGT decidan si sus lealtades y esperanzas están con el nobilísimo legado de Manuel Azaña, León Blum, Olof Palme o Salvador Allende, o con las interminables marrullerías de unas jerarquías absolutamente desideologizadas, malacostumbradas a los privilegios de la política profesional y serviles ante las rebosantes billeteras de BSCH, Endesa, Telefónica y el resto de grandes tiburones corporativos de este país.
Respecto al movimiento Democracia Real Ya que ha llenado las calles y plazas españolas en un tan masivo como inteligente ejercicio de desobediencia civil noviolenta, es aún pronto para hacer valoraciones más allá de la sorpresa y el aplauso ante un inesperado movimiento cívico, inequívocamente progresista, con cuyas demandas de justicia social y profundización democrática resulta difícil no simpatizar. Cabe acaso apuntar, contrastando lo sucedido en las plazas y en las urnas, el muy escaso impacto que el movimiento ha tenido en los resultados de las formaciones a la izquierda del PSOE, y muy especialmente de Izquierda Unida, en lo que supone un severo toque de atención a la única formación política con presencia parlamentaria que presenta un programa político abiertamente anti-neoliberal, pero cuyas estructuras y procesos organizativos siguen estando muy lejos del vivir y del sentir de esa calle roja, verde y violeta (esto es, anticapitalista, ecologista y feminista) de la que IU pretende ser referente electoral -un toque de atención que puede hacerse extensivo en el plano sindical a UGT y CCOO, cuya huelga general de septiembre de 2010, tan necesaria como insuficiente, careció por completo de la vivacidad activista y la riqueza expresiva de las manifestaciones y acampadas de Democracia Real Ya.
Mención aparte merece el excelente resultado de las candidaturas de Bildu, tras su legalización por el Tribunal Constitucional a la vista de unos estatutos jurídicamente impecables y plenamente comprometidos con el fin de la violencia política en Euskadi. Una gratísima noticia que confirma el paso firme y seguro con que avanzan la apuesta por las vías exclusivamente democráticas de la izquierda independentista vasca y, en consecuencia, el proceso de pacificación y reconciliación. Junto con la inesperada primavera cívica de las manifestaciones, asambleas y acampadas de Democracia Real Ya, el único resto inequívocamente positivo que dejan a su paso estas urnas de mayo, convertidas en evidencia resonante de la grave crisis política que, a remolque de la catástrofe económica y social, atraviesa nuestro sistema político. Una crisis que se cierra sobre sí misma en un bucle autodestructivo con el crecimiento sostenido de una derecha formalmente democrática, pero atravesada por virulentas pulsiones corruptas, integristas y autoritarias, y en la incapacidad de la izquierda transformadora para convertirse en una alternativa electoral atractiva y viable frente al completo desfondamiento ético y político de la socialdemocracia española.
Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, mayo de 2011
Un problema político II
Por Eduardo Lucita *
Qué hacer frente a la inflación estructural
Se presentan propuestas de corto y mediano plazo para enfrentar aspectos coyunturales y raíces estructurales de la inflación en el país. La lupa se enfoca en la concentración económica y en las corporaciones que controlan los mercados y son formadoras de precios.
En el suplemento Cash del 10 de abril pasado afirmábamos que en el país hay inflación, no sólo reacomodamiento o dispersión de precios; también se decía que no es un proceso desbordado como lo fuera en los ’80 y ’90.
Se señalaba que ninguna de las variables económicas sobre las que cualquier gobierno puede operar –tipo de cambio, tarifas de servicios públicos, gasto público, emisión descontrolada, incluso la deuda– están influyendo decididamente en la coyuntura. Por el contrario, las causas hay que buscarlas en las contradicciones al interior del sistema del capital y, más allá de errores de diagnóstico y controles fallidos del gobierno nacional, son los capitalistas y no otros quienes remarcan los precios. La lupa entonces debe enfocarse en la concentración económica, en el selecto grupo de empresas y corporaciones que controlan los mercados y son formadoras de precios. En las altas tasas de ganancias de que gozan en todo este período las diversas ramas de la economía. En el déficit de oferta por la escasa inversión reproductiva y en la presión del mercado mundial, particularmente por el alza de materias primas y productos energéticos.
Si el diagnóstico es correcto, sobre estas variables debe operar el necesario programa antiinflacionario, que debe combinar una fuerte presencia del Estado con un también fuerte protagonismo social. Un programa que contemple una primera etapa destinada a frenar abruptamente el alza de precios, luego una segunda que impulse transformaciones de fondo para sostenerla.
Las políticas de intervención inmediata serían las siguientes:
- Plena vigencia de la Ley de Abastecimiento de 1974. Reponer la vigencia de esta ley es central, ya que habilita al Estado a desenvolver políticas activas de intervención en los mercados.
