Un enorme paso adelante
Por Jorge Rivas *
El gran historiador de las revoluciones del siglo XIX Eric Hobsbawm escribió hace varias décadas que cada uno de esos grandes acontecimientos implicaba “una dramática danza dialéctica” entre giros a la izquierda y resistencias de los más moderados, pasajes de los moderados a la más pura reacción, y derrotas parciales y nuevos avances de las alas más radicales. El bicentenario que celebramos ayer es precisamente el de uno de esos giros a la izquierda, que se produjo en nuestra Revolución de Mayo cuando empezó, en Buenos Aires, la breve y contradictoria vida de la Asamblea General Constituyente. La Asamblea del Año XIII.
Con la hegemonía de la secreta Logia Lautaro, que en secreto orientaba el coronel José de San Martín, la Asamblea derrumbó a golpes de hacha numerosos baluartes del antiguo régimen. Abolió los títulos de nobleza, puso fin a la Inquisición, prohibió la tortura e hizo quemar sus instrumentos en la plaza pública, suprimió el servicio personal de los indígenas, dio libertad a los hijos de esclavas nacidos en las Provincias Unidas. Y contribuyó con el Himno y el Escudo al que, a lo largo del siglo, se constituiría como el conjunto de símbolos de una nueva nación.
Sin embargo, el predominio de los sectores más revolucionarios no duró mucho. La declinación en Europa de la suerte de Napoleón Bonaparte, con el consiguiente pronóstico del regreso de la monarquía absoluta, las derrotas militares en el Alto Perú, las demandas de las masas del litoral, que provocaban el miedo de la elite porteña, aceleraron la danza dialéctica a la que se refería Hobsbawm. Los sectores más ricos y conservadores del Río de la Plata, los que preferían pactar con el antiguo amo antes que jugarse a todo o nada por una Revolución que había movilizado a las masas populares, y por lo tanto ya no garantizaba sus intereses, se fueron haciendo entonces del control de la Asamblea.
Duró poco, pero fue uno de los momentos más brillantes de la década de la emancipación, y merece que lo recordemos con entusiasmo. Y que aprendamos de él. Que aprendamos que la movilización de las clases populares es imprescindible para vencer la resistencia de las minorías, que un contexto internacional adverso es motivo para abroquelarse y resistir, no para rendirse, que las revoluciones se hacen para ir hasta el fondo, no para quedarse a mitad de camino. Pero también que los avances, aunque incompletos, son columnas sobre las que se edifica el futuro.
Hoy, doscientos años después, tenemos que entender con claridad que un proyecto nacional, popular y democrático como el que se está llevando a cabo en la Argentina no es una revolución pero es un enorme paso adelante, que es un pedazo de futuro que no hay que dejar caer, que buena parte de América del Sur, como entonces, está en el mismo camino, y que hay que escuchar más a las masas que a las minorías que gritan fuerte. A ellas no las asiste la razón. A los pueblos, sí.
* Diputado nacional de la Confederación Socialista (bloque FpV).
Discurso pronunciado en Reconquista ( Sta Fe ) con motivo de los actos del Bicentenario.
Locución de la Profesora María Rosa Peña, quien fue encargada del discurso central.
Pueblo de Reconquista:
Llegó el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Desfiles, banderas y fanfarrias. Y vendrán, por supuesto que deben venir, los épicos discursos a acariciar el pensamiento mágico de los argentinos. Y me resisto a hacer lo mismo.
Así que no me detendré a expulsar al alicaído Virrey, ni a resucitar pregones coloniales. No pintaré nuevamente el Cabildo, ni escribiré libertad con mayúsculas en forma prolija.
Prefiero transitar por los túneles, escuchando otras voces que vienen desde la recoba. Pisar los adoquines de las calles porteñas, y detenerme frente a un criollo cansino que llega con sus bueyes desde el bajo.
No pretendo ser la voz del Cabildo.
Quiero estar cerca del puerto, blanqueando, con las lavanderas, las ropas en el río.
