Las consecuencias económicas de Massa
Por Eric Calcagno
Las metas de inflación se inscriben en una visión conservadora en lo social y neoliberal en lo económico.
En 2008, Joseph Stiglitz comentaba en "el fracaso de las metas de inflación", que "los banqueros centrales son un club cerrado, dado a las tendencias y a las modas. A principios de los ochenta, cayeron bajo el encanto del monetarismo, una teoría económica simplista promovida por Milton Friedman. Luego del descrédito del monetarismo –con alto costo para los países que sucumbieron a este– la búsqueda comenzó para un nuevo mantra. La respuesta vino bajo la forma de las 'metas de inflación', que sostiene que cuando cualquier aumento de precio excede una meta fijada, las tasas de interés deben subir."
En estos momentos, cuando el establishment local parece haber encontrado su candidato (luego de anteriores intentos fallidos), que fue coronado por la tapa del día lunes del diario Clarín, quizá convenga averiguar qué significan las metas de inflación, ya que Sergio Massa las ha establecido como eje de su proyecto económico. No es un tema nuevo: las metas de inflación tienen desde hace tiempo firmes partidarios en la Argentina. Veamos sus implicancias y consecuencias.
Ya en julio de 2004, escribíamos en Le Monde Diplomatique: "El establishment económico local e internacional, estructurado en torno al sector financiero, parece tan insaciable como multiforme. Después de cada derrota adopta nuevas apariencias para asegurar la apropiación y evasión del excedente económico, así en dictadura, con la política de Martínez de Hoz, como en democracia, a través del "uno a uno" de Cavallo. En ambos casos, el enemigo proclamado y excluyente es la suba de precios.
Todos los medios de política económica, en especial un nivel elevado de desocupación, bajos salarios, apreciación cambiaria y altas tasas de interés, confluyen. Ahora que esos modelos cayeron, aparece el mismo objetivo con nuevos instrumentos: son las "metas de inflación" y la "independencia hegemónica del Banco Central".
Así, primero había que trabajar sobre metas monetarias; cuando fracasaron, surgieron las metas de tipo de cambio; con su descalabro, sobrevienen ahora las metas de inflación. En síntesis, siempre se buscó un "ancla" que definiera las expectativas de los actores, que se presumió virtuosa y beneficiosa para todos. Con los resultados que conocemos. Las metas de inflación se inscriben en una visión conservadora en lo social y neoliberal en lo económico.
En el escamoteo de las decisiones políticas, sus partidarios la presentan como un ejemplo de "regla versus discrecionalidad", lo que significa hacer adoptar un determinado interés sectorial, que define la regla, al resto de la sociedad, que siempre puede estar tentada por el populismo político. Nunca se sabe. Por eso, este sistema abdica cualquier política económica y deja el manejo económico en manos del establishment, cuyo interés discrecional se define como "regla". Esa es la meta.
Otro argumento esgrimido es el buen funcionamiento de las "metas de inflación" en otros países. Serios. Hablamos de Canadá, Australia, Reino Unido, Suecia, Israel, México, Colombia, Perú, por ejemplo, que siguieron el ejemplo de Nueva Zelanda que desde 1990 tiene metas de inflación y cuyo principal exponente regional es Chile. Por desgracia, el índice Gini que mide las desigualdades sociales se ha deteriorado, con mayores inequidades en Nueva Zelanda y en Suecia, como se puede ver en una publicación de la OCDE de 2011, Divided We Stand, Why Inequality Keeps Rising. Las metas de inflación, según sus partidarios, promueven el crecimiento económico. Quizá el tema es saber si ese crecimiento no es el apropiado para los sectores más pudientes de la sociedad en desmedro del conjunto. Tanto, que propugna "una tasa de desempleo que no acelere la inflación", ya que en esa visión, la principal causa de la inflación son los salarios. Este sistema funciona con desocupación…
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner se ha referido al tema hace poco, al afirmar que "tenemos metas de crecimiento y no metas de inflación". No sólo aporta al debate sobre cuáles son las decisiones políticas que deben ser luego instrumentadas, sino que establece con pertinencia la diferencia entre objetivos y medios. Porque las "metas de inflación" se basan en la falacia de conferir a los instrumentos la jerarquía de objetivos. Con este criterio, no interesan el crecimiento económico, el bienestar de la población, la homogeneidad social, la industrialización, la elevación de la productividad, la soberanía nacional.
Un instrumento –las metas de inflación– convertido en el principal objetivo. En particular, la ocupación y la tasa de interés no deben ser las que mejor convengan al desarrollo del país y al bienestar general, sino las que se atengan a la "regla". En los hechos, parece ser más un elemento de distribución regresiva del ingreso en nombre de la lucha contra la inflación.
En conclusión, citemos a Jeffrey Frankel, un economista estadounidense, que escribía en mayo de 2012 sobre la fascinación de los banqueros centrales por las metas de inflación, tanta y tan perdurable que no vieron la crisis mundial de 2008: "Es con tristeza que anunciamos la muerte de las metas de inflación. Este régimen de política monetaria, conocido como RMI, evidentemente falleció en septiembre de 2008. La falta de un anuncio oficial hasta ahora atestigua la estima en que era considerada, su utilidad como ornamento de credibilidad para bancos centrales y el miedo de que quizás no existan buenos candidatos para sucederla como ancla para la política monetaria." Cuidémonos pues de la novedad, que no es más que ignorancia del pasado, de sus gravosas consecuencias económicas, así como de la satisfacción del establishment por sus voceros políticos.
Fuente: Opinión 29 de octubre 2013
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