- Eliminación del IVA a los artículos de primera necesidad, lo que debe constituir una rebaja efectiva e inmediata de los precios de esos productos al consumidor. La pérdida de ingresos fiscales puede ser compensada revisando las políticas de subsidios y de exenciones impositivas que en conjunto más que duplican los pagos de la deuda.
- Establecimiento de precios máximos a los productos que componen la canasta familiar.
- Centros Populares de Distribución en barrios y poblaciones carecientes.
- Control de la estructura de costos, en las empresas formadoras de precios, tanto en la producción como en la distribución y comercialización. Este conocimiento permitirá al Estado transparentar las ganancias empresarias y fijar criterios de razonabilidad en los márgenes de rentabilidad, tal como lo prevé la Ley de Abastecimiento.
Estas medidas deben ir acompañadas por el impulso estatal a la participación de los ciudadanos, tanto en su carácter de productores como de consumidores. En las empresas formadoras de precios, creando Comisiones de Trabajadores que colaboren en el control de costos y márgenes de beneficio. En los barrios, Comisiones de Consumidores que garanticen que los productos lleguen a los Centros de Distribución en cantidad, calidad y a los precios establecidos.
Las Políticas de implementación gradual serían las siguientes:
- Avances en la desvinculación de los precios locales de los internacionales. Las retenciones juegan un papel pero resultan insuficientes, dada la situación de la demanda mundial y el alza del precio de los alimentos. Se trata de recuperar funciones reguladoras del Estado en el Comercio Exterior.
- Implementar una reforma tributaria que rompa con la regresividad actual. También que tienda a la eliminación o reducción gradual del IVA, que ponga el acento en las alícuotas de Ganancias; en el impuesto a los Bienes Personales, que muy pocos pagan; en las rentas financieras hoy exentas; en reponer el impuesto a la herencia; en reducir la evasión y las actividades en negro.
- Orientar la acumulación de capitales hacia el sector productivo y áreas estratégicas. Si el capital privado no proyecta grandes inversiones reproductivas, sólo acompaña tardíamente la demanda, y el sector público no radica inversión en sectores estratégicos, el desarrollo del país queda estrangulado, seguirá el crecimiento por estimulación al consumo y por exportaciones y la inflación resurgirá una y otra vez por restricción de oferta.
- Una nueva Ley de Entidades Financieras y la demorada reforma de la Carta Orgánica del BCRA son instrumentos necesarios para movilizar fondos ociosos en poder de los bancos y orientarlos a inversiones en los sectores productivos. El Estado finalmente deberá tomar en sus manos sectores estratégicos como energía y ferrocarriles, para brindar un servicio eficiente y abaratar efectivamente los costos de producción y transporte.
La inflación es un problema político y como tal debe ser enfrentado.
* Integrante del colectivo EDI - Economistas de Izquierda.
Un economista que nos sigue enseñando: John Maynard Keynes
Mario Rapoport
El 21 de abril de 1946 murió John Maynard Keynes, uno de los economistas más importantes de nuestra época;, el influyente autor de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936, y de otros memorables trabajos. Las ideas keynesianas ocuparon un lugar predominante en las políticas económicas de los países industrializados en el tercer cuarto del siglo XX y su mayor impacto tuvo que ver con la profunda crisis mundial que se desató en 1929, la peor que sufrió el capitalismo en su historia.
Hasta aquel momento el pensamiento económico predominante sostenía que eran las fuerzas del mercado las que aseguraban el equilibrio y la plena ocupación de los factores productivos y que la intervención estatal no ocasionaba más que perturbaciones a la armonía garantizada por las fuerzas invisibles reguladoras de la vida económica. Sin embargo, la "gran depresión" fue imposible de evadir y aún menos de ser explicada. Ni la crisis, ni los altos niveles de desocupación podían ser concebidos dentro del pensamiento clásico. La Ley de Say, su pilar fundamental, negaba cualquier posibilidad de llegar a una situación parecida al postular que “toda oferta crea su propia demanda”. Pero, ante la gravedad de los acontecimientos, elementos esenciales de la economía clásica se derrumbaron y las recomendaciones de Keynes cobraron una importancia decisiva en los claustros académicos y en los ámbitos gubernamentales de diferentes países.
En principio, para comprender mejor sus ideas debemos preguntarnos quien fue Keynes ¿Sólo un teórico de la economía, con una obra destinada a especialistas, o una personalidad compleja, que nos dejó un aporte más vasto para la comprensión del mundo en el que estamos inmersos? Sin duda no fue un economista adicto a los modelos econométricos o que sólo podía aprehender aspectos limitados de la realidad, al estilo de muchos sesudos premios Nobel de nuestra época.