Mayo, en su situación fáctica y puntual del 18 al 25, la famosa Semana de Mayo de los textos escolares, fue una cuestión a resolver por la gente sana y principal del vecindario. Pero luego, cuando fue necesario difundir el ideario revolucionario, cuando fue menester chocar cuerpo a cuerpo con los realistas, aparece el pueblo, la chusma, el populacho, como decían las crónicas epocales.
Por eso inflexiono acá, para dar palabra a quienes no tuvieron voz, y para rescatar del pasado, la experiencia de las mayorías silenciosas o silenciadas. Para rendir homenaje a los otros hombres de mayo, a los revolucionarios que no se sentaron en la gran sala, y también construyeron el camino libertario.
Cuando preparaba estas notas, se me presentó aquel aviso de La Gazeta, donde un encumbrado señorito español, de los pocos que quedaban, reclamaba la huída de su esclavo, el pardo Ramón Agüero, describiéndolo como negruzco, joven, retobado y haragán. Nadie supo del pardo Ramón porque se había alistado en el ejército. Sí, el esclavo con cadenas, huyó de esa forma hacia la libertad. Dicen que lo vieron en el éxodo jujeño, empujando carros, ayudando a las cholas con sus llamitas, perros y gallinas. Consolando changos, y presentando gloriosamente batalla en Salta y Tucumán. Y cayó. Y quiero pensar que Tafí del Valle lo guarda en sus verdes laderas.
Este Bicentenario es para Usted, pardo Ramón.
Así en esta cuestión que me lleva a traer agitados fantasmas que tuvieron carnaduras como todos nosotros, quiero hablar de las mujeres revolucionarias.
Se sabe, que mujeres malas, existimos siempre. Por eso, cuando los ejércitos libertadores avanzaron, las deshonestas, las de moral tachada, las innombrables, se sumaron a la soldadesca con sus miserias, con sus delitos, y sus niños a cuestas. Eran sus hombres los que marchaban. Y ellas marchaban con ellos.
Fueron a la guerra. Y terminaron siendo las primeras enfermeras de la patria. Rompiendo sus enaguas, para transformarlas en vendas. Asistieron, consolaron y curaron a los soldados heridos. Y se desangraron partidas por la metralla.
Una, la terrible Lucía Montes, fue condecorada por su valentía y su defensa a la patria, con el cargo de Capitana del Ejército del Norte. Y premiada con una jugosa pensión que nunca cobró. Murió de frío, loca, pidiendo limosnas en las escalinatas de la Catedral Metropolitana.
Vaya entonces para Lucía Montes, enfermera argentina, capitana del ejército del General Belgrano, este Bicentenario. Ella, ¿lo escuchan?, ella dice: Presente!
Ni el pardo Ramón Agüero, ni Lucía Montes, participaron del debate del 22 de mayo. Ni sabían nada de la teoría de la Retroversión de la Soberanía. Jamás habían escuchado hablar del padre Suárez, ni de Rousseau. Y no leyeron Cartas Persas, porque eran analfabetos.
Pero él y ella marcharon, en su ignorancia, y en su mediocridad, como dirían los dueños de la historia. A luchar para ser nada más que libres, palabra primera, que vuelve hombres a los esclavos, a los despreciados y a los sumergidos.
Por todo estos compoblanos, nadie crea, en este Bicentenario Revolucionario, que la libertad de nuestro país, donde todos tenemos el derecho a vivir con dignidad, es obra exclusiva y permanente, de vanguardias omniscientes o de elites ilustradas. El tesón de hombres y mujeres que construyeron el Mayo del año 10 es patrimonio de todos, del esfuerzo compartido, hombro a hombro, durante dos largos y difíciles siglos.
Y en este recorrido doloroso que empecinadamente transito, para recuperar la otredad de la patria, para que hablen los enmudecidos, y para nombrar los héroes del anonimato, no puedo quedarme en paz, si no digo que, en el aire democrático que respiramos en este Bicentenario, parte del oxígeno viene de otros olvidados, de cruces clavadas en la turba, en el sur, allá en Malvinas. Y de nuestros Veteranos, ex - combatientes de dientes apretados, a quienes la historia, los gobiernos, les deben las páginas de la gratitud.
