Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

24Feb/210

Horacio Verbitsky. El oscuro día de los moralizantes – Por Horacio González

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Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Un riesgoso fanatismo, un alud que cae violentamente sobre un único individuo que súbitamente concentra las acusaciones en que se cifran, si fueran dichas de otra manera, todas las frustraciones colectivas, las innumerables desistencias de la vida social argentina para evitar convertirse en un ámbito problemático. Una catarata que renueva sus aguas revueltas con una penitenciaría de flechas envenenadas contra un hombre que pasó su vida en un combate contra las condensaciones políticas que se deleitaron creando espanto y horror, y que ahora parecen haber revelado, en un único acto de su vida del que se arrepiente, que la impugnación a emisarios de la muerte organizada desde el Estado -en oscuros períodos que es imposible olvidar-, era una fantasía de alguien que llevaba en sus venas el deseo de actuar sin pedir turno, saltarse el lugar en la cola. Si somos prístinos en la vocación de pensar la política, debemos seguir siendo capaces de analizar sus problemas en vez de emplear hachas de sílex que caen sobre el “enemigo del pueblo”. Recordamos con esta expresión al Doctor Stockmann, el famoso personaje de Ibsen. Ojalá, estuviésemos entonces discutiendo una obra de teatro de un gran autor noruego. Stockmann, como médico había descubierto que estaban contaminadas las aguas del lago turístico del pueblo, y los políticos que lo saben, aunque lo niegan para no arruinar un negocio. Consiguen que el pueblo acuse a Stockmann, que a su vez, mantiene la idea de que los pueblos son fáciles de engañar. Con las enormes diferencias del caso, Horacio Verbitsky ha sido declarado “enemigo del pueblo” en una gran carnavalada de hipocresía y agua bendita.

¿Es el “enemigo del pueblo”? Si alguien fue capaz de decirlo, consultando quizás el acervo de grandes frases del teatro clásico, no se tomó el trabajo de consultar lo inverosímil de sus anatemas. “¡Se atribuye un privilegio cuando hay cincuenta mil muertos en el país!”. La insólita acusación es grave a dos puntas. Una es obvia. Verbistsky se vacunó sin acatar la larga espera a la que muchos estamos sometidos, corriendo la suerte de miles y miles de hombres y mujeres que vivimos con tristeza estos tiempos de cerrazón para las preguntas fundamentales sobre la vida, que no es que se ausenten, pero vienen demasiadas veces montadas en la televisada caballería de la impugnación, el insulto fácil, la moralina proclamada desde la supuesta  indemnidad personal de quienes se saben envueltos en celofanes, purezas de facultades de juzgar al prójimo en un escupitajo de desprecio. Inquisitoriales, se basan en un error personal para preparar la desmesura de hacerlo cargar con una insensibilidad estadística hacia los muertos que va dejando este estropicio que originó debates filosóficos, ecológicos, científicos y toda clase de especulaciones sobre una geopolítica de las vacunas, en la que tanto tienen que ver los que usan toga de moralistas, mantillas de severos analistas políticos.

Nos vacunábamos desde chicos en las escuelas públicas, con una mera intervención de un enfermero que pasaba alcohol en nuestros tiernos brazos, bastaba hacer una cola como un trámite republicano, llamémoslo así, pero ahora esperamos la vacuna como una centella mesiánica salida ya de laboratorios cuyos nombres proféticos no conocíamos meses antes. Gamaleya, AstraZeneca, Pfizer. Este último nos era más familiar, pues como los grandes laboratorios occidentales tanto produce vacunas contra males específicos como gases asfixiantes y otros artículos vinculados a la violencia y la guerra. Pero ahora adquirían aspectos mesiánicos, heroísmos hospitalarios justamente conmemorados, y hasta entonaciones socialistas como dijo Iñigo Errejón en un reportaje desde España, donde comparó la vacuna a un “acto casi socialista”. Hace casi un siglo, los socialdemócratas alemanes dijeron que el correo postal era ya un indicio de socialismo. Comprendemos a estas personas y estos pensamientos benefactores que se entusiasman con aspectos científicos supletorios de la voluntad humanan política. Más de un siglo después el Correo no mostró esas virtudes que el candor político le atribuía, y su sucesor tecnológico, las “redes sociales”, se muestran especialmente como un reservorio de frases ponzoñosas, sostenidas en el anonimato, pero especialmente activas en la quiebra general de los tejidos asociativos que crean expectativas mutuas de solidaridad. Y no suelen evitar la injuria babosa, el escarnio ponzoñoso y la piqueta pública avalados por “tantas y tantas miles de visitas”. Se dice “las redes” como si se mencionara un ser, antropófago y ávido de devorar cuerpos vivos, canibalizarlos provocando un pequeño éxtasis domiciliario pues con el computador en nuestro penumbroso dormitorio podemos lanzar epítesis que producen un secreto espasmo, impiden pensar, pero producen un secreto temblor en nuestras soledades.

El caso de Horacio Verbitsky se prestó para que se concentrara la polución colectiva de los grandes medios de comunicación, recogiendo las ansiedades malogradas de miles y miles de personas que dirigieron hacia ese punto -ese único e impensable punto-, sus desbaratadas ganas de ultrajar. Bastaba que en ese punto apareciera la figura de Horacio Verbitsky. Una figura pública que durante más de medio siglo fue reinventando una modalidad de periodismo que sin perder sutileza, ironía y fino sarcasmo, se dedicó a desnudar las tramas ilegales, represivas y destructivas de las formas políticas más horrendas que conoció la humanidad, desde actos de sufrimiento y aniquilación producidos en personas con compromisos políticos revolucionarios hasta esquemas ilegales de negocios que estrujaron hasta dejar exangüe a un país, el nuestro. ¿Se olvidó eso? Los grandes medios que sacaron sus relucientes armamentos hechos de emoticones y rabiosa opinología, se frotaron las manos. Los grandes privilegiados históricos del último medio siglo argentino encontraban al que los denunciaba, por fin, en el subsuelo de un fantasioso alcázar de alquimistas, con enfermeros togados que manipulaban probetas humeantes de ungüentos salvadores para unos pocos que habían mostrado su contraseña para entrar al Vacunatorio Esotérico del Doctor Caligari.

