Controlar la inflación sin “enfriar” la economía
Por Aldo Ferrer
En la nueva economía, ni la inflación ni la deuda son lo que fueron. Corresponde reflexionar sobre las cuestiones que son determinantes del actual cuadro de situación. A saber: las causas del aumento de precios, la solvencia fiscal y el tipo de cambio.
En el debate sobre la inflación y el pago de la deuda predominan dos enfoques alternativos. Por un lado, ajustar y enfriar la economía. Para tales fines sería necesario reducir la demanda agregada, mediante la baja del gasto público y el aumento de la tasa de interés, y apreciar el peso para sustituir producción interna por importaciones, reduciendo la presión de la demanda sobre la oferta nacional de bienes y servicios. Al mismo tiempo se liberarían recursos del Presupuesto para pagar deuda sin uso de reservas del Banco Central. Por el otro lado, el enfoque alternativo propone pagar deuda con reservas y sostener un crecimiento del gasto por encima de los recursos disponibles sin atender el tema precios para impulsar la demanda, la producción y el empleo.
Esta alternativa del problema actual de la inflación y la deuda se plantea como si subsistieran las circunstancias del pasado: una economía sometida a las restricciones externa y fiscal, a una deuda agobiante que excede su capacidad de pago y a desórdenes macroeconómicos e institucionales que culminaban en hiperinflación.
Nos pasó durante más de la mitad del siglo pasado, cuando registramos el récord mundial de inflación. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un cambio radical en el comportamiento de la economía. Desde la salida de la crisis del 2001, los pagos internacionales vienen operando con un elevado superávit en el balance comercial, que registra saldos positivos anuales de u$s15.000 millones.
A su vez, la cuenta corriente del balance de pagos registra 8 años positivos, hecho inédito. En el 2009 alcanzó 3% del PBI y cabe esperar un superávit semejante este año. Al mismo tiempo, desde el 2003, la relación deuda externa pública y privada/PBI bajó de 160 a 40%. Desde el momento en que se logró salir del default, con el exitoso canje de deuda del 2005, el pago al FMI y encuadrar los pagos dentro de límites manejables con recursos propios, también se produjo un cambio radical.
La solución de la restricción externa facilitó resolver la restricción fiscal derivada de los déficits crónicos de las finanzas públicas. La recaudación tributaria aumentó 10 puntos del PBI para ubicarse cerca de 30%, proporción razonable en una economía como la nuestra. En el mismo sentido operó la incorporación, en la esfera pública, de los recursos del sistema previsional, que constituyen parte principal del ahorro interno. El comportamiento de las finanzas públicas desde el 2001 demuestra que la restricción fiscal puede ser, también, un problema superado.
El país tuvo, entre 1930 y 1983, una “restricción institucional”, agregada a las externa y fiscal. En la experiencia reciente aún los temas más polémicos (la resolución 125, las reformas de los regímenes previsional y de medios audiovisuales y el uso de las reservas del BC) se procesan conforme las reglas constitucionales. Es decir, la restricción institucional es también un problema de otros tiempos.
En resumen, en la nueva economía, ni la inflación ni la deuda son lo que fueron. Por lo tanto, enfriar y ajustar, por una parte, o crecer sin atender los precios, por la otra, no son las alternativas reales. Corresponde reflexionar sobre las cuestiones que son determinantes del actual cuadro de situación. A saber: las causas del aumento de precios, la solvencia fiscal y el tipo de cambio.
Sobre la primera, no estamos en presencia de ninguna de las causas clásicas de inflación: exceso de demanda o presiones de costos. La economía viene operando a niveles razonables de ocupación de la capacidad productiva instalada, está aún distante el pleno empleo de la mano de obra y no hay restricciones de abastecimientos importados por insuficiencia de divisas. Por lo tanto, no hay inflación por exceso de demanda respecto de los recursos disponibles. Por otra parte, ninguno de los precios básicos de la economía (tipo de cambio, salarios, tarifas de servicios públicos) está desalineados y, por lo tanto, no es previsible un alza brusca en ninguno de ellos. Por ende, tampoco hay amenazas severas de inflación de costos. ¿Cómo se explica entonces que el nivel de precios esté en torno a 20% anual, nivel inconveniente y perturbador?