La memoria y la historia de la Nación Argentina, se construyen con hechos, procesos, marchas, revoluciones, quiebres y contramarchas, que nos ocurrieron a todos. Sin magnificar a algunos y olvidar otros. La memoria es selectiva, y privilegia lo que se insiste, se escucha y se repite. Lo que se obvia, se sesga, se oculta, se olvida, se convierte en cenizas.
No nos convirtamos en un país de tres hechos gloriosos, ahogado por las cenizas de nuestros propios protagonistas.
Me queda por dejar explícitamente aclarado, que mi reclamo por los olvidados, no significa menoscabar y desvirtuar a los hombres consagrados por la historia oficial.
Nadie puede desprenderse en este día de Mayo, de la prestancia de don Pascual Ruiz Huidobro, el militar de mayor graduación en Buenos Aires, quien se plantó para depositar en el cabildo la Soberanía Popular.
Ni olvidar la calidad del voto revolucionario de Juan José Castelli, ni la magnifica locura del plan de operaciones de Moreno. Ni la valentía de Belgrano, que tira su jaqué de abogado y se uniforma, para ir al norte, al Paraguay, o a donde la Patria lo mandase.
Ellos están con nosotros desde siempre. Y renacen día a día. En las calles, los paseos, los viejos y los nuevos barrios, y en las arboladas avenidas. Convivimos, nos envuelven y nos contienen.
El mayor de los respetos con justicia, para nuestros héroes nacionales.
Termino diciendo, que a veces también sueño y futurizo. A pesar que dicen por ahí, que los profesores de historia, sólo nos regocijamos con los muertos.
Y en el sueño se me presenta la imagen, de que en esta misma plaza, y en este mismo lugar, dentro de 100 años, habrá alguien, que al hablar de los tres siglos de la Patria, pueda decir, sin penas ni olvidos, que el Sol de Mayo, sale para todos.
Los debates del Bicentenario: la cuestión tributaria
Mario Rapoport
Los impuestos generan importantes repercusiones sobre la estructura productiva y la distribución del ingreso, además de estar íntimamente vinculados con la correlación de fuerzas políticas y económicas en las distintas instancias de la evolución de las sociedades. Detrás de los planteos que promueven la contracción o el aumento de la carga tributaria y su composición, existe una visión determinada acerca del Estado y el reparto de las riquezas.
Es bien sabido que el desenvolvimiento del aparato estatal depende, sobre todo, de los recursos que pueda proveerle la recaudación impositiva, y su alcance y estructura condiciona y delimita la extensión de las funciones de los gobiernos. Desde su génesis, el estado de la economía agroexportadora basó su financiamiento en el endeudamiento público, principalmente externo, y la recaudación provenía, en su mayor parte, de los impuestos a las importaciones y al consumo interno, que sumaban en 1910 el 86,7% de la recaudación.
Sin embargo, los derechos aduaneros eran concebidos como un recurso fiscal y no como parte constitutiva de una política más amplia de protección e impulso a actividades productivas con mayor valor agregado. Esta concepción se reflejó en la sanción de la Ley de Aduanas de 1877, que si bien favoreció el desarrollo de algunos establecimientos fabriles en las décadas de 1880 y 1890 impuso asimismo aranceles a las materias primas industriales que superaban los de los productos terminados; una especie de “proteccionismo al revés”, como se lo llegó a calificar.
La consecuencia de estas políticas fue la imposibilidad de desarrollar el sector industrial de la manera en que lo hicieron otras naciones, como Canadá y Australia, cuyo perfil inicial fue también agroexportador. Además, a diferencia de lo que ocurrió en aquellos países, en la Argentina la fuerte concentración de ingresos dio sustento a la consolidación de una elite de poder que frenó toda posibilidad de gravar las ganancias de personas y empresas, lo que habría podido constituir una fuente sustancial de recursos fiscales. De esta manera, la mayor parte de los frutos del crecimiento económico en la época del “Primer Centenario” no llegaba a la mayoría de la población.
El magro monto de los ingresos del Estado durante la etapa agroexportadora dificultaba las inversiones públicas en infraestructura, así como las de carácter social y las de otras funciones inherentes a un Estado moderno. Por otra parte, estaban concentrados en el gobierno central sin repartirse adecuadamente a las provincias.