 

 

 

Pero preocupa mucho el primer resorte que muchísimos compatriotas, ciudadanos o militantes, encontraron para la condena máxima. Pero no hacían más que exhibir el mayor truco que contiene nuestra conciencia. Imaginar que es válido hacer excepciones para nosotros mismos, porque no son dañosas para nadie, salvo para un elástico moral abstracto que sabremos también reparar cuando llegue el caso. Eso no lo justifico. Pero pensar que nunca cubriríamos con un pretexto adecuado, o de último momento, una acción levemente fuera de norma, no sería solo la dispensa de nunca haber leído a Kant, sino no saber cómo opera el flujo impetuoso de la vida cotidiana en cualquier lugar que sea. No saber tampoco revisar nuestra conciencia que declaramos impoluta ante nuestro goce sigiloso cuando cae un ídolo -mito esencial de las culturas-, lo que nos puede llevar a una cacería de sospechosos donde mostramos la vidriera de nuestra supuesta pureza, los firuletes vistosos de nuestra auto postulada composición pudorosa, sin percatarnos que podemos participar perfectamente en crear un monstruo persecutorio en la sociedad argentina. Alimentaremos entonces personajes que ven la política como una provocación permanente de las corrientes subterráneas de un mundo calcinado por la espera de las compensaciones que no llegan, valores oscuros que las derechas atienden dando rienda suelta al usufructo de esa satisfacción atormentada. Es la risa del Satiricón, que aprovecha para hacer la comedia de su abstinencia cuando ve que han tropezado hombres o mujeres que a lo largo de su vida mantuvieron las banderas de un virtud democrática y revolucionaria que no por eso los hacía perfectos ni angelicales.

Claro que Verbitsky hizo mal al no contener el impulso que tenemos todos de ser vacunados, y hasta diría, de creerle a Errejón, de ser éste un hecho “casi socialista”. Tiene 79 años, miembros de su familia en riesgo, uno ha fallecido del mal. Yo digo, aun así hubiera tenido que no ceder a este llamado de protección, justamente porque es portador del nombre de Verbitsky. Pero se puede evaluar todo, tenemos a la vista el conjunto de los símbolos disponibles. Menos el que nosotros por ventura somos, y más cuando en nuestra vida se arrastran sin advertirlo demasiado, toda clase de memorias, debates, combates, encuentres y desencuentros. Ese destino quizás estaba esperando a un escritor y periodista sin el cual la Argentina sería aún peor en sus mañas carnavalescas, con sus Savona rolas apostados en el parlamento, en las señoras envueltas en sus inclementes delirios que piden sangre y fuego invocando religiones para usufructo de sus propias herejías.

Pero al haberse vacunado Verbistky y luego intentar explicarlo con un equivalente en el diario Clarín, fue en mi opinión lo que a veces suele llamarse una “tentación del oficio”. Un aluvión de comentarios donde locutores, foristas de los diarios, colaboradores de las instituciones de derechos humanos, militantes de todo tipo, desconcertados, o cuidadosos de no mover ni una pajita en este momento tan complejo, demostró que un error ya reconocido -y no en nombre de ninguna vanidad que si le incumbe, es la misma que siempre aflora invisible cada vez que hablamos-, provocaba tempestades. La oleada de críticas recibidas deja la idea de una sociedad resquebrajada aun cuando intenta restituir un sentido igualitario, lo que estaría bien si no hubiera un ensañamiento que tiene sus derivaciones políticas manifiestas. En verdad, lo único que todo ser humano solo posee, es una carencia última para explicarse a sí mismo. Eso le pasa al mozo de un bar, al cocinero, al ministro, al politólogo, al sociólogo, al odontólogo, al psicoanalista, al literato o al personaje público que cree que sus logros son un destino que llevaba oculto un premio exclusivo para el petulante que se cree Julio César. Vi la nota de Verbitsky de este domingo como la de un hombre apenado, que ha percibido las luces agoreras del abismo.

Personas que creían heridos sus derechos, entraban en el consentimiento universal de reaccionar ante el escándalo. y aquí viene la frase que muchos tomaron desde el inicio…. Mientras hay cincuenta mil muertos…etc.…etc. Una acusación gravísima, pero gravísima es la aciaga situación que atravesamos. Son muchos los que opinan que hay una Culpa vestida por el hombre que se encaminaba nocturnal hacia el Gabinete de Inyecciones Exclusivas Bajo la Mesa. ¿No es absurdo adjudicarle al autor de una trasgresión, una culpa que provendría de una estadística de muertos que, si analizamos con templanza la situación, sería pura demagogia pensar que es de responsabilidad directa de tal o cual vacunado de manera intempestiva? Pudo haberlo omitido como acto, pero un descuido inusitado no lo llevó a una abstención. ¿Un gran número de personas podría confundir una actitud inadecuada con una indiferencia general hacia el sufrimiento de los otros? Al parecer, esto está ocurriendo. Pero no parece que nadie tenga derecho a este tipo de enjuiciamiento inquisitorial, destinado al “enemigo del pueblo”. Deben saber que con esa actitud borran, también, no solo los latidos de una vida pública, sino los de una causa mayor, que lo sigue siendo. Es la de Argentina, los resultados que dejó el terrorismo de Estado, que aún hay que reparar. Y también los del Neoliberalismo, pues sus terminales nerviosas siguen activas en los subsuelos ya no sublevados de la sociedad argentina, y lo notamos en todos lados, en la conversación de los de la mesa de al lado del bar, en el cliente que está detrás nuestro en la panadería o en la desconfianza que reina en la selva de barbijos deambulantes.

 

Nunca es fácil advertir cuáles son las figuras anímicas que fundan la madeja entreverada que conforma la intimidad de una persona. Ha pedido disculpas, Verbitsky, por un actuar indebido en temas de vacunación que fue visto como un privilegio indebido. Estoy absolutamente atraído por la fuerza de ese argumento, pues hay una lucha por un elemento escaso y demoras en su distribución adecuada, si no fuese esta una fuerza que también hay que analizar. Y que nos propone varias reflexiones. Asombra el enjuiciamiento que reunió a un conjunto enorme de indignados, en especial los magnates de Clarín, cuyos privilegios tienen raíces profundas y no son la excepción de un día, sino que son el cemento diario en que se mueven. ¿No es necesario pensar en las personas mayores de la ciudad de Buenos Aires que, protestando con toda razón, veían caer el sistema informático donde deberían anotarse? Esto equivalía a la caída de una esperanza de vacunación que para muchos adquiere ahora una aureola de donde debería salir el Arcángel Gabriel anunciando la decisión sagrada de la inoculación exenta de cualquier aspecto brumoso, con laboratorio al servicio de la vacunación “socialista”, sin nubes malignas y perturbadoras. Pero no. La cuestión era seguir sacando provecho del deterioro de la política como vida emancipada de telarañas que sudan el fino odio de su moralina implacable.