El mismo se caracterizaba, irónica o modestamente, con un término algo despreciado en nuestros días: el de “publicista” (publicist), en el sentido de un autor que escribe para el público en forma periódica con el objeto de difundir sus ideas. Y vaya si lo hizo a través de innumerables artículos en revistas y diarios, análisis de coyuntura, escritos políticos, etc. Sin embargo, y ante todo, era un intelectual (palabra hoy también despreciada), pues perteneció a un activo núcleo de escritores y artistas del Londres de la “gloriosa” época imperial, el grupo Bloomsbury, en el cual se destacaban la escritora Virginia Woolf y el mejor analista de la sociedad victoriana, Lytton Strachey, llevando una vida mezclada entre la bohemia y los estudios académicos.
Profesor en Cambridge, no sólo de su obra teórica sino también de sus escritos periodísticos y ensayos publicados en los años 20 y 30, y recogidos en su mayoría en el libro Essays in Persuasion (Ensayos de persuasión), pueden extraerse las principales enseñanzas sobre política económica vigentes en la época anterior a la crisis y durante los primeros años de ésta. Él hubiese preferido llamar a esos escritos “Ensayos de profecía y persuasión”, porque tuvieron más éxito como adelanto de lo que sucedió después que como un medio para influir en la opinión pública.
En ellos, el economista británico advierte, ya desde principios de la década de 1920, una posible crisis económica de continuar las políticas ortodoxas entonces en curso. A su vez, cuando estalla la crisis trata de desentrañar sus principales mecanismos sin utilizar todavía un marco teórico previo. Los ensayos abarcan un amplio panorama; se tratan allí los temas políticos y económicos más preocupantes de su época: el Tratado de Paz de Versalles, las deudas de la guerra, las políticas de deflación, el retorno al patrón oro y los intentos de tener un presupuesto equilibrado en medio de una recesión económica.
El primer eje de la crítica de Keynes es la libertad de los mercados, en un momento en que la opinión indiscutida en los ámbitos políticos y académicos entendía que un orden social deseado implicaba dejar a los individuos actuar libremente siguiendo sus propios intereses. Se había llegado a creer, como señala Keynes en uno de los escritos que forman parte del libro, “El fin del laissez faire” (1926), que el interés general y el particular siempre terminaban coincidiendo.
Para Keynes esa concepción, basada en el pensamiento neoclásico, no era correcta, ni en la teoría ni en la realidad. El fin del laissez faire, a través de una participación activa del Estado, daría la posibilidad de mejorar el modo de vida de la gente solucionando los problemas generados por el sistema capitalista.
En su “Teoría general", su obra más conocida, escribe una frase en la que podemos reconocer los problemas actuales: “Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y de los ingresos”. Según Keynes, el problema del capitalismo era que el mercado no podía asegurar la demanda necesaria, generando desocupación y marginalidad, situación que “el mundo no tolerará por mucho tiempo” Y ante tal diagnóstico le competía al Estado lograr el pleno empleo: incrementando el gasto, reformando el sistema fiscal, mejorando la distribución del ingreso y regulando el comercio exterior.
Una vez modificados estos supuestos básicos, la iniciativa privada del capitalismo volvería a asegurar la eficiencia y la igualdad económica. Su discípula, Joan Robinson, llamará a esto: “La defensa desilusionada del capitalismo”, ya que “Keynes busca encontrar lo que está mal con el propósito de diseñar medios destinados a salvarlo de destruirse a sí mismo”. La misma Robinson señala, sin embargo, los propios límites de la cuestión: “no existen problemas puramente económicos, los intereses y los juicios políticos previos están en juego en toda discusión de las cuestiones concretas”.
En palabras de Keynes: “Tenemos que descubrir una nueva sabiduría para una nueva época. Y entretanto debemos, si hemos de hacer algo bueno, parecer heterodoxos, molestos, peligrosos y desobedientes…En el campo económico esto significa, ante todo, que debemos encontrar nuevas políticas y nuevos instrumentos para adaptar y controlar el funcionamiento de las fuerzas económicas". Siguiendo estas ideas, la experiencia argentina demanda el surgimiento de un pensamiento propio que atienda directamente a los problemas que acosan a la sociedad local a fin de encontrar un rumbo económico nuevo y sostenido en el tiempo y opciones políticas y sociales que no posterguen el bienestar de sus habitantes. Así como lo hizo el pensamiento keynesiano en su época.