Se ponía en evidencia, además, una contradicción interna del modelo agroexportador: mientras se realizaba una política que favorecía el libre cambio, la recaudación fiscal provenía principalmente de la aduana. La expansión de los ingresos públicos, bajo un sistema impositivo fuertemente dependiente de las transacciones con el exterior, chocaba así con los objetivos de la política económica.
Las diversas crisis financieras que atravesó ese esquema tuvieron fuerte incidencia sobre el sistema tributario argentino.
El primer antecedente es el de 1890, cuando una súbita disminución de la recaudación –que dependía sobre todo de los derechos arancelarios– forzó la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso frente a los reclamos de los acreedores externos y a las necesidades de supervivencia estatal. El Gobierno introdujo un impuesto federal sobre numerosos bienes de consumo, extirpándoles fuentes de recursos a las provincias. En 1892 estos impuestos regresivos contribuían sólo con el 4% de los ingresos fiscales, pero hacia 1900 ya explicaban el 24 por ciento. Tan sólo luego de la Primera Guerra Mundial se planteó la necesidad de agrandar las arcas públicas con otro tipo de recursos.
En 1919, el presidente Hipólito Yrigoyen presentó en el Congreso un proyecto de ley de impuesto a los réditos que no tendría aprobación. Para el Poder Ejecutivo, el sistema argentino basado en los gravámenes aduaneros era deficiente y dependía en forma exclusiva de los avatares del comercio exterior. Frente a la difícil situación financiera y el creciente déficit público, su objetivo era obtener nuevos recursos fiscales evitando cualquier reducción en las prestaciones sociales por parte del Estado.
Pero la abrupta caída del comercio internacional en ocasión de la crisis mundial de los años ’30 puso en juego la propia subsistencia del Estado. En 1932 se sanciona finalmente una ley de impuesto a los réditos, sobre un proyecto redactado por Raúl Prebisch basado en la legislación australiana, que lo había establecido en 1915. Sin embargo, su sanción produjo múltiples protestas de instituciones corporativas empresariales y la aplicación del impuesto se tradujo en altos montos de evasión. Debe recordarse también que en 1935 se acordó el reparto de la recaudación de impuestos con las provincias en un régimen de coparticipación. Era el primer intento, aunque todavía poco satisfactorio, de utilizar el sistema tributario como un mecanismo de redistribución a nivel regional.
Varias reformas se establecieron durante los primeros gobiernos de Perón, ampliando la base del Impuesto a los Réditos y creando un tributo a los beneficios eventuales, gravámenes que más tarde se unificaron en el Impuesto a las Ganancias. Un paso importante en esa época, tanto desde el punto de vista de la política social como de los ingresos del Estado para esos fines, aunque no siempre resultó el caso, fue la puesta en funcionamiento de un sistema previsional La reciente nacionalización de las AFJP, un buen negocio sólo para las entidades financieras involucradas en él, volvió a recuperar esas contribuciones para las finanzas públicas.
Los desbordes inflacionarios, las dificultades para recaudar los impuestos a las rentas, sobre todo la personal, y la efectiva injerencia de poderosos intereses, coartaron la eficacia de los tributos directos. Como consecuencia, durante el período 1975-90 el Impuesto a las Ganancias sólo proveyó una recaudación anual equivalente a apenas 1 punto del PIB, cuando en 1952 ya había alcanzado los 4,2 puntos. El ideario neoliberal supuso un retroceso en la modernización del sistema tributario argentino. La imposición sobre los ingresos perdió participación a costa del incremento de los gravámenes sobre el consumo y las ventas, apoyándose en argumentos que esgrimían la necesidad de estimular el ahorro necesario para financiar la inversión y, de ese modo, obtener el crecimiento económico que luego se “derramaría” hacia los sectores más pobres de la población, algo que no ocurrió.