Las causas que hay que investigar no recaen sobre una persona en particular, sino en las condiciones en que se mueven las fórmulas de las finanzas y la economía informatizada en todo el planeta. La vacuna, en su desarrollo y transporte, no es obra de la imaginación científica transparente, sin procesos de fabricación exentos de los condicionamientos de un régimen social determinado, con procesos de investigación que se atienen a normas científicas que como vimos durante todos este período, fueron objeto de un arduo debate, y sobre todo con normas de distribución que son opacas y extremadamente dudosas, teñidas de fantasiosas especulaciones y sometidas a un pensamiento primitivo que juzga su eficacia por los criterios a los que llegó un conocimiento no exento de razones llamadas “ideológicas”. Si es que estas fueran aluna vez extirpables de la conciencia humana, no es este el caso. La ciencia se ejerce entre decisiones políticas, esquemas de decisiones y distribución regidos por lógicas equivalentes a las del mundo corporativo, financiero y de acumulación de poder que es en que realmente vivimos.

¿Tiene sentido llamar socialista a la distribución de Vacunas, en el sentido que le toca al pobre y al rico por igual? Aun si fuera así, si no hubiera nadie el mundo fuera de una lógica de cumplimiento igualitario que acate los turnos -que son los tiempos jeroglíficos e inesperados que nos tocan a cada uno en el cumplimiento de reglas- las mentes moralizantes buscarían culpables. Es lamentable que el caso de Horacio ocurriese con una persona pública que hace más de medio siglo creó un oficio, una escritura y una pasión que actúa de distintas maneras en la imaginación lectora argentina. Todo ocurrió -pues hay que decirlo, Horacio no es una persona fácil, es decir, posee una voluntad política drástica, vehemente- como para satisfacer a quienes querrían verlo incinerado en la hoguera de vanidades por voluntad propia. ¡Qué diablos! ¡Que Verbitsky no sacara más su fundamental Revista! Decisiva en lectura política y en la lectura que hereda en el país las corrientes de ideas más vivaces respecto a la vida social no coaccionada por monopolios del sentido. Querían las jaurías moralizantes aplazar para siempre a Verbitsky, que se ha disculpado. Retoma su tarea con heridas. Pero le cuestionan incluso la forma de disculparse. Nada será fácil. Se produce por este episodio la caída de un buen ministro. Pero la preocupación que nos embarga es la de que en el país se despierte, tan rápido, una suerte de floración de esas fraseologías moralizantes que nos dan la ansiada clase de cómo ser una persona “tan buena como yo”, al mismo tiempo que se destruye la posibilidad de conversar de otro modo sobre un tema crucial. La recreación de una vida pública como ética visible en acción, como una filosofía de la praxis, no como una denuncia fantasiosa de los guardianes de una ley sobre la que han escupido a lo largo de una lóbrega historia.

 

Buenos Aires, 21 de febrero de 2021.

*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional

14Feb/210

OBSCENA DESIGUALDAD

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La mejora de los ingresos de los trabajadores necesitará de un bloque social y político organizado

 

Los tiempos de pandemia siguen siendo los que imponen un determinado cauce a la vida económica mundial. El que finalizó fue un año en que la mayoría de los países han tenido una caída de su PBI. También los ha afectado una fuerte asimetría en el comportamiento de los distintos sectores de la economía. Mientras áreas que han tenido como centro la tecnología digital han crecido sustancialmente, otras de servicio y esparcimiento social han decrecido. Así, la peste condujo las modificaciones  acontecidas en la esfera global, y no la planificación democrática de las sociedades. Pero algo más grave ha sucedido. La época del Covid-19 no produjo, hasta el presente, las transformaciones en el paradigma de vida de la humanidad que muchos desearon y previeron al principio. El surgimiento de las vacunas, fruto del desarrollo de la ciencia y herramienta hacia la solución de la pandemia, desvistió el egoísmo y la falta de solidaridad de muchos de los países centrales respecto de las periferias. La intensidad de la vacunación en los primeros es opuesta a la de las segundas. La lógica del beneficio y el estilo contractual, como si la vacuna se tratara de una mercancía, predomina sobre una distribución equitativa y extra-mercantil de un bien de subsistencia que no puede tener el mismo precio en África que en los Estados Unidos.

La Argentina ha tenido en ese sentido conductas que privilegiaron la vida. Es notable la diferencia entre la infraestructura de atención lograda en el país respecto a otras naciones de América Latina. Resulta de gran valor recuperar como una decisión certera y humanitaria la cuarentena que permitió ganar el tiempo para desplegar las obras que alcanzan el nivel de suficiencia para que ningún ciudadano se quedara sin atención. En otros países de la región la ausencia de establecimientos y de camas, como de otros elementos para la atención de los enfermos, ha trasuntado el grosero y malintencionado ataque de la derecha que descalifica las decisiones tomadas en los primeros momentos de la peste.

Por otro lado, como ocurrió en muchos de los discursos de Davos, omitir el abordaje de la solución del problema central de las economías que es prevenir y curar, vacunar y establecer las correctas medidas de cuidado, reemplazándolas por una ideología de reformas al capitalismo neoliberal de la pospandemia, construye un velo sobre la destrucción de los derechos sociales que  la peste exhibió, como el debilitamiento de los sistemas de salud que ese modo de organización de la vida económica y social conlleva.

 

 

Crecimiento, desarrollo y retenciones

En Argentina, la plutocracia que gobernó durante los cuatro años de la administración de la Alianza Cambiemos provocó el deteriorado escenario en que luego se desplegaron los daños de la pandemia. El aumento de la pobreza y de la concentración económica fueron signos de esos tiempos. Hoy el debate debe centrarse en cómo invertir y contrarrestar esa tendencia. Se trata de sustituir importaciones, por supuesto. Se trata de aumentar exportaciones, también. Consiste en promover la inversión y el aumento del PBI, sin duda. Pero además se requiere avanzar hacia una sociedad menos consumista, más solidaria y con igualdad.  Ese fue el sentido del discurso de Alberto Fernández en el G20 y en el Foro de Davos. También el criterio de Cristina Fernández cuando enunció la necesidad de terminar con un sistema de salud dividido en tres y hacer una reforma que introduzca mayor justicia social, equidad de atención y eficiencia del gasto.

La discusión del desarrollo es un tema central.  El neoliberalismo la subsumió en el debate sobre el crecimiento como si fueran una sola cosa. La preocupación central de la Nación debería ser el desarrollo. No sólo cuánto se produce y cuánto se invierte sino también en qué y quiénes lo efectivizan. No sólo cuántas divisas se conseguirán exportando sino, además, qué diversificadas son las exportaciones y qué sistema tecnológico y de organización de la producción hay detrás de ellas. También resulta clave conocer la distribución regional y federal de la producción.

