Reflexiones sobre la economía venezolana
Reflexiones sobre la economía venezolana
En Página12 del sábado 9 de Marzo, aparece un interesante artículo de Alfredo Zaiat ("Liderazgo"), que analiza la economía venezolana. La primer frase lo resume, sin que exima a nadie a leer el artículo completo: "El recorrido de la economía venezolana en los últimos 14 años de liderazgo de Hugo Chávez exhibe resultados sólidos en varios frentes y débiles en otros. La reducción de la pobreza y de la desocupación, con una mejor distribución del ingreso y extensión de la cobertura de salud y alfabetización total de la población, se coloca en el lado del haber. La frágil estrategia de industrialización y de soberanía alimentaria de una economía con predominio de la renta petrolera e incapacidad administrativa de un Estado que no se termina de reconstruir son parte del debe, en un balance esquemático." En el artículo se podrán encontrar las cifras y desarrollo de los procesos que pueden dar una idea bastante aproximada de esa realidad.
La renta petrolera domina toda la historia venezolana desde los años treinta del siglo pasado en que se comenzó a explotar fuertemente el petróleo, en una de las reservas de crudo más importantes del planeta. Ello es lo que mantuvo a Venezuela al tope del ingreso per cápita de la región por muchos años, por sobre el valor que tenía Argentina, el país más desarrollado y de mejor distribución de la renta de Latinoamérica. La diferencia estaba en la distribución de esa renta petrolera. Mientras que en Argentina, fruto de la política del primer peronismo, la distribución de la renta nacional tenía similitudes con las logradas en la Europa Occidental, en Venezuela ese alto ingreso per cápita escondía una muy desigual distribución del ingreso, con una capa superior que la aprovechaba, y desarrollaba una conducta consumista y fugadora de capitales, y una amplia masa de la población con bajos ingresos, tan excluidos como antes del descubrimiento de su oro negro.
Fue esa exclusión en el medio de la abundancia petrolera la que provocó no pocas revueltas en Venezuela, y ante la evidente entente entre los dos partidos tradicionales (Acción Democrática y Copei) que se alternaban en el poder para repartirse en pequeños círculos esa renta, es que aparece Hugo Chávez, primero con su golpe militar fallido de 1992, y luego ganando todas las elecciones, excepto una, en que se presentó desde 1999 hasta su muerte. Su liderazgo se construyó en base a una justa redistribución de esa renta petrolera, y los beneficios tangibles que recibió su pueblo en estos catorce años harán de su figura el líder inolvidable que acompañará a generaciones por venir.
Algo similar ocurrió con Juan Perón, que en un país con una de las rentas agrarias más altas del planeta, por la feracidad sin par de nuestra pampa húmeda, y con la necesidad europea de alimentos tras la Segunda Guerra Mundial, se ganó el apoyo y reconocimiento de los trabajadores y el pueblo argentinos con sus políticas de distribución e industrialización liviana. Otros liderazgos se han forjado en los últimos años en base a la redistribución de la renta, como en el caso de Brasil con Lula y su política de reducción de la pobreza extrema, o la apropiación de la renta petrolera y gasífera en la Bolivia de Evo Morales, o la renta petrolera en Ecuador. También el cobre fue la base económica que permitió el mantenimiento en el poder al frente político progresista de Chile hasta la llegada de Piñera, como el oro en el Perú actual, etc.
¿Cuál es el factor común actual en Sudamérica? No es la política redistributiva, presente con mayor o menor intensidad en seis países (Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Uruguay) y ausente o muy menguada en los otros cuatro (Chile, Colombia, Paraguay y Perú). El factor común es la disponibilidad de elevadas rentas por el aumento de los precios de las materias primas o productos que son abundantes en la región. Si bien las extraordinarias reservas petroleras venezolanas han mantenido elevadas rentas en ese país desde el salto de los precios en 1973/1978 en adelante, la elevación persistente del resto de las materias primas y producciones agrarias en lo que va del presente siglo es lo que ha aumentado sensiblemente las rentas de todos los países de la región. Y la razón de ese auge está en el desarrollo industrial de los países asiáticos, que en su demanda, agregada a la demanda preexistente del resto del mundo, han elevado los precios primarios, terminando, al menos por ahora, los años de deterioro de los términos de intercambio que atenazó a la región por décadas. No sólo suben los precios primarios, sino que al mismo tiempo, por el traslado del "taller del mundo" hacia Oriente, se abaratan los bienes industriales, sacando a Estados Unidos, Europa y Japón el cuasi monopolio de la producción industrial de fracciones cada vez más amplias de todo el espectro industrial, aún en sus ramas complejas. Eso lo saben y sienten en carne propia los obreros de esos países desarrollados, con sus salarios estancados en los últimos treinta años a pesar de los aumentos persistentes en la productividad del trabajo.