Actualmente, el sistema tributario vigente en la Argentina presenta una composición altamente regresiva. Según cifras del 2009 los gravámenes al consumo representan el 35% de la recaudación –y dentro de ellos el IVA al 80%–, mientras que los impuestos sobre las ganancias suman el 18 por ciento. En nuestro país este último constituye sólo un 5% del PBI, mientras que en la OCDE promedia un 12,5 por ciento. Por ende, es una necesidad ineludible incrementar la eficiencia del control fiscal y modificar la estructura interna de la recaudación con vistas a tornarla más progresiva.
Esto puede lograrse si se aumenta el peso de los impuestos directos, se disminuye el IVA (en su tipo uno de los más altos del mundo), se suprime el distorsivo “impuesto al cheque” y se incluye uno a la renta financiera. Como señala una revista francesa a propósito de la desigualdad de ingresos en Francia: “Cuanto mayor es esa desigualdad más se justifica la redistribución por el sistema impositivo” (Alternatives Economiques, mayo, 2010).
Fuente: Buenos Aires Económico
Hacia el tercer centenario
Aldo Ferrer
Desde los pasos iniciales, la construcción de la nueva Nación enfrentó problemas fundamentales. A saber, la ocupación efectiva del territorio, el régimen político institucional, la cohesión social, la estructura productiva y la inserción en el orden mundial. La formación del país en torno de estos ejes se realizó dentro de un escenario global, en permanente transformación, que penetró, por múltiples vías (migraciones, comercio, finanzas, inversiones, información, etcétera) el espacio nacional. En definitiva, la trayectoria de la Argentina resultó de una compleja red de relaciones entre el contexto internacional y las respuestas que nuestra propia realidad interna proporcionó a los desafíos y oportunidades del orden mundial.
En ese escenario, se forjaron las ideas hegemónicas que orientaron el comportamiento de los grupos dirigentes y la formación de la opinión pública. Así, el país fue desplegando su capacidad de gestionar el conocimiento, es decir, de incorporar los avances de la ciencia y la tecnología en su tejido económico, político y social. Esta es la esencia del desarrollo económico y se realiza en un proceso incesante de acumulación de capital, tecnología, saberes, capacidad de gestión, articulación de las esferas pública y privada, calidad de las instituciones y de las políticas públicas y comportamientos privados. El hecho de que no hayamos alcanzado aún un nivel de desarrollo a la altura del potencial de los recursos y conocimientos disponibles revela que las respuestas que hemos dado, en estos dos primeros siglos, a los desafíos fundacionales, han sido insuficientes. Esto se reflejó en la repetida interrupción de los procesos de acumulación, como sucedió, para citar un solo ejemplo, con los golpes de Estado y la consecuente frustración de la experiencia institucional y política.
Mirando hacia adelante y la trayectoria posible del tercer centenario, inaugurado el 26 de mayo de 2010, se advierte que los problemas fundamentales siguen siendo los mismos planteados en los tiempos inaugurales de la Patria. En su resolución, buena o mala, seguirán teniendo importancia decisiva los acontecimientos del sistema mundial y nuestra capacidad de decisión nacional para resolver aquellos desafíos fundacionales y desplegar el potencial disponible.
¿Cuáles son las tendencias, previsibles ahora, del sistema mundial, de la globalización, que encuadrará la trayectoria del país en su tercer centenario? Un hecho clave es que terminó el monopolio de los países avanzados del Atlántico Norte sobre el conocimiento científico y tecnológico y las actividades de frontera. China, la India y las naciones emergentes de Asia están constituyendo un nuevo centro dinámico en la economía mundial, que se consolidará en el transcurso del siglo XXI. Quedarán al margen y constituirán la “periferia” subordinada a los centros dinámicos las naciones que no logren consolidar su cohesión social y desplegar políticas nacionales para la gestión del conocimiento y su transformación productiva.
Éste es el desafío que enfrentan África, Oriente Medio,?las naciones de Asia distintas de las emergentes?y América latina. No es previsible que las disputas entre los protagonistas del poder mundial desencadenen guerras globales porque los centros dinámicos han construido una red de interdependencia. Esto los lleva a preservar el sistema global y disputar la hegemonía por otros medios, esencialmente, el predominio científico tecnológico y su influencia en la explotación de los recursos naturales y el acceso a los mercados. Las amenazas a la paz y la seguridad internacionales seguirán radicadas principalmente en el tráfico de drogas y armamentos y en conflictos localizados caracterizados por sus raíces religiosas y/o étnicas.