Paradojalmente en estos tiempos de pandemia los precios de las exportaciones tradicionales y de los bienes de sus cadenas crecieron sustantivamente. La soja, que además de ser base de las mayores exportaciones, constituye una cuasi-unidad de cuenta en muchos contratos y relaciones de la producción de la pampa húmeda, aumentó más de un 30%. En ese contexto nuevamente los sectores ligados a esa producción se opusieron con belicosidad a la instalación de las retenciones. No resulta ocioso volver a destacar las tres características virtuosas de ese instrumento para la economía argentina:

  • Permite desacoplar los precios internos de los internacionales evitando el traslado de los mismos a bienes-salario consumidos por toda la población, y de significativa incidencia en los gastos de los sectores populares.
  • Es útil para igualar las productividades entre sectores con diferentes grados de madurez, apuntando a la diversificación productiva y, también, de las exportaciones. El logro de estas metas favorece generar una economía con mayor empleo y, asimismo, combatir la exclusión social. Es una política que promueve el despliegue de un paradigma de desarrollo científico y tecnológico mucho más amplio e importante en el proceso de producción. La diferencia de productividades en la economía nacional no sólo obedece a la diferente madurez sectorial, sino a cuestiones de orden natural. Especialmente a la fertilidad del campo de la pampa húmeda. Este fenómeno de aumento de precios por la situación internacional intervenida por la pandemia se traduce en beneficios para el sector tradicional, exclusivamente determinados por la renta diferencial. En términos rigurosos y acertados de la economía clásica no deviene del esfuerzo o riesgo empresario sino, en su totalidad, de esa renta. De una renta que hoy es apropiada y distribuida a través de toda la cadena agroalimentaria. En la que, además, existe un grado de concentración intenso tanto entre los productores como en las industrias aguas abajo del proceso productivo del complejo agroexportador.
  • Permitirían un aumento sustantivo de la recaudación en un momento de tanto requerimiento como es el de la peste que hoy sufre con intensidad el país.

La confrontación de los sectores vinculados a la producción de la pampa húmeda con las retenciones, que impide una correcta utilización del instrumento, obedece a razones que exceden el mero coyunturalismo de la ganancia inmediata. La propuesta de política de aquéllos es de un sentido estrictamente opuesto a la planteada por Marcelo Diamand, que entendía la necesidad de instrumentos de este tipo en pos de la industrialización del país. El comportamiento de los grandes productores de la pampa húmeda y los oligopolios de la agroindustria está dirigido a sostenerse como poder económico hegemónico del país, procurando que la Argentina dependa sólo de las divisas que ellos producen, además de pretender apropiarse “eternamente” de la renta diferencial de la tierra. En el sentido de Michal Kalecki, la preferencia que moviliza esa oposición a la medida está estrictamente ligada a una cuestión de control del poder.

Tal como está construida hoy la lógica de los grandes propietarios en la cadena, persiste en el marco de relaciones de producción capitalistas una conducta oligárquica. El carácter regresivo de un proyecto basado en la especialización de una producción, que tiene su fundamento clave en la potencialidad de la captura de rentas, resulta aún más grave debido a que la profundización de un régimen de ese carácter también agudizará los términos y rasgos de la inserción pasiva de Argentina en la transnacionalización. Esto agudizará las características periférico-dependientes del país. La virtud de las retenciones móviles, cuyo proyecto de implementación fue tan resistido por la cadena del agronegocio, era mantener constante la renta diferencial percibida por el sector y redistribuir el excedente a otros sectores económicos y sociales. Ese tipo de objetivos ejemplifican claramente aquéllos que son específicamente de las metas del desarrollo, respecto de otros que coinciden con las del crecimiento.

Los participantes del agronegocio tampoco aceptaron la implementación por parte del Estado de cupos a las exportaciones, para garantizar las ventas en el mercado local de productos esenciales para la alimentación del pueblo. Esta conducta entronca con el objetivo de reservar la vida económica y productiva a la decisión privada, impidiendo la intervención y participación  de las autoridades elegidas por el pueblo sobre esas esferas. Estos comportamientos constituyen el núcleo del vaciamiento de la vida democrática. Tanto como el lawfare y la cooptación del Poder Judicial.

Esa es la razón por la que sólo se limitaron a prometer la constitución de fideicomisos de gerenciamiento privado, con una ingeniería cuyo objetivo sería mitigar la escasez de bienes-salario frente a las oportunidades de la demanda mundial. Con este tipo de instrumentos, los objetivos cubiertos por lo descripto en los items 2 y 3, expuestos para las retenciones, quedan incumplidos. También obstruye la intensidad de la regulación estatal de la economía, cuando con medidas de fuerza ese poder oligárquico impide la cupificación directa del Estado sobre las ventas al exterior.

 

 

Destituir el paradigma de Mont Pellerín

El desalojo del poder democrático de la intervención en la economía es el principio fundamental que los intelectuales de Mont Pellerín establecieron para los principios neoliberales. En Davos, ante la decadencia de la hegemonía del paradigma fundado, entre otros, por Hayek, Friedman y Popper, aparecen los proyectos continuistas de remozamiento del régimen, bajo títulos como “responsabilidad social empresaria”, “capitalismo de las partes interesadas”, “esfuerzos público-privados”. Pero son palabras de una misma lengua. Tal vez, con la variante de una inclusión estatal como rueda de auxilio del sector privado oligopólico, pero subordinada a la iniciativa y lógica de comportamiento de este último. Cualquier intervención estatal es entendida por los “reformadores” de Davos, desde un dispositivo corporativo que conserve la formalidad democrática fuera del perímetro de la economía. La primera rueda de auxilio fue colocada con las políticas monetarias utilizadas para mitigar la crisis de 2008, que salvaron de una peor hecatombe  a la financiarización frente al desbarranque producido por la autorregulación absoluta establecida durante la década de los ’90 en que se predicó la religión del fin de la Historia.

La hegemonía del agronegocio y las finanzas en la economía nacional no ha sido sólo una presencia desplegada en lo productivo y en la detentación del poder económico como “poder real”. La extensa época de su predominio, la reiteración de gobiernos que construyeron instituciones para instalarla, favorecieron una impregnación social de sus pautas de vida y sus principios. Los empresarios del sector industrial adhirieron a reivindicar el retiro del Estado de la vida económica, mientras también se sumaban a las prácticas de la financiarización, que basadas en a la apertura de los movimientos de capitales les permitían fugar sus excedentes al exterior. Así se dio la paradoja de la colaboración de los empresarios concentrados de la industria en un proyecto de desindustrialización.

En este contexto no resulta fácil para un gobierno con metas democráticas, nacionales y populares encontrar los modos y caminos para transformar la economía y la sociedad, lo que inevitablemente le requerirá modificar las relaciones de poder y la remoción de la inserción pasiva, desde un rol periférico-dependiente, de la economía del país en la transnacionalización.