Un Nobel sin escrúpulos
Por Atilio A. Boron
Un signo más de los muchos que ilustran la profunda crisis moral de la “civilización occidental y cristiana” que Estados Unidos dice representar lo ofrece la noticia del asesinato de Osama bin Laden. Más allá del rechazo que nos provocaban el personaje y sus métodos de lucha, la naturaleza de la operación que terminó con su muerte es un acto de incalificable barbarie perpetrado bajo las órdenes directas de un personaje que con sus conductas cotidianas deshonra al Nobel de la Paz.
En la truculenta operación escenificada en las afueras de Islamabad hay múltiples interrogantes; la tendencia del gobierno de los Estados Unidos a desinformar a la opinión pública torna aún más sospechoso este operativo. Una Casa Blanca víctima de una enfermiza compulsión a mentir nos obliga a tomar con pinzas cada una de sus afirmaciones. ¿Era Bin Laden o no? ¿Por qué no pensar que la víctima podría haber sido cualquier otro? ¿Dónde están las fotos, las pruebas de que el occiso era el buscado? Si se le practicó un ADN, ¿cómo se obtuvo, dónde están los resultados y quiénes fueron los testigos? ¿Por qué no se lo presentó ante la consideración pública, como se hiciera, sin ir más lejos, con los restos del Comandante Ernesto “Che” Guevara? Si, como se asegura, Osama se ocultaba en una mansión convertida en una verdadera fortaleza, ¿cómo es posible que en un combate que se extendió por espacio de cuarenta minutos los integrantes del comando norteamericano regresaran a su base sin recibir siquiera un rasguño? ¿Tan poca puntería tenían los defensores del fugitivo más buscado del mundo, de quien se decía que poseía un arsenal de mortíferas armas de última generación? ¿Quiénes estaban con él? Según la Casa Blanca, el comando dio muerte a Bin Laden, a su hijo, a otros dos hombres de su custodia y a una mujer que, aseguran, fue ultimada al ser utilizada como un escudo humano por uno de los terroristas. También se dijo que otras dos personas más habían sido heridas en el combate. ¿Dónde están, qué se va a hacer con ellas? ¿Serán llevados a juicio, se les tomará declaración para arrojar luz sobre lo ocurrido, hablarán en una conferencia de prensa para narrar lo acontecido?
No deja también de llamar la atención lo oportuna que ha sido la muerte de Bin Laden. Cuando el incendio de la reseca pradera del mundo árabe desestabiliza un área de crucial importancia para la estrategia de dominación imperial, la noticia del asesinato de Bin Laden reinstala a Al Qaida en el centro del escenario. Si hay algo que a estas alturas es una verdad incontrovertible es que esas revueltas no responden a ninguna motivación religiosa. Sus causas, sus sujetos y sus formas de lucha son eminentemente seculares y en ninguna de ellas –desde Túnez hasta Egipto, pasando por Libia, Bahrein, Yemen, Siria y Jordania– el protagonismo recayó sobre la Hermandad Musulmana o en Al Qaida. El problema es el capitalismo y los devastadores efectos de las políticas neoliberales y los regímenes despóticos que aquél instaló en esos países y no las herejías de los “infieles” de Occidente. El fundamentalismo islámico, ausente como protagonista de las grandes movilizaciones del mundo árabe, aparece ahora en la primera plana de todos los diarios del mundo y su líder como un mártir del Islam asesinado a sangre fría por la soldadesca del líder de Occidente.
Hay un detalle para nada anecdótico que torna aún más inmoral la bravata norteamericana: pocas horas después de ser abatido, el cadáver del presunto Bin Laden fue arrojado al mar. La mentirosa declaración de la Casa Blanca dice que sus restos recibieron sepultura respetando las tradiciones y los ritos islámicos, pero no es así. Los ritos fúnebres del Islam establecen que se debe lavar el cadáver, vestirlo con una mortaja, proceder a una ceremonia religiosa que incluye oraciones y honras fúnebres para luego recién proceder al entierro del difunto. Además se especifica que el cadáver debe ser depositado directamente en la tierra, recostado sobre su lado derecho y con la cara mirando hacia La Meca. En realidad, lo que se hizo fue abatir y “desaparecer” a una persona, presuntamente Bin Laden, siguiendo una práctica siniestra utilizada sobre todo por la dictadura genocida que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983.
Acto inmoral que no sólo ofende las creencias musulmanas sino a una milenaria tradición cultural de Occidente, anterior inclusive al cristianismo. Como lo atestigua magistralmente Sófocles en Antígona, privar a un difunto de su sepultura enciende las más enconadas pasiones. Esas que hoy deben estar incendiando a las células del fundamentalismo islámico, deseosas de escarmentar a los infieles que ultrajaron el cuerpo y la memoria de su líder. Barack Obama acaba de decir que después de la muerte de Osama Bin Laden el mundo es un lugar más seguro para vivir. Se equivoca de medio a medio.
Fuente: Pagina12: 3/5/2011