Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

12Jun/130

PERSPECTIVAS PARA EUROPA

12/06/2013
Jorge Molinero
En Argentina, país de importante inmigración europea, las clases medias de ese origen tienen dos visiones sobre el devenir de Europa. Están los que adhieren implícitamente a la necesidad de continuar con las políticas de austeridad, y aquellos que creen que por esa vía no se recuperará rápidamente el nivel de actividad. En líneas generales, a nivel de política económica los primeros adhieren a alguna variante de ortodoxia (neoliberalismo en estos años), a pesar de los problemas que éste ha generado, y los segundos se dispersan en un conjunto de propuestas heterodoxas que van desde el keynesianismo al desarrollismo, del populismo al socialismo.
De alguna manera ambas corrientes de pensamiento repiten para el viejo continente las recetas que se supone son o pueden ser exitosas en nuestro país. La presidenta de la Nación, como peronista en su versión más progresista, adhiere a la segunda alternativa, crítica para con la política económica europea y contraponiendo el éxito que en lo económico y social ha tenido Argentina en los últimos diez años siguiendo un modelo heterodoxo. Creemos que ello es correcto desde el punto de vista de la retórica política, ya que ayuda a reafirmar la política seguida en nuestro país que nos sacó del marasmo de la crisis de 2001/2002, política a la cual adherimos firmemente.
Sin embargo, a nivel de un análisis más profundo, más de una vez hemos insistido en que la comparación de políticas económicas entre países sudamericanos y Europa no es correcta. Fuera de las similitudes que las clases medias de origen europeo le ven, tanto en Argentina como en el resto de Sudamérica, las diferencias son tan abismales como para que la comparación no quede en otra cosa que la cultura u otros elementos de la superestructura política, jurídica, etc.
Las diferencias están determinadas por la situación de cada uno de los bloques en el movimiento económico mundial, donde lo más significativo de la época es la emergencia económica de Asia, en especial de China pero no sólo ella. Esta emergencia asiática, no es “más de lo mismo en escala mayor”, es un cambio de época muy importante, un movimiento tectónico de gran magnitud, que puede derivar en una disputa de liderazgo entre Estados Unidos y sus aliados europeos y asiáticos (en especial Japón) y China y su propia constelación de adhesiones por el otro lado.
Sudamérica está objetivamente más ligada a este despliegue asiático para continuar con su propio desarrollo que a los centros tradicionales de Occidente. Sin embargo, la influencia de Occidente, y en especial de Estados Unidos y Europa sobre nuestro subcontinente, tiene infinitos lazos, tanto en lo económico actual como en lo cultural y político. Es el cambio de influencias e importancia en los tráficos comerciales lo que está desplazando a los países occidentales, sólo por el momento más importante en el tráfico comercial actual que los países asiáticos. La “foto” es con Occidente, la “película” con el Asia.
Dejemos por el momento a Argentina y Sudamérica y concentrémonos en lo que está ocurriendo en Europa.
El análisis económico convencional de tradición anglosajona, como las versiones críticas del marxismo y el keynesianismo, toman a Europa como centro, añadiéndole en el siglo XX primero a Estados Unidos y en mucho menor medida a Japón. Entendemos que esto último es exclusivamente por razones culturales. Estados Unidos es considerado una prolongación europea (o inglesa según quien lo analiza desde el viejo continente). En el mismo sentido Sudamérica es visto como un experimento inconcluso de desarrollo tipo europeo, pero tributario de la forma atrasada de capitalismo que tuvo y tienen sus países colonizadores, Portugal y España.
Estos tres análisis parten de considerar que Occidente ampliado (Europa y Estados Unidos básicamente) son los más avanzados económicamente y son los líderes en desarrollo científico y tecnológico. El corolario, más o menos válido hasta hace no muchos años, era que el núcleo y síntesis de esa ventaja sobre el resto del mundo, la industria, era más productiva y sofisticada, y más baratos sus productos en general que los del resto del mundo.
La ortodoxia del libre cambio era la justificación inglesa de la superioridad en el desarrollo de sus propias fuerzas productivas industriales, que inundaron el mundo de la mano de los bajos precios y las cañoneras de Su Majestad. Los Estados Unidos, que eran proteccionistas hasta avanzado el siglo XIX, pasaron a la ortodoxia del libre cambio cuando ascendieron al podio del desarrollo científico y tecnológico, y por lo tanto industrial.
Las agudas contradicciones de clases que dieron origen al marxismo en el siglo XIX fueron pensadas exclusivamente en clave europea, ya que a su resolución era la revolución de los trabajadores en ese continente y la implantación del socialismo, con la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción. El resto del mundo cambiaría, poco más o menos, al recibir el telegrama de la revolución proletaria europea.
Las políticas keynesianas suponen también la superioridad de Occidente y fueron válidas en los momentos en que se explicitaron (la Teoría General la escribió Keynes en 1936), tanto para ayudar a Estados Unidos a superar la crisis de 1929/1933 (New Deal y Segunda Guerra Mundial) como para dar un marco teórico a la recuperación económica europea luego de la última gran carnicería humana.
Lo importante, en el caso europeo, fue el tipo de política económica que se siguió tras la Segunda Guerra Mundial. El keynesianismo en acción se plasmó en el Estado de Bienestar que es el resultado más preciado para las grandes mayorías europeas. Fue la combinación de alta industrialización con una redistribución progresiva de ese creciente ingreso. Las bases económicas para ello estaban allí a pesar de las destrucciones de la guerra. Estados Unidos puso a funcionar nuevamente la rueda europea al “cebar la bomba” de la actividad con sus importantes préstamos del Plan Marshall. El miedo a la expansión del comunismo tras el avance soviético en Europa del Este hizo que las concesiones económicas, políticas y sociales fueran amplias y lograsen un grado de adhesión entre todas las clases sociales. Ello es lo que alejó definitivamente la adhesión de las clases trabajadoras europeas al comunismo, al margen que en determinados países la influencia de sus partidos comunistas fuese muy importante.
¿Qué es lo que cambió para que esas recetas exitosas durante casi treinta años sean dejadas de lado cada vez más fuertemente? ¿No existe suficiente evidencia que el “austerismo” neoliberal que protege al capital financiero no llevará a una pronta recuperación de la actividad económica y del empleo?