Si el factor común en Sudamérica es la alta demanda y precios de sus commodities, la redistribución positiva es una ventana que se abrió y que aprovecharon los movimientos políticos progresistas decididos y capaces de lograr el apoyo de sus pueblos. Por esa ventana pasaron los que lucharon con pasión, arrojo e inteligencia, y quedaron los que por distintas razones nacionales, históricas, etc. no pudieron aglutinar a las masas detrás de sus banderas.
Lo que quiero enfatizar son las bases de la persistencia en el tiempo de estos procesos progresistas en Sudamérica. La primer cosa que hay que volver a insistir es que esta alternativa de redistribución progresiva de la renta está limitada a aquellos países que gocen de esa renta acrecida (dilema de hierro: sin renta extraordinaria no hay posibilidad exitosa de redistribución de riqueza). Los diez países sudamericanos comparten, en su diversidad de dotaciones naturales, esa disponibilidad de rentas por el despliegue asiático. Otros países no, sólo los petroleros y algunos países de Africa, claramente no Europa, Japón o América del Norte, con México y varios de los países de Centroamérica incluidos. De los diez que potencialmente podrían redistribuir progresivamente sus rentas sólo seis hemos visto que lo están haciendo, en mayor o menor medida. Las fuerzas que se oponen a esa redistribución están presentes en todos y cada uno de ellos, con mayor virulencia en donde los procesos se han profundizado más, y el caso extremo es Venezuela, donde la desigualdad previa, y las características del liderazgo de Chávez y sus definiciones políticas (el Socialismo del Siglo XXI) han llevado a un golpe de estado fallido en 2002. Otros golpes de derecha han volteado a líderes reformistas más débiles como el caso de Paraguay y Honduras, las elecciones en Chile desplazaron a la tímidamente reformista alianza política de socialistas y democristianos.
La persistencia en el tiempo de estos movimientos depende de la capacidad de cambiar la estructura productiva de sus países. Nadie puede vivir eternamente pensando que los altos precios de sus materias primas o producciones agrarias será invariable. La riqueza no es lo que esconde la tierra, es lo que produce el trabajo humano. Disponer para los pueblos de las rentas que la naturaleza nos ha brindado está bien pero sin transformación de esas dotaciones iniciales, más tarde o más temprano se puede volver a repetir un proceso de deterioro de los términos de intercambio en contra de las producciones primarias. En resumidas cuentas, si este proceso de altos precios va a durar, digamos, treinta años más (con sus subas y bajas y atención que estamos en los picos de los precios altos en nuestro caso), mientras dure el despliegue asiático, hay que aprovechar este lapso para industrializarnos. Si cuando acaben los años de "vacas gordas" no hemos cambiado la estructura industrial, volveremos a la concentración de la riqueza ya que no habrá casi nada para distribuir. Mientras que si nos desarrollamos industrialmente la base de nuestra riqueza estará en el valor de la más compleja producción industrial.
Brasil y Argentina, desde hace muchos años, y con diferentes recorridos, han apostado al desarrollo industrial. Brasil lo hizo mejor que Argentina hasta hace pocos años, nuestro país se ha recuperado en este terreno en los últimos diez y superado ampliamente el ritmo brasileño, tanto en industria como en general, aunque la distancia cuantitativa y cualitativa que nos separa es amplia a favor de Brasil.
Venezuela no se lo ha planteado seriamente, y también hubo intentos parcialmente fallidos, inexperiencia, voluntarismo, corrupción. No sólo es deseable la industrialización por el mejoramiento más sólido y permanente del nivel de vida, sino que la concentración social que produce la industria es la que le da a los trabajadores organizados la posiblidad de obtener partes progresivas del valor que crean en la industria avanzada, cosa que no es posible de sostener en el tiempo en economías de enclave primario y un resto de servicios dispersos y producciones de subsistencia. El doble juego de redistribución progresiva del ingreso y la densificación del tejido productivo mediante la industrialización es el camino virtuoso que habría que transitar para que los logros en lo primero sean sustentables en el tiempo.
La consecusión de ambos objetivos tiene muchos puntos de contradicción, como bien lo sabemos los argentinos de hoy. Saber en qué consiste el desafío no es igual a poseer la receta de cómo lograrlo y menos de articular las alianzas sociales que lo sustenten. Ese sería tema de otro trabajo.
Jorge Molinero
9-3-2013
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