Un economista que nos sigue enseñando: John Maynard Keynes
Mario Rapoport
El 21 de abril de 1946 murió John Maynard Keynes, uno de los economistas más importantes de nuestra época;, el influyente autor de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936, y de otros memorables trabajos. Las ideas keynesianas ocuparon un lugar predominante en las políticas económicas de los países industrializados en el tercer cuarto del siglo XX y su mayor impacto tuvo que ver con la profunda crisis mundial que se desató en 1929, la peor que sufrió el capitalismo en su historia.
Hasta aquel momento el pensamiento económico predominante sostenía que eran las fuerzas del mercado las que aseguraban el equilibrio y la plena ocupación de los factores productivos y que la intervención estatal no ocasionaba más que perturbaciones a la armonía garantizada por las fuerzas invisibles reguladoras de la vida económica. Sin embargo, la "gran depresión" fue imposible de evadir y aún menos de ser explicada. Ni la crisis, ni los altos niveles de desocupación podían ser concebidos dentro del pensamiento clásico. La Ley de Say, su pilar fundamental, negaba cualquier posibilidad de llegar a una situación parecida al postular que “toda oferta crea su propia demanda”. Pero, ante la gravedad de los acontecimientos, elementos esenciales de la economía clásica se derrumbaron y las recomendaciones de Keynes cobraron una importancia decisiva en los claustros académicos y en los ámbitos gubernamentales de diferentes países.
En principio, para comprender mejor sus ideas debemos preguntarnos quien fue Keynes ¿Sólo un teórico de la economía, con una obra destinada a especialistas, o una personalidad compleja, que nos dejó un aporte más vasto para la comprensión del mundo en el que estamos inmersos? Sin duda no fue un economista adicto a los modelos econométricos o que sólo podía aprehender aspectos limitados de la realidad, al estilo de muchos sesudos premios Nobel de nuestra época.
El mismo se caracterizaba, irónica o modestamente, con un término algo despreciado en nuestros días: el de “publicista” (publicist), en el sentido de un autor que escribe para el público en forma periódica con el objeto de difundir sus ideas. Y vaya si lo hizo a través de innumerables artículos en revistas y diarios, análisis de coyuntura, escritos políticos, etc. Sin embargo, y ante todo, era un intelectual (palabra hoy también despreciada), pues perteneció a un activo núcleo de escritores y artistas del Londres de la “gloriosa” época imperial, el grupo Bloomsbury, en el cual se destacaban la escritora Virginia Woolf y el mejor analista de la sociedad victoriana, Lytton Strachey, llevando una vida mezclada entre la bohemia y los estudios académicos.
Profesor en Cambridge, no sólo de su obra teórica sino también de sus escritos periodísticos y ensayos publicados en los años 20 y 30, y recogidos en su mayoría en el libro Essays in Persuasion (Ensayos de persuasión), pueden extraerse las principales enseñanzas sobre política económica vigentes en la época anterior a la crisis y durante los primeros años de ésta. Él hubiese preferido llamar a esos escritos “Ensayos de profecía y persuasión”, porque tuvieron más éxito como adelanto de lo que sucedió después que como un medio para influir en la opinión pública.
En ellos, el economista británico advierte, ya desde principios de la década de 1920, una posible crisis económica de continuar las políticas ortodoxas entonces en curso. A su vez, cuando estalla la crisis trata de desentrañar sus principales mecanismos sin utilizar todavía un marco teórico previo. Los ensayos abarcan un amplio panorama; se tratan allí los temas políticos y económicos más preocupantes de su época: el Tratado de Paz de Versalles, las deudas de la guerra, las políticas de deflación, el retorno al patrón oro y los intentos de tener un presupuesto equilibrado en medio de una recesión económica.
El primer eje de la crítica de Keynes es la libertad de los mercados, en un momento en que la opinión indiscutida en los ámbitos políticos y académicos entendía que un orden social deseado implicaba dejar a los individuos actuar libremente siguiendo sus propios intereses. Se había llegado a creer, como señala Keynes en uno de los escritos que forman parte del libro, “El fin del laissez faire” (1926), que el interés general y el particular siempre terminaban coincidiendo.
Para Keynes esa concepción, basada en el pensamiento neoclásico, no era correcta, ni en la teoría ni en la realidad. El fin del laissez faire, a través de una participación activa del Estado, daría la posibilidad de mejorar el modo de vida de la gente solucionando los problemas generados por el sistema capitalista.
En su “Teoría general", su obra más conocida, escribe una frase en la que podemos reconocer los problemas actuales: “Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y de los ingresos”. Según Keynes, el problema del capitalismo era que el mercado no podía asegurar la demanda necesaria, generando desocupación y marginalidad, situación que “el mundo no tolerará por mucho tiempo” Y ante tal diagnóstico le competía al Estado lograr el pleno empleo: incrementando el gasto, reformando el sistema fiscal, mejorando la distribución del ingreso y regulando el comercio exterior.
Una vez modificados estos supuestos básicos, la iniciativa privada del capitalismo volvería a asegurar la eficiencia y la igualdad económica. Su discípula, Joan Robinson, llamará a esto: “La defensa desilusionada del capitalismo”, ya que “Keynes busca encontrar lo que está mal con el propósito de diseñar medios destinados a salvarlo de destruirse a sí mismo”. La misma Robinson señala, sin embargo, los propios límites de la cuestión: “no existen problemas puramente económicos, los intereses y los juicios políticos previos están en juego en toda discusión de las cuestiones concretas”.
En palabras de Keynes: “Tenemos que descubrir una nueva sabiduría para una nueva época. Y entretanto debemos, si hemos de hacer algo bueno, parecer heterodoxos, molestos, peligrosos y desobedientes…En el campo económico esto significa, ante todo, que debemos encontrar nuevas políticas y nuevos instrumentos para adaptar y controlar el funcionamiento de las fuerzas económicas". Siguiendo estas ideas, la experiencia argentina demanda el surgimiento de un pensamiento propio que atienda directamente a los problemas que acosan a la sociedad local a fin de encontrar un rumbo económico nuevo y sostenido en el tiempo y opciones políticas y sociales que no posterguen el bienestar de sus habitantes. Así como lo hizo el pensamiento keynesiano en su época.
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