La respuesta es que estamos en presencia de un caso de inflación inercial. Es decir, los precios aumentan a un cierto ritmo, porque los actores económicos y sociales incorporan una hipótesis de aumento de precios que se retroalimenta en ajustes continuos de precios y salarios, a pesar de la ausencia de inflación de demanda y de costos y de la existencia de equilibrios macroeconómicos razonablemente sólidos. La inflación inercial se sostiene en las expectativas y en un clima político tenso, en el cual se incluyen visiones catastróficas de la realidad y el futuro. En este escenario, por razones estacionales o circunstancias propias, algunos alimentos crecen más que el promedio, fenómeno que sucede también en economías con niveles generales de precios estables.
La inflación inercial no se evita con ajuste ni enfriando la economía. Por esta vía, lo que se logra es frenar el crecimiento, aumentar el desempleo, el malestar social y la inseguridad. Pero tampoco se resuelve desatendiendo el problema o suponiendo que los aumentos provienen de maniobras abusivas de formadores de precios en sectores concentrados. Cuando estas existen, tienen que ser reprimidas por el Estado, pero la pregunta es por qué ahora esas maniobras son inflacionarias y en otros momentos no lo son. La respuesta es que ahora prevalece la inflación inercial. No hay ninguna medida aislada que resuelva el problema.
La respuesta radica en un programa de estabilidad y crecimiento fundado en la solidez de los equilibrios macroeconómicos y la política de ingresos para concertar, entre los actores económicos y sociales, privados y públicos, metas de precios y salarios, que tiendan a reducir la hipótesis inflacionaria implícita. Sería útil contar con un consejo económico y social, en cuyo seno el Gobierno concertara con los actores del trabajo y la empresa, una estrategia de crecimiento con equidad y estabilidad de precios.
El éxito de esa estrategia depende de la solidez de la macroeconomía y de continuar reduciendo los niveles de deuda. Para tales fines son centrales las otras dos cuestiones mencionadas: la solvencia fiscal y el tipo de cambio.
Respecto de la deuda, con o sin uso de reservas, con o sin canje, el país está en condiciones de cumplir sus compromisos externos y crecer. Los pagos de este año –con reservas u otros recursos – tienen una diferencia de tasa de interés, dato importante pero que no involucra la capacidad de pago. De todos modos, el pago con reservas es un recurso circunstancial. En el futuro, son los recursos genuinos de la actividad corriente los que proporcionan los medios de pago.
Sobre la solvencia fiscal, una vez iniciada la recuperación de los componentes de la demanda agregada (consumo, inversiones y exportaciones), no se justifica insistir en la inyección de demanda supletoria vía gasto público. La solvencia fiscal y la calidad del gasto recuperan así su papel en la gobernabilidad del sistema económico, la formación de las expectativas, la estabilidad y el desarrollo.
No es preciso enfriar ni ajustar la economía, es decir, bajar el gasto real indispensable para la oferta de bienes públicos, para frenar la suba de precios. Sí es preciso acomodar el crecimiento de gasto público a la de la recaudación, lo cual permitiría recuperar el superávit primario. De otro modo, un crecimiento persistente del gasto por encima de los recursos públicos lleva inevitablemente al endeudamiento, a la apreciación del tipo de cambio, a restablecer las restricciones externa y fiscal y, consecuentemente, a la pérdida de soberanía. El desequilibrio fiscal y el aumento de la deuda no contribuyen a crear el escenario adecuado: inflación de 10% anual.
En relación con la política cambiaria, reducir la tasa de aumento de precios facilita mantener un tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED) indispensable para el crecimiento de la producción y el empleo. El TCED es también necesario para la formación de una economía integrada y abierta, capaz de gestionar el conocimiento e integrada al mundo.
Crecer con equidad y una estabilidad razonable de precios está al alcance del país. Lograrlo o no depende de tomar nota del potencial de desarrollo de la nueva economía una vez que se ha liberado, a menos de insistir en las decisiones del pasado, de las restricciones fiscal, externa e institucional.
¿Te gustó este artículo?
Aún no hay trackbacks.
4 junio, 2010 - 09:54
Teoría del Equilibrio – Base 100 – Control de la Inflación
Hoy sería sencillísimo aplicar éste instrumento técnico, ya que la inflación es muy baja.
La idea central es crear un ENTE REGULADOR de PRECIOS, algo parecido a lo que está haciendo la Secretaría de Comercio Interior ahora, pactando con las Empresas formadoras de precios una por una, pero con la diferencia de que se involucra a los Empresarios para que deban discutir entre ellos quien debe aumentar su precio, y quienes deben absorber ése aumento, para no generar inflación, y evitar la devalución de la moneda.