Tampoco será fácil llevar a cabo el objetivo de recuperación del salario real, estipulado para este año en un objetivo del 4%, y cuya recuperación a niveles dignos requerirá de un ritmo más intenso en los años posteriores. Esas mejoras de los ingresos de los trabajadores, unidas al aumento del empleo, necesitarán para afirmarse como política de largo plazo de la construcción de un bloque social y político organizado con la densidad que le permita contrapesar el desbalance en favor de una minoría plutocrática que la dictadura militar, el menemismo, la Alianza y Cambiemos se esmeraron en construir

7Feb/210

ENTRE DISTOPÍAS Y ESPERANZAS Los dos caminos dibujados en Davos

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El Foro Económico Mundial que se reúne anualmente en Davos tiene el objetivo de reunir a grandes empresarios, personas que poseen la concentración más alta de riqueza en el mundo desigual del presente, líderes de las grandes potencias mundiales y gobernantes de países periféricos. La composición de los encuentros de Davos refleja con nitidez el sentido intelectual de los mismos y el tipo de intereses e ideas que resultan hegemónicos.

Néstor Kirchner y Cristina Fernández  decidieron la no participación de sus gobiernos  en esos encuentros. Luego de discontinuarse en el 2003, la participación argentina se reanudó en el año 2016. El Foro Social Mundial tuvo nacimiento, en parte, como un contraforo del de Davos, con ideas, objetivos y orientaciones opuestas.

El Foro de 2021 se realizó con conexión remota y sin presencialidad debido a la pandemia. Así, el tema de la peste constituyó una cuestión dominante del debate. Lo discutido en Davos confirmó que los intelectuales, dirigentes sociales y políticos están visualizando la alta probabilidad de cambios en el funcionamiento de la economía mundial para la pospandemia. Su dirección y profundidad aparece expresada en distintas opiniones, encuentros y manifestaciones que se realizan. Hay quienes hacen postulaciones de cambios radicales, a partir de la exposición desnuda que el despliegue de Covid-19 hizo de un mundo injusto, desigual y con una concentración opulenta de la riqueza conviviendo en sociedades con multitudes humanas sumergidas en la miseria. Otros temen por la caída de los fundamentos de un régimen que los privilegia, y postulan versiones gatopardistas para que cambie algo en función de que nada modifique las relaciones de poder que permitieron las obscenas diferencias con las que las minorías acomodadas y las mayorías oprimidas y excluidas enfrentaron la pandemia. No resulta ocioso señalar que el Summit del G20 en Londres, durante la “crisis de las hipotecas” de 2008, produjo un documento final que se hacía eco del clima de crisis del paradigma neoliberal y asumía la necesidad de cambios que redujeran la desigualdad y la pobreza, promovía mayores regulaciones financieras y criticaba las condiciones previas de la economía mundial. Sin embargo, cuando las aguas se calmaron emergió una lógica de correctivo continuismo de lo preexistente, en la que predominaron planes de consolidación fiscal que hundieron a muchas de las economías periféricas o con mayor debilidad.

Una de las diferencias que aparecieron en los discursos de Davos fue que algunos adherían a la caracterización de que se transitaba la entrada a un período de pospandemia,  mientras otros, como Xi Jinping, subrayaron que proseguían los tiempos de pandemia y que las preocupaciones sobre las características y las políticas necesarias para enfrentarla constituían la cuestión sustantiva de la época. En referencia a las diferentes miradas sobre la post-peste, es imperioso ver que en tiempos de Covid las desigualdades se profundizaron en lugar de mitigarse y no se debe pasar por alto que esta tendencia podría no ser ajena a la sociedad pospandémica.

 

 

El capitalismo de los stakeholders  

Esta propuesta debatida en Davos revela una fuerte crisis de ideas e imposibilidad de cambios del capitalismo de la financiarización, en el cual predomina la lógica de maximización de ganancias  y el predominio de las remuneraciones a los fondos de inversión financiera por sobre la tasa de beneficios del capital productivo.

La ingenuidad y falta de solvencia académica y teórica del cambio en el capitalismo promovido por los líderes de la mayoría de los países centrales acompañado por las “ideas innovadoras” sobre la sociedad de los empresarios multimillonarios, quedaron expuestas en la propuesta del capitalismo de stakeholders. Su denominación españolizada es “capitalismo de las partes interesadas”, y su axioma clave postula que las empresas desempeñen el papel director de las economías, pero sujetas a una serie de condiciones éticas que incluyen consideraciones respecto de la justicia social, la mitigación de la desigualdad y una actitud activa en el cuidado del medioambiente. Estaría basado en un cambio de la conducta empresaria. Una transformación de carácter “moral” que modificaría el móvil de la empresa capitalista. Consiste en llevar al centro de la escena a lo que dio en llamarse “responsabilidad social empresaria”.

Todos los autores de la economía política clásica sostuvieron que el modo de producción capitalista tenía como lógica de su dinámica la conducta de la maximización de la ganancia empresaria. Smith la describía como la paradoja de un mérito. El crítico de esa escuela, Marx, desarrolló todo su trabajo adoptando ese postulado. En las bases de la economía neoclásica y marginalista, sustento del mainstream contemporáneo, también está presente el mismo axioma  en la lógica de la minimización de costos para maximizar ingresos. En la obra de Keynes la cuestión de la conducta empresaria está basada en la ambición del empresario y sus conductas respecto de la percepción de las condiciones coyunturales de la economía.

Más que una propuesta realista, los “buenos” promotores del Foro Económico Mundial parecen predicadores de una religión laica. Realizan un llamado a un comportamiento empresarial que mejore el bienestar social. Pretenden ese comportamiento de los poderosos protagonistas de la financiarización. En la lista de ponentes que incluyó el encuentro virtual de hace unos días estaba Larry Fink, el CEO del principal fondo de inversión de Wall Street, Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, y Marc Benioff, director ejecutivo de Salesforce.com.

En dos cosas el poder hegemónico de Davos resulta taxativo:

  1. El capitalismo resulta indiscutible, y
  2. El sector público no debe manejar la economía. O sea que los paradigmas previos a la contrarrevolución neoconservadora deben quedar bien enterrados.

Hubo una prédica insistente desde la conducción del Foro y sus hegemónicos líderes occidentales respecto a la promoción de la “economía verde”, la urgente reducción de las emanaciones de carbono y la utilización de energías limpias. Pero sin discriminar los deberes de los países desarrollados respecto de los dependientes en esa tarea. También se propugnó la colaboración público-privada para la intensificación de la innovación tecnológica, especialmente de la economía digital. Hubo referencias a mejorar condiciones sociales, como la disminución de la desigualdad y la limitación a la concentración de la economía. El pilar para sostener todo esto sería la empresa privada, pero imbuida de responsabilidad social. No hicieron referencias para terminar con la promoción de la flexibilización laboral, ni para construir sociedades sin desempleo. Sólo un apunte de Angela Merkel planteando que los sectores digitales fueron beneficiados por la pandemia, y los de servicios, perjudicados.

