Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

20Ene/100

Gomorra, el libro que explica el capitalismo

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Pascual Serrano

Rebelión 

Se ha escrito mucho sobre el libro Gomorra, de Roberto Saviano. Las críticos y las reseñas lo presentaban como un trabajo de investigación sobre la Camorra Napolitana, pero leyendo los métodos de trabajo de esa organización criminal, sus principios, sus objetivos y su ausencia de escrúpulos se descubre que la Camorra es el fiel reflejo del neoliberalismo y la globalización. Se trata de la mejor organización que ha entendido cómo funciona la economía capitalista y qué estrategias debe adoptar para desenvolverse en ella. El resultado -cuenta Saviano- es que la Camorra “ha terminado alimentado el mercado internacional de la confección, el enorme archipiélago de la elegancia italiana”. Explotación laboral con salarios de miseria, deslocalización de empresas de producción hacia los lugares menos controlados por el Estado, evasión fiscal... En dos palabras: el paraíso neoliberal.

áEn el puerto de Napoles transitan ciento cincuenta mil contenedores: las prendas que vestirán los niños parisinos durante un mes, las varitas de pescado que comerán Brescia durante un año, los relojes que ceñirán las muñecas de los catalanes, las sedas de todos los vestidos ingleses de una temporada. 1.600.000 toneladas procedentes de China. Según la Agencia de Aduanas italiana, en ese puerto el 60 por ciento de la mercancía escapa a las inspecciones. Todo bajo el poder de la Camorra. Los aranceles, el IVA y la carga máxima de los camiones son lastres para el beneficio, auténticas aduanas de cemento armado para la circulación de mercancías y de dinero. Todo ello debe ser burlado por la Camorra. Es el nirvana de la globalización, el sueño de Friedrich Hayek.

El Sistema -término con el que denominan a la Camorra- asfixia al pequeño empresario para lograr acabar con su independencia y que termine trabajando para ellos,. Competencia le llaman a eso en la Escuela de Chicago. La similitud entre Camorra criminal y neoliberalismo no es una fantasía mía, la reconoce el propio Saviano, pero a ese detalle no le han prestado atención los críticos y los medios: “La lógica del empresariado criminal, el pensamiento de los boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria sobre cualquier competidor. El resto es igual a cero. El resto no existe. Estar en situación de decidir sobre la vida y la muerte de todos, de promocionar un producto, de monopolizar un segmento de mercado, de invertir en sectores de vanguardia... “. Puro Milton Friedman.

Saviano destaca que el barrio de Secondigliano, epicentro de la Camorra en la ciudad de Napoles, mantiene “los pilares de la economía, el filón oculto, las tinieblas donde encuentra energía el corazón palpitante del mercado”. Es decir, el sistema productivo neoliberal encuentra en la ley de la Camorra el ambiente perfecto para su desarrollo. Si, en el capitalismo, un alcalde quiere industrializar su ciudad, la puede dejar en manos de las organizaciones criminales que ellas son las que mejor entienden las leyes para triunfar en el mercado.

Los paralelismos son impresionantes. Dice el autor que cuando cayeron los regímenes comunistas en Europa del Este, los clanes de la Camorra entraron en esos países y negociaron con los nuevos dirigentes conversos al mercado los depósitos de armas (incluso las transportaron en camiones a los que les pusieron el símbolo de la OTAN) y, más tarde, llevaron a esos países varias producciones industriales en buenas condiciones laborales para los empresarios. Precisamente, eso mismo es lo que hizo el capitalismo en los países ex comunistas.

En cuanto al narcotráfico, el éxito de los clanes de Secondigliano -cuenta Saviano- se basó en “liberalizar a nivel local completamente la cocaína permitiendo que cualquiera pueda convertirse en narcotraficante, consumidor y camello”. Exactamente lo que hizo Margaret Thatcher en el Reino Unido con la Bolsa: convertir a todos los ciudadanos en pequeños accionistas fascinados por el mercado de las cotizaciones.

El vocabulario también es muy elocuente. Si la Camorra se denomina el Sistema, los camorristas de Caserta se definen como “empresarios”, “nada más que empresarios”, afirma Saviano. El capo de la mafia siciliana "Totó" Riina llamaba “comunistas” a los jueces y todos los que le atacaban y criticaban, precisamente lo que hacen los neoliberales a sus opositores.

Los partidos que son apoyados por la Camorra les sucede lo mismo que cuando son apoyados por el dinero y las empresas: se disparan sus votos. En 1992, en Casal di Principe, los clanes se pelearon con la Democracia Cristiana y decidieron apoyar al Partido Liberal Italiano, y éste pasó de un 1 por ciento de voto a un 30.