El cambio fue iniciado en Occidente cuando la tasa de ganancias en los años setenta comenzó a caer significativamente. El alejamiento del atractivo del sistema soviético para los trabajadores occidentales hizo perder el miedo a las clases dirigentes para disciplinarlos y rehacer la tasa de ganancia. El vehículo fue la apertura económica y financiera, y la unificación política en un organismo supranacional que es la Unión Europea. La aceptación de varios países de la moneda unificada, el Euro, fue un elemento más en esta estrategia.
Ahí es donde entran los productos baratos de Asia (y después de la disolución del sistema socialista, de Europa Oriental) para torpedear la capacidad de resistencia de las clases trabajadoras de Europa. Debemos entender cómo se produjo este cambio, ya que sigue siendo válido que la superioridad científica y tecnológica, y por lo tanto de productividad industrial, está en Occidente y no en Asia.
Veámoslo en un ejemplo sencillo, como los que se dieron al inicio de este proceso, allá por fines de la década de los setenta. La productividad por hombre ocupado (horas hombre necesarias) para hacer 100 camisas era en esos momentos más del doble en Estados Unidos que en China. Si en EEUU se necesitaban, por ejemplo 50 horas hombre para hacer 100 camisas, en China se necesitaban 100 horas hombre. La razón, el tipo de equipamiento en Estados Unidos era muchísimo más eficiente que el utilizado en China. Era lógico dado que, con salarios de apenas una fracción del salario americano, no tenía sentido comprar equipamientos caros, y era más conveniente utilizar los procesos manuales o mecánicos simples en vez de la automatización americana. Pero el precio final de las camisas chinas era muy inferior al de las productivas industrias de confección americanas. En términos marxistas el valor de las camisas (el trabajo acumulado en ellas) fue pasando del promedio de la industria americana al promedio de la industria china, por la diferencia salarial no la productiva. Esos cambios de valor a nivel mundial son la expresión del movimiento tectónico que producen 1.300 millones de un país campesino devenido en el taller del mundo.
Este proceso, que se inició en las ramas de textiles, confecciones y zapatillas, con alta utilización de mano de obra, y que aún continúa, se fue extendiendo a otras ramas de la producción, cada vez más complejas, y es allí en donde cambia la ecuación general.
Esta ecuación decía que mientras los países asiáticos se dedicaran a producir aquellos bienes simples en donde era abundante la utilización de mano de obra barata, el intercambio comercial sería compensado por aquellas ramas europeas o americanas en donde la complejidad del equipamiento y de la mano de obra hiciesen más baratos sus bienes, o simplemente imposibles de producir en los países asiáticos.
El tema es que China y el resto de los asiáticos no se contentaron con producir aquellos bienes industriales donde la baratura de la mano de obra los hiciese más baratos, sino que fueron avanzando en la escala de producción complejizando sus estructuras productivas. Como el vuelo de los gansos, la primera ola incorporó a Japón, que rápidamente superó sus propios niveles industriales de preguerra, siguieron Corea, Taiwán, Hong Kong y Singapur, para luego en la tercera ola incorporarse China, el país más poblado del mundo. La cuarta ola se está desplegando con India, el segundo país más poblado.
A medida que esos países, aún dependiendo de la tecnología de Occidente, lograban que sector industrial tras sector industrial fuesen más baratos que la producción de Occidente de esos mismos bienes, el balance comercial se hacía cada vez más endeble para los países centrales. Estados Unidos es comercialmente deficitario desde los años ochenta, primero frente a Japón y luego frente a China. Europa, más cerrada comercialmente que Estados Unidos, ha venido resistiendo este embate en forma despareja. Algunos países nórdicos, como Alemania, han redoblado los avances de productividad, en especial en bienes de capital, y al mismo tiempo mantuvieron los salarios reales sin avances significativos a pesar de ese incremento productivo. Otros países, como el caso de España, Grecia, Irlanda o Portugal, tuvieron pocos incrementos de su productividad industrial, al tiempo que su ingreso en el Euro desató un aumento de consumo que elevó los precios y salarios internos, descolocando sus producciones frente a la de países más productivos como Alemania, y también frente al resto del mundo, en especial frente al Asia. Allí está la principal razón que esgrimen las clases dirigentes europeas frente a sus trabajadores: ustedes tienen un salario y beneficios sociales que están muy por arriba de las posibilidades de competencia de nuestros países. Mantener el estado de bienestar sólo se lograría con un mayor cerramiento comercial (imposición de barreras arancelarias y paraarancelarias mayores a las actuales) pero ello sólo aislaría parcialmente a Europa del resto del mundo pero no a sus países de menor avance productivo combinado con mayores salarios nominales en Euros.
Es un doble juego en donde algunos países ven el cuco en Alemania con su aumento productivo y contención salarial, y Alemania misma ve que no tiene otra salida que seguir esa política si quiere mantener su balance externo frente a las producciones más baratas de Asia y también de Europa del Este, donde sus intereses son muy importantes. Angela Merkel ha puntualizado el tema en forma totalmente clara: Europa tiene el 7% de la población mundial, genera el 24% de la producción y tiene el 50% del gasto social. Si quiere seguir estando balanceada no le quedan más que dos alternativas, la devaluación acelerada del Euro o la reducción del estado de bienestar en todos los países del área. De lo contrario será cuestión de tiempo que ramas de producción industrial más complejas se disloquen al Asia o a Europa del Este.
El tema aquí es muy simple: Asia (y en menor medida Europa Oriental) son competidoras directas de las producciones industriales europeas. Los mismos productos, cada vez más cerca el mismo nivel de calidad, y precios mucho más baratos.
La opción keynesiana propuesta por Stiglitz o por Krugman (dejar de lado los estrictos límites del déficit con mayores gastos para activar la economía) serían efectivos al corto y mediano plazo, pero si no hay cambio de productividad en función de la diferenciación de salarios, el desbalance crecerá, con un endeudamiento superior de los particulares, empresas y el Estado, con los bancos y el sistema financiero internacional. No olvidemos que para éstos, lo importante es prestar, para ganar sus intereses, pero tienen que tener perspectivas serias de cobrar, de lo contrario sería un esquema Ponzi a nivel planetario.