El gran ausente de esta edición del Foro fue el gobierno norteamericano, seguramente por la traumática transición política. Pero fue evidente en el conjunto de las exposiciones la bienvenida a Biden y al final del gobierno del ultraderechista Trump. El motivo, la coincidencia en la restauración del multilateralismo previo a la llegada de este último al poder.

 

 

La pospandemia en la mirada de los líderes occidentales

Merkel reconoció que el sistema de salud en Alemania es de carácter individual y no contempla la atención primaria comunitaria. En cambio reivindicó como una fortaleza de la sociedad alemana el sentimiento de solidaridad. Sentenció que la concentración de la economía debe detenerse. Pero, a la hora de formular una propuesta de organización de la economía posterior a la crisis, la líder conservadora recurre al viejo slogan liberal de la  “economía social de mercado” que popularizó Ludwig Erhard, miembro de la sociedad Mont Pellerin –cuna del neoliberalismo—  y que fuera pregonado en nuestro país por Alvaro Alsogaray. Merkel le agrega “la responsabilidad social empresaria”, para estar a tono con el eje propuesto por la convocatoria al Foro. Hace algunos diagnósticos progresistas, que revelan una lectura atenta de la realidad, y propuestas gatopardistas,  cuya debilidad refleja la incapacidad, desorientación e imposibilidad para construir un futuro diferente para el capitalismo financiarizado.

Emmanuel Macron hizo una intervención apologética de las décadas de neoliberalismo. Sostuvo que durante ese período accionistas y consumidores se beneficiaron como nunca y elogió los cambios tecnológicos y la modernización productiva durante ese período. Su intervención revela un alto nivel intelectual que no permite presumir como una omisión involuntaria, la no mención de las virtudes que pudo haber tenido la llamada época del “capitalismo de oro”, con su modelo del Estado de bienestar. El Presidente francés es, sin duda, un entusiasta de la economía de libremercado. Pero luego debe situarse en el clima de época de la peste, y señala que el modelo del apogeo del liberalismo neo no es replicable para el futuro, pasando a enunciar consecuencias no menores (asimilables a efectos no deseados o colaterales) del liberalismo neo: la financiarización —cuando asigna sobreremuneración a una facción social—, la pérdida de empleos, el deterioro de los salarios, la externalización del empeoramiento climático. Tampoco ahorró la mención de una amenazante crisis de la desigualdad, de la demanda y climática. Pero en relación a su propuesta de sistema pospandemia, Macron resulta taxativo y coincidente con Merkel en la salida gatopardista.

El Presidente francés hace suya la propuesta del “capitalismo de las partes interesadas”, una definición con pretensiones más académicas que la de “responsabilidad social empresaria”. El gobernante galo advierte que el activismo estatal no puede, ni deber, ser la única –ni la predominante— respuesta para detener las externalidades negativas. Los Presidentes de las naciones hegemónicas de la Unión Europea coinciden en predicar la necesidad de disminuir el gasto fiscal incrementado durante la pandemia y en la vocación de poner un límite a la intervención del Estado. El enunciado de Macron de que no se puede pensar la economía sin lo humano va de la mano con la convocatoria  a un cambio de la actitud empresarial que corrija las plagas neoliberales. Ningún cambio de rumbo. Una manifestación de deseos ingenua, o tal vez cínica.

La ministra de Relaciones Exteriores española se pronunció contra el “nacionalismo sanitario” y por una justa distribución de las vacunas a los países pobres. Advirtió sobre la inadmisibilidad del incumplimiento de contratos por parte de los laboratorios respecto a la entrega de esas vacunas para enfrentar la pandemia. También pregonó reglas del juego justas para el mundo digital. Sin embargo repitió como conceptos de valor estratégico la confianza y la transparencia, una música ligada a la crítica de lo público y la valoración de la iniciativa privada. Cuestión que reforzó con su posición promotora de la alianza-público privada para la investigación y promoción de las medicinas de prevención y atención del virus.

 

 

Continuismo explícito

Los posicionamientos más derechistas y sin revisionismos respecto al neoliberalismo fueron los del Presidente israelí Benjamín Netanyahu y el canciller brasileño Ernesto Araujo. El primero reivindicó la continuidad de la desregulación económica, la desburocratización de las reglas y la educación y el mercado libre como pilares del desarrollo económico. Hizo la analogía de las vacunas contra Covid con las municiones para la guerra. Pero exhibió el liderazgo que su país adquirió en la cantidad de vacunados, adjudicándolo a la flexibilidad que tuvo respecto del precio a pagar por las vacunas. El brasileño se refirió a la importancia que tiene el reconocimiento a los Estados Unidos como la superpotencia de la libertad, “porque esa es la garantía para impulsar ese valor en el mundo y en el continente”.  Araujo sentenció que su país recupera, con el gobierno de Bolsonaro, la democracia y la libertad. Propició la dinamización de la OMC como política para promover la apertura económica y la democracia, categorías que emergieron en su discurso como indisolublemente unidas.

 

 

Contrahegemónicos

Xi Jinping afirmó que la “historia avanza y no se vuelve atrás”. Hizo un aporte crítico del tono general del encuentro. Expresó que “no todos los países tienen el mismo sistema social” y que era necesaria la coexistencia pacífica entre los países de distintos regímenes de organización social. Afirmó que sin la comprensión de esa diversidad no habrá progreso social. Llamó a reducir la brecha de desarrollo entre países y advirtió que la pandemia agudiza la polarización entre países ricos y pobres. Se pronunció contra la lógica de la Guerra Fría, y enunció los valores de: paz, desarrollo, igualdad, justicia y libertad. Promovió un sistema internacional en donde no se use la potencia del más fuerte para imponerse frente a los países más chicos en la resolución de diferencias. Manifestó que hoy sigue siendo más importante atender la pandemia como problema clave, expresando que estamos en épocas de seguir pensando la peste, contrastando con las reflexiones centradas en suponer que estamos en tiempos de salida de la pandemia. Reivindicó un multilateralismo de iguales. Señaló que China erradicó recientemente la pobreza extrema y definió a su país como de un sistema socialista moderno.

Putin dijo que existe una crisis política mundial, con enfrentamientos violentos y conflictos regionales crecientes. Criticó la concentración de ingresos y la estratificación social en los países más desarrollados. Rechazó el Consenso de Washington, cuyo modelo de crecimiento económico, sostuvo, estuvo basado en el crédito, la deuda y la desregulación. Planteó la necesidad de intervención del Estado para proteger los puestos de trabajo, concibiendo la economía futura con un paradigma de personas viviendo en un entorno de seguridad, con empleo, jubilación, educación y salud. Reivindicó los estímulos fiscales para el desarrollo y reclamó la reducción de la brecha entre países. Hizo una crítica explícita a los Estados Unidos por su política de construcción de enemigos internos y externos. Realizó un llamado explícito a democratizar la disposición de vacunas, advirtiendo sobre la desventaja africana.