El gran interrogante del escenario global se refiere a la preservación del medio ambiente y a la profundidad y eficacia de la concertación de políticas para tales fines. No es todavía previsible un gobierno mundial capaz de enfrentar, solidaria y equitativamente, los problemas globales. El orden del siglo XXI probablemente seguirá siendo “internacional”, de articulación entre Estados nacionales, los cuales, en algunas regiones, darán lugar a la formación de bloques, cuyos limites para la aplicación de políticas comunitarias propias de un Estado federal (como son los Estados Unidos de América), aparecen demostrados por los problemas actuales de la Unión Europea.
Es en ese escenario mundial en el que los argentinos volveremos a demostrar ser, o no, capaces de culminar la tarea inconclusa de la construcción de la Nación. Todos los medios necesarios, humanos y materiales, están disponibles. Por una parte, una población sin fracturas religiosas y étnicas, todavía castigada por la desigualdad, pero que revela una cultura original y creativa y capacidad de gestionar el conocimiento. Por la otra, un territorio gigantesco, el octavo en el mundo por su dimensión, dotado de ricos y variados recursos naturales. En tales condiciones, los problemas a resolver son:
Ocupación del territorio. Es preciso construir el federalismo económico con el despliegue del desarrollo de?todas regiones en un sistema nacional integrado. La solidaridad y asociación de las tres jurisdicciones del Estado argentino (nación, provincias, municipios), en una estrategia de desarrollo inclusiva de todas sus regiones,?permitirá la ocupación efectiva del territorio. La última reivindicación territorial pendiente, la recuperación de Malvinas, se logrará a su tiempo, dentro del derecho internacional, a medida que el país consolide su desarrollo y fortalezca su presencia internacional.
Régimen político institucional. La sociedad argentina se transformará profundamente y los cambios en el reparto del poder, la riqueza y el ingreso, introducirán tensiones, las cuales, paras ser resueltas en paz reclaman el fortalecimiento permanente de las reglas del juego de la Constitución y la división de poderes del Estado republicano. Los avances logrados desde el retorno definitivo a la democracia en 1983 se irán consolidando con su ejercicio, pero es preciso mejorar las relaciones entre los actores políticos y sociales para sustituir?la crispación y la intolerancia por la?comprensión que, dadas las complejidades y conflictos de una sociedad pluralista, todos compartimos un destino común.
Cohesión social. El tejido social hereda las asimetrías de la formación histórica del país, desde los tiempos de la colonia. La situación fue profundamente agravada durante el período de la hegemonía neoliberal (1976-2001/2002), cuando aumentó dramáticamente la pobreza, la fractura del mercado de trabajo, el desempleo y la desigualdad en la distribución del ingreso y de las oportunidades creadas por el sistema educativo. El desarrollo y el empleo de calidad son las bases fundacionales del bienestar y la equidad y su articulación con las políticas sociales (educación, salud, hábitat, atención de los sectores vulnerables, etcétera), el?fundamento de la inclusión social, que es esencial para la capacidad regestionar el conocimiento y, consecuentemente, para el desarrollo económico.
Estructura productiva. En el transcurso del tercer centenario deberá abandonarse definitivamente la idea de que la prosperidad de la economía argentina puede fundarse?exclusivamente en la explotación de sus recursos naturales. El desafío es construir una economía integrada, diversificada y compleja, apoyada en tres ejes: las cadenas de valor de alto contenido tecnológico de su producción primaria, una gran base industrial que incorpore las actividades de frontera científico-tecnológica y el despliegue en todo el territorio. Este es el único sistema compatible con el pleno empleo de los recursos disponibles, el empleo de calidad, el bienestar y la inclusión social.