Ésto no es control de precios ni convertibilidad.
Es simplemente dejar que los precios se acomoden entre sí.
Si un producto aumenta su precio genera una diferencia con los demás.
Si ése producto y los demás absorben ése aumento, se mantiene ésa diferencia que ése producto necesitaba, y logramos evitar la devaluación de la moneda.
Ejemplo: Si cada día algunos productos aumentan un poco, nos encontramos que al año todos aumentaron más o menos un 20%, pero conservan casi la misma relación entre ellos.
Pero logran el objetivo de devaluar la moneda, atrasar los sueldos, etc.
Por éso insisto: todos los productos deben absorber cada aumento.
Les muestro un pequeño ejemplo hipotético:
Si tenemos 100 productos de $ 1 cada uno, y
40 de ellos no aumentan 0%
30 aumentan un 1%
10 aumentan un 2%
10 aumentan un 5% y
10 aumenta un 10%,
y hacemos que cada uno absorba el porcentaje que le corresponde (en éste caso sería el 1,96%), logramos que no se devalúe la moneda, pero dejamos que se establezca la relación entre los precios que se quería lograr con ésos aumentos.
Ejemplo en números: Menos 1.96 % (que absorbe c/u)
40 x $ 1 = $ 40 + 0 % = $ 40 – 1,96 % = $ 39,216 / 40 = $ 0,9804
30 x $ 1 = $ 30 + 1 % = $ 30,3 – 1,96 % = $ 29,706 / 30 = $ 0,9902
10 x $ 1 = $ 10 + 2 % = $ 10,2 – 1,96 % = $ 10 / 10 = $ 1
10 x $ 1 = $ 10 + 5 % = $ 10,5 – 1,96 % = $ 10,294 / 10 = $ 1,0294
10 x $ 1 = $ 10 + 10 % = $ 11 – 1,96 % = $ 10,784 / 10 = $ 1,0784
$ 100 $ 102 $ 100
Como se observa, logramos que el total sumado quede en 100, y no en 102, manteniendo la diferencia porcentual entre los precios que era el objetivo de los aumentos.
No es que bajan los precios (porque todos bajan), sólo se reacomodan dentro de la Base 100.
La Inflación (variación en la relación de los precios entre sí) se mantiene, pero evitamos la devaluación de la moneda.
El ajuste debería ser sobre los precios de fábrica ó mayoristas.
Lo ideal sería ajustar los precios en forma mensual.
Para ello, durante las primeras semanas del mes, las empresas que vayan a aumentar (ó bajar) sus precios (a partir del mes siguiente), deben comunicarlo a un Ente Regulador creado al efecto, integrado por funcionarios del Gobierno, Consumidores y Empresarios.
Se evalúa, se negocia, y se aceptan ó rechazan.
Y durante la última semana del mes el Ente comunicará los precios ajustados que regirán a partir del 1º día hábil del mes siguientes.
Si incluimos, y regulamos, los sueldos dentro de la Base 100 cerramos el círculo.
Parece simple porque es simple, y se puede comprobar, como explico al principio.
La inflación no viene por falta de respaldo de la moneda, es sólo que un producto busca posicionar su precio en relación con los demás productos.
Cuando se aumenta el precio de un artículo, lo que en realidad se aumenta es su participación en el gasto del consumidor en desmedro de los otros artículos, que ven disminuida su participación en dicho gasto.
La comprobación de que la inflación es un posicionamiento del precio de un artículo en relación con los demás, y que no debería influir en la devaluación de la moneda, la obtenemos cuando comparamos el comportamiento de los precios en plazos medianos ó largos.
Observaremos que cuando los precios llegan al doble ó la triple, todos llegan al doble ó la triple (centavo más ó menos), pero el valor de la moneda quedó relegada a la mitad ó a la 3º parte.
La inflación, creada por especulación, desconfianza, huelgas, etc., lo único que logra es devaluar la moneda, porque con el tiempo los precios y los sueldos se acomodan, pero, como el Estado no ajusta el valor de la moneda a la inflación, todos pagamos un impuesto inflacionario y perdemos confianza en la garantía del Estado cuando emite la moneda.
El respaldo de la moneda se debe dar con los bienes del Estado.
Traté de ser lo más claro posible, es difícil explicar algo así tan concisamente..
Les saludo muy atte, Horacio Raúl Nieves – DNI Nº 11.222.096
horacionieves@yahoo.com.ar