Dice Saviano que “el empresario italiano que no tenga la base de su imperio en el cemento (la construcción) no tiene esperanza alguna”. Por eso la Camorra controla la construcción en las regiones donde se implanta. Casal di Principe es un municipio emblemático de la Camorra, allí se produce lo más lógico en una localidad donde el capitalismo está triunfando: figura entre los primeros puestos de Europa en cifras de venta de automóviles Mercedes. Pero también ostenta el de mayor índice de homicidios de Europa. La ley de la Camorra, como la del mercado, debe imponerse en muchas ocasiones a sangre y fuego.

Dice Roberto Saviano que el funcionamiento de la Camorra “adelgaza la barrera que se alza entre la ley y el imperativo económico, entre lo que prohíbe la norma y lo que impone el beneficio”. Mientras la Camorra violenta la norma, el neoliberalismo propugna su ausencia, el laissez faire. Ambos tienen el mismo objetivo y, también, el mismo medio.

El último capítulo de Gomorra es escalofriante. En él se repasan las tropelías medioambientales de este sindicato del crimen que les han permitido enriquecerse convirtiendo sus tierras en los vertederos tóxicos de Europa. ¿Por qué no han tenido “el menor escrúpulo en recubrir de veneno sus propios pueblos, dejando pudrirse las tierras que rodeaban sus propias villas y sus propios dominios”? La respuesta la da Saviano, es una respuesta ideal para comprender el funcionamiento del capitalismo en todo el planeta: “Ahogar en residuos tóxicos un territorio, rodear los propios pueblos de montañas de veneno puede resultar un problema solo para quien posea una dimensión de poder a largo plazo y dotada de una responsabilidad social. En la inmediatez del negocio, en cambio, no hay más que un elevado margen de beneficios y la ausencia de cualquier contraindicación”. Envenenar la tierra fue el más eficaz de los métodos para ser competitivos, entendieron cómo funciona el sistema económico: “¿Y sabes cuántos obreros han podido salvar el culo gracias a que yo he hecho que sus empresas no se gasten un carajo?”, le dice a Saviano un joven ejecutivo de los que se dedican a deshacerse ilegalmente de los residuos tóxicos de las empresas. “Muchas empresas del norte habían podido crecer, contratar, hacer competitivo todo el tejido industrial del país hasta el punto de poderlo impulsar hacia Europa, gracias a haberse liberado del lastre representado por el coste de los residuos, que los clanes napolitanos y casertanos les habían aligerado”, afirma el autor.

La Camorra, el crimen organizado, no es una excrecencia aberrante del neoliberalismo y la globalización, es su epicentro, su núcleo duro, su principio más puro de funcionamiento. Gomorra no es simplemente un libro sobre el crimen, es un libro que muestra cómo el capitalismo es el crimen. Se ha escrito mucho para explicar el funcionamiento criminal del capitalismo, pero Saviano logra explicar el funcionamiento puramente capitalista del crimen.

Saviano, Roberto, Gomorra, DeBolsillo, Barcelona 2009. Traducido por Teresa Clavel y Francisco J. Ramos Mena.

20Ene/100

Bajo hipnosis. Sobre crisis económica, medios de comunicación y psicología social

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Por Jónatham F. Moriche |Desde España 

Hace algunas semanas, seis millones y medio de españoles se congregaron ante el televisor para contemplar el efecto de la cirugía estética sobre el rostro de Belén Esteban. Se trata del, por ahora, último pico de audiencia obtenido por este singular personaje, cuya grotesca combinación de patetismo, incultura y grosería, estratégicamente amplificada por los programadores de su cadena televisiva, viene gozando en los últimos años de una cada vez más asfixiante omnipresencia pública.

Sería imprudente despachar el auge de este tipo de fenómenos sociales, y de los formatos televisivos que le sirven de plataforma, con un simple gesto desdeñoso, como si se tratasen de una excentricidad pasajera o una patología menor sobre el mapa del cambio social. Muy al contrario, su análisis puede decirnos mucho acerca de la sociedad en que vivimos y el momento histórico que atravesamos.

El economista crítico italiano Stefano Lucarelli ha escrito que el capitalismo contemporáneo se caracteriza por sustentarse en "dispositivos de dominio sólo comprensibles si se los coloca en la zona híbrida en la que la economía política se encuentra con la psicología social". Esta epidemia de la televisión basura es uno de estos dispositivos, y posiblemente uno de los más eficientes. Cuando un 20% de la población española habita por debajo del umbral de la pobreza, cientos de miles de empleos desaparecen para siempre y la casta corporativa consuma, con la coartada de la crisis, uno de los más espeluznantes latrocinios de los que guardemos memoria, sus víctimas directas, la clase trabajadora y la sociedad civil, permanecen mudas e inmóviles, sin protagonizar ninguna de esas formas enérgicas y masivas de protesta que hubieran parecido oportunas y previsibles ante tamaña hecatombe económica y social. Pero no es la protesta ciudadana sino el consumo televisivo lo que se dispara, y millones de ciudadanos permanecen hipnotizados durante horas ante la pequeña pantalla, absorbiendo con morbosa delectación las juergas, ligues, encamamientos, matrimonios, trifulcas, querellas, separaciones y demás andanzas cotidianas de Belén Esteban, Coto Matamoros, Pipi Estrada, Carmen Martínez Bordiú, Tita Cervera y el resto del reparto de una vasta telecomedia interactiva, perfectamente sincronizada y dosificada por las corporaciones televisivas y publicitarias.