La opción keynesiana aún es válida para los Estados Unidos, porque su primacía mundial le permite pagar en la moneda que emite para sus transacciones internas, y puede ir planteando una leve desvalorización del dólar para ir acomodando su comercio exterior y su dependencia de la financiación internacional, en especial de China.
Esa opción no está abierta para Europa, con la complicación adicional que el Euro es de circulación parcial, no todos han adherido a él.
Europa está en su laberinto y no la va a sacar de ello los pedidos de sus pueblos que sienten cada vez más el peso de la crisis, con los casos extremos de desocupación en Grecia (27 %) y España (26 %). No sólo es la crisis de ocupación en el sur europeo. El conjunto de los países europeos está en recesión, a más de 6 años de iniciada la crisis internacional.
La salida heterodoxa, salir del Euro, devaluar, repudiar parte de la deuda (default), no se le cruza por la cabeza a ningún grupo político, aún los más radicales. El caso de los indignados españoles es dramático. Manifestación tras manifestación, bronca juntada con más bronca, y las propuestas no pasan de “hagan algo, no más austeridad”, que serían válidas si se liberasen de la deuda bancaria y financiera con los grandes bancos ingleses, franceses y fundamentalmente alemanes.
Pero aún liberándose de esa deuda, queda pendiente el tema de la productividad. Empezando de cero seguirían siendo comercialmente deficitarios a menos que salgan del Euro y devalúen. Pero en ello no piensan. Se asemejan al acto estúpido de Rodríguez Saa que por un lado declaró jubiloso el default de la deuda externa, y por el otro se negó a devaluar la moneda que cambiaría la competitividad externa del país. Duró una semana.
Si buscamos ir cerrando el tema, por comparación los países sudamericanos encontraron una demanda creciente de algo en que los chinos no eran competitivos: las materias primas agrícolas, mineras, energéticas, etc. que son nuestros factores abundantes, y tienen costos mucho más bajos que producirlos en Europa. Los europeos no tienen, frente al resto del mundo, la “moneda de cambio” frente a la producción industrial china, cada vez más compleja y abarcadora, que tiene Sudamérica. Cuál debería ser la política más adecuada en Sudamérica (aprovechar estas rentas extraordinarias para al tiempo distribuir mejor la renta y apostar a un crecimiento de la productividad industrial) queda fuera de este análisis.
Lo cierto es que las opciones europeas no son el mantener el nivel de bienestar social que los caracterizó y que vienen perdiendo sin prisa pero sin pausa. Las consecuencias políticas de esto son difíciles de pronosticar pero creemos que inclinarán al viejo continente más a la derecha, por el incremento de la xenofobia como chivo expiatorio de fuerzas que no comprenden y que les hacen perder las condiciones de vida con que muchos de ellos crecieron y progresaron.

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