Otra mirada sobre el rol de los bancos centrales
Por Mario Rapoport
12-01-2010 /
Cuando se discute en la Argentina el rol del Banco Central en la economía del país, la crisis mundial actual ha puesto de relieve el de otra institución algo mayor: la Reserva Federal de los Estados Unidos (la Fed) el Banco Central del país del Norte que, a diferencia del de la Argentina, es privado.
La Fed ya había sido acusada por economistas neoliberales, como Milton Friedman, de que sus políticas erróneas tuvieron una gran responsabilidad en la crisis de 1929. Ahora se la acusa, sobre todo en la persona de su anterior presidente de 1987 al 2006, Alan Greenspan, de tener igual responsabilidad en los fenómenos desestabilizantes que desencadenaron la crisis financiera del 2007-2009: las burbujas de las puntocom y de las viviendas, y los reiterados paquetes de rescate a los bancos.
A pesar de sus funciones en la vigilancia del sistema financiero, la Fed no habría tomado medida alguna para prevenir prácticas de préstamos irresponsables ni para desalentar el excesivo apalancamiento. Por el contrario, Greenspan sostuvo permanentemente, que es imposible reconocer si las burbujas existen o no hasta que estallan, y que cuando ello ocurre, una inyección de liquidez soluciona el problema y normaliza la situación. Así, por un lado, su ideología ultraliberal justificaba la pasividad de la Reserva Federal mientras los bolsillos de los especuladores engordaban, y por el otro, éstos sabían que contaban con su auxilio, en cientos de miles de millones de dólares cada vez, para rescatarlos.
“Exuberancia irracional” fue la expresión que Alan Greenspan concibió en “su bañera” (sic) tal como lo relata en sus memorias. y utilizó en un discurso pronunciado en diciembre de 1996, para aludir a la posible sobrevaloración de los mercados bursátiles en pleno auge de las puntocom. Este émulo de Arquímedes cuenta que desconfiaba del boom accionario, pero sospechaba que las estadísticas oficiales eran incapaces de reflejar los grandes aumentos de productividad aparejados por las tecnologías informáticas, que podrían justificar “esta vez” el auge de las Bolsas de valores. Como no aparecían presiones inflacionarias, y tampoco es materia de la Reserva Federal controlar esos mercados, este organismo subió apenas 0,25 punto porcentual la tasa de interés a corto plazo por única vez en marzo de 1997, y no volvió a tocarla por tres años, a pesar de que la “euforia irracional” se aceleró.
Luego de una de las crisis en la Bolsa norteamericana, el entonces jefe de la Fed, en un discurso del 30 de agosto de 2002, explicaba que ese organismo carecía de experiencia para enfrentar una burbuja de tal magnitud, sin precedentes en los Estados Unidos en las últimas décadas. “No hay datos – decía – no hay un análisis preciso que muestre que el mercado ha entrado en una burbuja.
Por último, aun cuando una burbuja pudiera reconocerse, lo único que la política monetaria sería capaz de hacer consistiría en aumentar extremadamente las tasas, lo que causaría una recesión, pero eso es precisamente lo que se trata de evitar cuando interviene el Banco Central.” No hay, sobre todo – subrayaba Greenspan – política monetaria alguna que limite el tamaño de una burbuja.
Cabe reflexionar que justamente por esta razón deben existir normas regulatorias sobre el sector financiero que desincentiven y sancionen con fuerza los comportamientos irresponsables. Pero en ese momento el economista neoyorquino estaba lejos de admitir que la desregulación de los bancos, de la cual fue uno de sus principales propulsores, alimentaba las burbujas y la inestabilidad. Sólo ante la evidencia del desastre, y muy a regañadientes, en octubre del 2008 reconoció que su “ideología de autorregulación de los mercados” había fracasado.
En verdad, ya antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 los motores de crecimiento de la economía norteamericana funcionaban a media marcha y la Reserva Federal trató de reactivarla bajando las tasas de interés.
Pero el sector productivo no reaccionó, sino que nació una nueva burbuja, esta vez en el ámbito inmobiliario.
Greenspan decía, en el 2004, que “a pesar de que la demanda de préstamos para las empresas y para la suscripción de capital accionario fue débil en los últimos años, los bancos continuaron beneficiándose de la fuerte demanda de créditos destinados al consumo y a la vivienda, mientras las tasas de interés declinaban sustancialmente”.
En la misma alocución señalaba que las ganancias de los bancos tienen su origen más bien en incrementos del valor de sus inversiones que en la intermediación entre ahorristas e inversores. Pero tampoco hizo nada para cambiar esta situación. Mientras los bancos ganaran, todo estaba bien. La imposibilidad de reconocer y pinchar las burbujas a tiempo parecía ser sólo una excusa mientras el sector de las finanzas crecía muy por encima de la economía real, señal infalible de próximas crisis.
En el 2005 ya Krugman y el Banco de Pagos Internacionales advertían de la existencia de la burbuja inmobiliaria y de la necesidad de contrarrestarla.
También Malcolm D. Knight, ex director del Banco de Pagos Internacionales (BPI), afirmó tempranamente que en el caso de las hipotecas “los signos de una subestimación del riesgo no eran difíciles de detectar”, en un artículo donde presenta los aspectos previsibles e imprevistos del colapso. Las publicaciones del BPI desde el 2005 alertaron sobre los excesos de liquidez que ponían en peligro el sistema. Si los riesgos eran tan claros, ¿cómo es que la Reserva Federal no hizo nada?
El economista británico Willem H. Buiter ensaya, por su parte, una explicación en la que critica explícitamente a la Reserva Federal por estar bajo la influencia de los grandes banqueros privados. “No necesariamente –señala Buiter – porque las autoridades financieras y monetarias fueran corruptas”, pero los banqueros centrales y los bancos mantienen relaciones demasiado estrechas, y los primeros interiorizan, como por ósmosis, los objetivos, los intereses especiales y la percepción de la realidad de las entidades a las que se supone tienen que supervisar y regular.
La ausencia de intervención del Banco Central de los EE.UU. es claramente una falla de regulación. El problema que se plantea en la Argentina no es el mismo, pero se le parece. En nuestro caso los problemas más serios que tiene el país y a los que el Banco Central puede contribuir a solucionar, coordinadamente con la política económica del Gobierno, son el de favorecer el crecimiento productivo, adoptar políticas contracíclicas (muy caras a su creador, Raúl Prebisch), y sostener el valor de la moneda y el de una tasa de cambio adecuada a las necesidades del sector externo. En cambio, la reforma de la Carta Orgánica del BCRA fue realizada en 1992 en función de uno solo de esos objetivos y de la fracasada Ley de Convertibilidad. Si se tienen en cuenta estas cuestiones, las tribulaciones de los presidentes de los bancos centrales, aquí, en los EE.UU. y en otras partes serán entonces sólo una anécdota.
* Economista e historiador. Investigador superior del Conicet
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