Esta coincidencia de fenómenos aparentemente heterogéneos tiene poco de azarosa o inocente. "El capitalismo no se reproduce sólo a partir de la explotación del trabajo", escribe Santiago Alba Rico, "también lo hace a partir de la explotación de la mirada". La mirada seducida por la pequeña pantalla es una mirada aprisionada dentro de los límites lógicos y morales del capitalismo que diseña sus contenidos. Poco a poco, el lenguaje frívolo, sensacionalista y maleducado del espectáculo televisual va empapando el conjunto de la esfera y el lenguaje público, se infiltra en las relaciones sociales y en la intimidad de los individuos. Espectáculos como Crónicas marcianas, Aquí hay tomate, La noria o Sálvame no dejan de vomitar modelos de conducta y patrones de pensamiento (por lo general, ejemplos hiperbólicos de cinismo, hipocresía, desvergüenza y codicia) sobre una sociedad que, agobiada por la explotación laboral y desconcertada por la degradación de los vínculos sociales tradicionales, se aferra a cualquier clavo ardiendo con tal de apartar, durante unas horas, la vista del desastre. El resultado es una mente social empobrecida y fragilizada, que prolongadamente sobreexpuesta a la gramática limitada y deficiente que promueve la industria del entretenimiento, acaba por tornarse necesariamente ingenua y dócil ante los designios de unos omnipotentes mercados cuyos mecanismos el espectáculo difumina y cuyas intenciones el espectáculo encubre.

En esta realidad televisual paralela, la visibilidad extrema de un puñado de personajes irrelevantes y sus igualmente irrelevantes relaciones sirven como pantalla de distracción que protege a los verdaderos amos del negocio, por ejemplo a esos dieciséis grandes ejecutivos bancarios (Goirigolzarri, Sáenz, Inciarte...) cuyos fondos de pensiones suman los 416 millones de euros, o a esas diez grandes fortunas (Botín, Koplowitz, Ortega...) cuyos beneficios han crecido de media un 27% a pesar de (o más bien, gracias a) la crisis económica, personajes todos ellos a los que jamás veremos sentados en uno de los platós de televisión de su propiedad para ver sometidos sus privilegios al público escrutinio. En esta realidad televisual paralela, la participación democrática y la soberanía popular se reducen a enviar, pagando, un mensaje de móvil para insultar o jalear a algún icono mediático, dentro de un muestrario de estereotipos perfectamente formateados por psicólogos y publicistas para excitar (y, a la vez, satisfacer) las ansiedades, frustraciones y anhelos del consumidor. Al cabo del proceso, la ciudadanía se convierte en audiencia y la democracia se subordina a las normas del espectáculo, abriendo el tiempo de ese nuevo régimen político, inequívocamente totalitario, que algunos analistas han dado en denominar "videocracia" y que tiene hoy en la Italia de Berlusconi su más avanzado exponente. Un régimen en el que el centro de mando sistémico se ha desplazado, y ya no son los políticos los que mienten a través de la televisión, sino la televisión la que miente a través de los políticos.

Durante siglos, la izquierda ha sido, a la vez que un movimiento político, un movimiento educativo. Decenas de millones de seres humanos quebraron las cadenas de la superstición y la ignorancia en el seno de grandes organizaciones sociales, políticas y sindicales, que fueron incansablemente prolíficas en la creación de imprentas, librerías, bibliotecas, periódicos, radios, ateneos, escuelas... Que sólo una sociedad intelectual, ética y estéticamente consciente y cultivada es capaz de avanzar en su proceso democrático ha sido una convicción común a todas las tradiciones progresistas desde la Revolución Francesa, y que ahora las izquierdas (y muy en especial, sus grandes organizaciones políticas y sindicales) parecen haber olvidado, cesando en cualquier oposición a (si no participando activamente en) la espectacularización del discurso, las instituciones y las relaciones sociales. En un tiempo de crisis sistémica de profundas raíces y decisivas repercusiones en el ámbito de la cultura, la izquierda carece casi completamente de un programa y un aparato cultural propios que oponer a la apisonadora multimedia al servicio del capitalismo. Un fatal descuido, si convenimos que reconstruir la cultura y los valores devastados por el espectáculo televisual, y revertir la mutación de la ciudadanía soberana en mera agregación de audiencias pasivas, será en el futuro el punto de arranque y el cimiento irreemplazable para cualquier proyecto político democrático de emancipación.

Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, enero de 2010

http://jfmoriche.blogspot.com | jfmoriche@gmail.com