Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

24Abr/090

Arena salada. Sobre la refundación del capitalismo de Londres a L’Aquila

La tragedia de L'Aquila condensa, como una poderosa metáfora, rasgos esenciales de la crisis capitalista: máximo beneficio a costa del máximo riesgo, codicia sin límites, ausencia de regulación...

 

Jónatham F. Moriche | Para Kaos en la Red | 23-4-2009 | 73 lecturas

www.kaosenlared.net/noticia/arena-salada-sobre-refundacion-capitalismo-londres-laquila

 

Hay acontecimientos que parecen resumir, en un sólo trazo, el complejo signo del tiempo histórico en que tienen lugar. El terrible terremoto que hace pocas semanas ha sacudido el mezzogiorno italiano se ha convertido en uno de ellos. Cuando aún no habían sido rescatados los cuerpos de muchas de sus 300 víctimas mortales, una escalofriante revelación empezó a vislumbrarse entre la angustia, el dolor y los escombros. La región está catalogada como de alto riesgo sísmico, y existe una rigurosa normativa de edificación destinada a minimizar el impacto de los seísmos. Pero esa normativa no se ha cumplido, y decenas de personas han muerto por ello. Como han constatado los equipos de emergencia durante las tareas de rescate, en la construcción de muchos inmuebles se ha empleado arena de playa para abaratar costes y maximizar beneficios. Arena salada que ha ido corroyendo la estructura de los edificios hasta convertirlos en esas frágiles casitas de barro que el terremoto ha desbaratado de un sólo manotazo.

Esta tragedia de L'Aquila condensa, como una poderosa metáfora, muchos de los rasgos esenciales de la masiva crisis capitalista que atravesamos: máximo beneficio para unos pocos a costa del máximo riesgo para todos, codicia sin límites y completo desprecio por sus consecuencias sociales, ausencia de mecanismos regulatorios y control institucional o ciudadano... La arena salada con que se ha levantado el sistema económico neoliberal han sido las hipotecas basura, los fondos de alto riesgo, las burbujas especulativas, el secreto bancario, la ingeniería financiera, el fraude tributario, los paraísos fiscales, los mercados de futuros... El entero edificio de la globalización neoliberal se ha construído con esos materiales corrosivos, y por eso la reacción en cadena iniciada en el mercado hipotecario norteamericano se ha propagado, como un incendio de verano, primero hacia el resto del sector financiero, luego hacia la economía real, el consumo, la producción y el empleo, y ahora empieza a sacudir la estabilidad social, política y cultural de muchas naciones del planeta.

Pero no se detienen ahí las analogías. Desde hace décadas, las familias mafiosas italianas han extendido sus tentáculos hacia el sector de la construcción. Valiéndose de la intimidación o el soborno, los mafiosos se han saltado la normativa de seguridad y han edificado viviendas e infraestructuras con arena salada y cemento mezclado con residuo plástico, condenando a la catástrofe a los habitantes de Los Abruzzos. Ahora, los alcaldes de las poblaciones afectadas y algunas voces valientes de la sociedad civil, como el periodista Roberto Saviano, piden medidas extraordinarias para evitar que esas mismas mafias vuelvan ahora a lucrarse reconstruyendo, otra vez con arena salada, los mismos pueblos que su avaricia ha devastado. Una reivindicación que, respecto a la crisis económica mundial, y a la vista por ejemplo de la pasada cumbre del G-20, debiéramos hacer urgentemente nuestra el resto de habitantes del planeta. ¿Por qué?

Por ejemplo, porque Paul Myners, a quien el primer ministro británico Gordon Brown ha encomendado la lucha contra la evasión fiscal (y de paso, nombrado miembro de la Cámara de los Lores) resulta haber presidido una boyante empresa de servicios financieros domiciliada en un paraíso fiscal, que obtuvo en 2007 unos beneficios de casi 500 millones de euros (de los que, por supuesto, no dejó un miserable penique en impuestos en las arcas públicas británicas) y de la que recibía un sueldo de unos 200.000 euros anuales, más opciones sobre acciones y primas extraordinarias.