 

 

Dos enfoques opuestos

El Presidente argentino Alberto Fernández destacó los valores de fraternidad y solidaridad para la economía del futuro. Agregó al concepto de multilateralismo el de multisolidaridad y manifestó que los conceptos de economía y política son inseparables. Planteó que la contradicción de la época es entre un pacto solidario global vs. un capitalismo infeliz de la opulencia.

 

 

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Las reflexiones expuestas en el Foro permiten plantear que la pandemia introdujo un momento de inflexión en la economía y la política global. La crítica de la economía previa es compartida. Pero quedaron planteadas como nunca dos alternativas. La de quienes presumen que existe un único sistema posible a nivel global y otros que promueven un multilateralismo con diversidad de regímenes socioeconómicos. Unos que buscan formas remozadas del capitalismo con subsidiariedad estatal y otros que sostienen la imposibilidad del continuismo neoliberal. La pandemia y la caída del gobierno chauvinista en Estados Unidos dibujó un foro de Davos donde se expresa un multilateralismo, con mayor multipolaridad del poder, que tiene el rasgo novedoso de un mayor equilibrio de fuerzas entre las diversidades de enfoques respecto a la sociedad futura.

7Feb/210

ESTADOS UNIDOS, CAMBIOS Y MITOS

Publicado por admin

La plutocracia se lava la cara: del irascible Trump al benévolo y protector Biden

 

El asalto al edificio del Congreso norteamericano el 6 de enero ha conmovido profundamente a Estados Unidos. Las manifestaciones que precedieron la toma fueron alentadas por las declaraciones de Donald Trump. Una fracción de esa manifestación, ante la pasividad de las fuerzas del orden, tomó sus instalaciones buscando evitar la proclamación de Joe Biden como ganador. La mayoría demócrata se paralizó de estupor y angustia frente al pisoteo de los símbolos de su sistema político, los destrozos y los muertos. La intensa minoría republicana sigue pensando que le han robado la elección. Mal comienzo para el gris y “políticamente correcto” Biden.

Mientras Trump es la personificación del mal para la prensa hegemónica norteamericana, Mark Zuckerberg (Facebook), erigido en árbitro político, lo borró de Twitter. Biden se propone dejar atrás los años de Trump retomando el civilizado balance de poderes que prevé la constitución norteamericana, diseñada para que ningún “populismo” pueda alterar las políticas fundantes que soportan el “destino manifiesto” de ese país para conducir el mundo.

Los medios, en mezcla difícil de discernir, suman las órdenes ejecutivas (decretos) firmadas con las que suponen se van a emitir. Es claro el intento de blindar al nuevo Presidente y marcar un antes y un después del vituperado Trump.

Las primeras directivas incluyen políticas tanto internas como internacionales. Entre las primeras destacan los cambios en el tratamiento del Covid, con el nombramiento de un coordinador nacional, la obligación de usar mascarilla “al menos por 100 días” en los edificios públicos y mantener las restricciones que Trump había descartado sobre el ingreso de extranjeros por la pandemia, entre otras. Mientras la vacunación avanza, los casos diarios retroceden, dentro de valores aún muy elevados.

En lo social apunta a eliminar el “racismo sistémico” (contra afroamericanos, hispanos, asiáticos, pueblos originarios) y la discriminación por orientación sexual, demandas de aquellos sectores que con su voto le permitieron ganar ajustadamente la elección.

En el campo económico se destaca la prórroga de la prohibición de desalojos de inquilinos y la ejecución de hipotecas de viviendas, y la ampliación de la pausa en el pago de intereses de los préstamos estudiantiles.

A nivel internacional se destacan los regresos a la Organización Mundial de la Salud (con el importante aporte de fondos que significa) y al Acuerdo del Clima de París, buscando mejorar las relaciones diplomáticas con países aliados. Suspende el veto de entrada a ciudadanos de once países musulmanes. Frena la construcción del muro con México. Revoca el permiso del oleoducto Keystone XL que enlazaría el estado de Nebraska con Canadá, haciéndose cargo de la fuerte oposición medioambiental. Declaró su repudio al golpe militar en Myanmar.

 

 

No es oro todo lo que reluce

Son medidas “políticamente correctas” pero no implican la parte central de la política exterior ni la orientación económica, que se pueden deducir de los nombramientos en áreas claves. El Departamento de Estado lo dirigirá Antony Blinken, un halcón con pesado prontuario en Medio Oriente. El general afroamericano Lloyd Austin ha sido propuesto para jefe del Pentágono. Biden espera que la heterogeneidad étnica de su gabinete permita superar las objeciones de conflicto de intereses por haber sido Austin hasta hace poco director de Raytheon, importante empresa en materia de defensa. En el área económica y financiera los nuevos funcionarios –en su mayoría de la era Obama– abrevan en las ideas neoliberales, nada de progresismo. La ex Fed Janet Yellen es la Secretaria del Tesoro, Brian Deese dirige el Consejo Económico y Social, la afroamericana Cecilia Rouse preside el Consejo de Asesores Económicos, la chinoamericana Katherine Tai es la principal negociadora comercial internacional.

Las definiciones de Biden durante la campaña no ofrecen muchos alicientes a deshielos con Rusia y China. Tampoco habrá cambios importantes en la relación con Latinoamérica, continuará la oposición a lo que no sea alineamiento en lo geopolítico y lo económico. El FMI y las embajadas están para presionar por esos intereses.

Las diferencias entre demócratas y republicanos son básicamente sobre políticas internas. Los dirigentes de ambos espacios son en general personas de gran fortuna personal. El gran capital ha colonizado ambos partidos, que terminan representando diferencias parciales de sus distintas fracciones. El apoyo popular se logra en base a una maquinaria de sofisticado marketing político con concesiones parciales a las clases subalternas y grupos especiales para lograr los apoyos que puedan volcar resultados. Las políticas centrales, en lo económico y en el plano internacional, siguen en manos de ese 1% de la población más rica. Se han ido produciendo diferenciaciones de las fracciones de capital que apoyan a uno u otro partido, con los globalistas del capital financiero apostando más fichas a los demócratas, y sectores de la fracción de la industria tradicional y de defensa apoyando al Partido Republicano en su versión Trump. Pero esta división es una simplificación y en realidad los sectores más concentrados imponen sus intereses a los representantes de ambos partidos, y ellos mismos son en lo fundamental la dirección efectiva de ambos. Nadie votó la concentración de riqueza que se ha producido en los últimos cuarenta años, producto de la desregulación financiera que comenzó con el republicano Reagan y se perfeccionó con el demócrata Clinton. Nadie votó la destrucción de los trabajos bien pagos en la industria, que como resultado de la globalización beneficia al capital concentrado en Estados Unidos y terminó potenciando el desarrollo de China en forma distinta a lo previsto por ellos.