El esperadísimo Barack Obama no acudió a Londres mucho mejor acompañado que Brown. El presidente de su Consejo de Asesores Económicos, Lawrence Summers, cobró durante 2008 unos 8 millones de dólares como ejecutivo de fondos de alto riesgo y conferenciante a sueldo de una serie de corporaciones cuyos nombres nos resultan a estas alturas muy familiares: Citigroup, Goldman Sachs, Lehman Brothers... Summers, también conviene recordarlo, fue secretario del Tesoro de la administración Clinton y ante sus ojos se fraguaron con total impunidad la burbuja y posterior debacle de los valores puntocom y el monstruoso fraude de la eléctrica Enron. Mientras tanto, su gabinete promovía el desmantelamiento de todas las reglamentaciones (leyes Sherman, Glass-Steagall...) que históricamente limitaban la capacidad especuladora del capital financiero, abriendo la brecha por la que durante la pasada década las hipotecas basura y los derivados de alto riesgo se han infiltrado en el corazón del sistema económico mundial, con los resultados ya conocidos.

Tampoco José Luis Rodríguez Zapatero acudió a Londres libre del íntimo marcaje de la clase corporativa. Por ejemplo, a través de su ministro de Industria y director espiritual de su política económica, Miguel Sebastián, de larga trayectoria en la cúspide del BBVA, poderosa entidad bancaria cuyas sucursales en paraísos fiscales gestionan más de 120.000 millones de euros. O de su ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, ex-presidenta de la patronal biotecnológica española y ex-directiva de la CEOE (quien no acompaña ya a Zapatero es David Taguas, que reclutado también por el gobierno de entre las filas del BBVA, saltó después, desde la oficina económica de La Moncloa a la más alta representación de la gran patronal constructora de obra pública).

Respecto a Nicolás Sarkozy, sus encomiables declaraciones en favor de una refundación ética del capitalismo deberían por ejemplo traducirse, para resultar dignas del menor crédito, en el completo esclarecimiento de la trama Clearstream, que salpica a lo más granado de las finanzas y la política francesa con importantes evidencias (por ejemplo, las aportadas por el periodista Denis Robert) de cobro de comisiones ilegales por venta de armamento, conexiones con las mafias rusas, espionaje y coacciones...

Otro motivo añadido para la desconfianza es que las conclusiones de esta cumbre del G-20 hayan encomendado los primeros pasos de la reforma del sistema financiero a una fantasmagórica institución internacional denominada Comité de Estabilidad, que preside Mario Draghi, gobernador del banco central de Italia. Un país en el que un 10% del PIB proviene de actividades mafiosas que impregnan todos los sectores y mercados económicos. Un país devorado por la corrupción de la base a la cima de su estructura institucional, y cuyo primer ministro Silvio Berlusconi debería haber sido encarcelado hace ya mucho tiempo por connivencia mafiosa (destino del que ha escapado tan sólo porque logró cambiar las leyes a tiempo en su favor). Un Estado fallido en toda regla que, como hace unas semanas denunciaba el disidente italiano Beppe Grillo ante el Parlamento Europeo, amenaza con convertirse en un poderoso foco irradiador de corrupcion y dinero mafioso hacia el resto de continente (como ya sucede en la costa mediterránea española).

Por añadidura, el organismo que gestionará las ayudas a la reactivación será el Fondo Monetario Internacional, directo responsable de, entre otros milagros económicos, la crisis de la deuda externa en el Tercer Mundo en los '80, el saqueo del Estado y el desembarco de las mafias en el poder político en Rusia en los 90, o la debacle de la economía argentina a comienzos del siglo XXI. Un organismo que ha actuado siempre conforme a esos principios neoliberales que han convertido la economía mundial en un terreno tan propenso a terremotos: minimización de costes laborales y sociales, privatización de bienes y servicios públicos, financiarización de la economía productiva, sobreendeudamiento, fomento de la actividad especuladora, tolerancia ante la economía mafiosa...

Quizás el conocer todos estos hechos nos permita comprender mejor porqué los mandatarios reunidos en Londres no han tomado ninguna medida efectiva contra la masiva criminalidad anidada en los paraísos fiscales, ni han propuesto regulación alguna de los escandalosos ingresos de la clase corporativa, ni han encontrado mejor manera de reactivar la economía que seguir inyectando en el sector financiero ingentes cantidades de dinero público, ni ha prescrito nuevas normas que preserven a las instituciones democráticas de la influencia corporativa y la connivencia mafiosa... Al igual que los vecinos de L'Aquila, el resto de los habitantes de este planeta tenemos serios motivos para sospechar que nuestro mundo se esté refundando, otra vez, sobre cimientos de arena salada. Y que apenas salgamos, si salimos, de esta crisis, deberemos poner en marcha otra vez el cronómetro. A la expectativa de la siguiente.

Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, abril de 2009

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