El general Perón, con su estilo directo y campechano, definió así a estos partidos: “Los norteamericanos, dignos hijos de Gran Bretaña, han ido mucho más allá: han organizado dos partidos de derecha que les permiten mantener su sistema plutocrático y sostener una simulación democrática para engañar a los tontos que tanto abundan en la política o estimular a los sinvergüenzas, que también abundan” (La hora de los pueblos, capítulo 1, 1968).

Si la definición de plutocracia era válida en los años de Perón, mucho más lo es ahora, en especial desde la decisión de la Corte Suprema de 2010 que permitió el financiamiento de las campañas de los partidos políticos sin límites de aportes de personas y empresas. Con esa decisión la magnífica máquina de marketing que son las elecciones norteamericanas terminó de distorsionar la expresión real de los intereses de los ciudadanos. Sin dinero no se ganan elecciones. Con los aportes de entusiastas seguidores se puede avanzar en las primarias, se puede obtener algún representante, pero cuando se acaban los fondos terminan las ilusiones. Se votan slogans, cada vez más diseñados a medida del “cliente” por investigaciones con acceso al big data, y eso cuesta muchísimo dinero. Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortés hablaron de ideas socialistas y arrimaron los votos “progresistas” al candidato demócrata, pero no influyen en políticas que podrían revertir la concentración de riqueza y el estancamiento de los salarios reales del 50% de la población menos favorecida, y menos aún en la política exterior.

La verdadera política la decide el gran capital, sus lobbistas y representantes en ambos partidos, tanto en el Congreso Nacional como en el Ejecutivo, mientras el reaseguro del establishment está siempre en la conservadora Corte Suprema. ¿Cuál es la definición formal de corrupción? Obtener mediante sobornos medidas que benefician al corruptor. Pero si los fondos de aportes de campaña son legales, las resoluciones que benefician a los aportantes y a los funcionarios que la facilitan no son corrupción, todo está blanqueado. Para ellos los corruptos son los funcionarios de otros países, donde las coimas se pagan en mano porque los involucrados no forman parte de la puerta giratoria característica de los Estados Unidos. El control ideológico que los grandes medios y los economistas del capital tienen sobre la población es tal, que la mayoría cree que los crecientes beneficios que desde hace cuarenta años están teniendo los sectores concentrados –el sector tecnológico, el sistema privado de salud, los bancos y el sector financiero– son la correcta medida de su aporte social, su “valor agregado” a la creación de riqueza. No relacionan esos beneficios monopólicos y especulativos con el estancamiento de los salarios reales de los trabajadores y la creciente desigualdad de ingresos.

En cuanto a las políticas de derechos humanos, un capítulo tan cacareado en la política norteamericana, los cambios de Biden se concentrarán en lo interno, retribuyendo con medidas parciales los apoyos de las distintas minorías que lo llevaron al triunfo electoral. No eliminará el racismo ni las policías bravas con los negros pero buscará limitarlas. Muchas políticas sociales serán mejoradas o se intentará hacerlo, pero a nivel internacional no habrá cambios significativos en este capítulo, excepto una lavada de cara al accionar agresivo de Trump. Guante de seda cubriendo el puño de acero.

Biden participa del mito de todos los Presidentes americanos sobre el “excepcionalismo” y el “destino manifiesto” de Estados Unidos para conducir al mundo. Ahora quiere cambiar la imagen del padre irascible por la del padre benévolo y protector. Históricamente todas las potencias se han sentido obligadas a recubrir su dominio con justificaciones ante los pueblos que lo deben soportar. Los británicos argüían que estaban soportando “la carga del hombre blanco”, los colonialistas franceses justificaban su imperialismo en una supuesta mission civilisatrice.

El mito predica que Estados Unidos es la única nación virtuosa, que ama la libertad, respeta los derechos humanos y la paz bajo el imperio de la ley. Su historia lo desmiente. Es una potencia agresiva y expansionista. Comenzó como el asentamiento de 13 colonias en el este de su actual territorio y se expandió arrebatando Texas, Nuevo México, California y Arizona a México en 1846. Eliminó a la mayoría de la población originaria y los pocos sobrevivientes fueron arrumbados en míseras reservas. Compró barato Alaska a la Rusia zarista, “haciendo una oferta que no pudieron rehusar”. Arrebató a España el control de Florida, Puerto Rico y Cuba, para formalmente cambiar el poder colonial español por el propio en Filipinas, con la muerte de entre 200.000 y 400.000 habitantes, la mayoría civiles. En la Segunda Guerra sus bombardeos mataron civiles sin remordimientos en Alemania (300.000) y Japón (330.000). Tiró más de 6 millones de toneladas de bombas en Indochina, incluido napalm y el mortífero defoliante Agente Naranja, con más de un millón de civiles muertos.

En la pequeña Nicaragua, los Contra apoyados por Estados Unidos mataron a 30.000 personas. Sus acciones militares en Medio Oriente han dejado entre 300.000 y 500.000 muertos, incluyendo 100.000 en la invasión y ocupación de Irak en 2003. Son decenas de miles los muertos por los drones, en especial a partir de los gobiernos de Obama, quien inmerecidamente recibió el premio Nobel de la Paz. Los latinoamericanos conocemos de sobra las tropelías norteamericanas por estas latitudes. Tras la caída de las torres en 2001, la tortura volvió a ser desembozadamente la forma de interrogatorio. Miles de prisioneros han pasado por la base de Guantánamo, donde aún se mantienen sin derechos, en un limbo de extraterritorialidad por el cinismo de sus autoridades. Ello incluye la promesa incumplida de Obama de cerrar esa prisión, sin olvidar que Biden fue su Vicepresidente. Todos recordamos la revelación en 2004 de las torturas en la prisión de Abu Ghraib, Irak, en aquel momento con 7.000 detenidos.

El asalto al Congreso el 6 de enero ha conmovido al pueblo americano, contribuyendo al desprestigio de sus valores morales. Esos valores son la base de su soft power, el poder ideológico que ayuda a controlar la conciencia social en su país y el mundo, manteniendo la fuerza bruta como argumento de última instancia. Pero ese velo ideológico no puede ocultar el pésimo récord de violación de los derechos humanos que ha practicado Estados Unidos sobre el mundo desde fines del siglo XIX.

Biden inaugura su gobierno pretendiendo revertir las políticas de Trump. Pero es difícil que elimine la profunda división que propició el ex Presidente, quien lejos está de abandonar el escenario político. Los valores morales que esgrime Biden son un mito para consumo interno y de sus principales aliados. El peso de esos mitos disminuye en la conciencia de los pueblos del mundo que soportan sus pesados condicionamientos.