Inserción internacional. Deberá abandonarse también el supuesto neoliberal de que el país es un segmento del mercado global, cuya economía debe organizarse conforme a las señales de los centros de poder mundial. Esta visión es incompatible con el desarrollo económico que, siempre y en todos los casos, es, en primer lugar, la construcción en un espacio nacional. El proyecto de desarrollo dependiente de un centro dominante fracasó en tiempos de la hegemonía de Gran Bretaña y?luego en los de los Estados Unidos, como fracasaría ahora si buscáramos la referencia en China o Brasil. La capacidad de gestionar el conocimiento demanda la existencia de una estructura productiva, compleja, integrada y abierta, vinculada a la división del trabajo y el orden global a través del intercambio simétrico de los bienes y servicios portadores del avance tecnológico. La especialización limitada a?la producción primaria es la vía más segura al subdesarrollo y la subordinación.
Para resolver estos desafíos, que seguiremos enfrentando en el tercer centenario, es indispensable liberarnos de las ideas hegemónicas de los centros de poder mundial, es decir, de lo que Arturo Jauretche denominaba la “colonización cultural” y Raúl Prebisch el?“pensamiento céntrico”. Es preciso consolidar una visión propia, nacional, de nuestra realidad y nuestros problemas, para vincularnos con el orden mundial conservando el comando de nuestro propio destino. Esto es condición necesaria para formular y ejecutar una política económica que permita mantener el orden de la macroeconomía, la solvencia fiscal, la competitividad, la estabilidad razonable de los precios, indispensables para poner en marcha un proceso incesante de acumulación.
Es necesaria también para resolver los problemas más ríspidos que vinculan la distribución del ingreso con la estructura productiva, como los tipos de cambio diferenciales, el régimen impositivo y la política de crédito. Es indispensable, asimismo, para comprender que los recursos financieros, el ahorro y el crédito, están, en lo fundamental, dentro de las fronteras nacionales y abandonar la hipótesis neoliberal que,?sin crédito ni inversión extranjera, el desarrollo es imposible. Tanto el crédito como la inversión extranjera sólo son útiles cuando complementan y no sustituyen el ahorro interno, la iniciativa empresaria nacional y la acción promotora de las políticas públicas.
La empresa de consumar la construcción de la Nación argentina, iniciada con los acontecimientos de mayo de 1810, es posible si consolidamos la densidad nacional, vale decir, la cohesión social, los liderazgos nacionales, la democracia y el pensamiento propio que constituyen, precisamente, la agenda del tercer centenario.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
Declaración del Bicentenario
Conmemoramos el Bicentenario de la Argentina sin evocar un pasado mítico pero sabiendo que en los pliegues de su historia persisten memorias de un país para todos, muchas veces extraviado en su propio laberinto y otras arrojado a los poderes de la injusticia. De un país que supo de apasionadas escrituras libertarias y que guarda en sus fibras los nombres propios de los hombres y las mujeres que buscaron construir, individual y colectivamente, los trazos de otra patria. La que buscamos en los signos de esta época que ofrece la posibilidad cierta y urgente de encontrarnos con lo mejor de las tradiciones ancladas en los ideales de igualdad, libertad, justicia y soberanía. Ése es el mayo que nos urge desde hace 200 años.
De la Argentina de las luchas emancipatorias quedan los rastros de los esfuerzos políticos, de los trastrocamientos sociales, de la ruptura del orden colonial, pero también la memoria de lo irresuelto, de las promesas no realizadas, de lo popular sin redención. Es en los hilos de lo pendiente, en la memoria de las voluntades, que pronunciamos el nombre de Argentina, en este Bicentenario.
No lo hacemos en la Argentina del Centenario, ese espejo virtual que los poderes actuales instalan en el lugar de Paraíso Perdido. En aquella Argentina un futuro que se imaginaba dorado, sobre la base de los ganados y las mieses, se proyectaba bajo la égida de un Estado excluyente, con las mayorías silenciadas políticamente y con un mundo popular asolado por la desdicha. El Centenario fue oropeles y visitantes extranjeros, tanto como estado de sitio y lucha callejera. República para pocos y Ley de Residencia. Un modelo de país agroexportador incapaz de proyectarse con autonomía del Imperio Británico y de mirarse en otro espejo que no fuera el de un orden internacional injusto. Jóvenes de clase alta incendiaron un circo plebeyo para que no alterase un paseo tradicional. Esas fogatas prepararon la Semana Trágica y los fusilamientos de la Patagonia, expresiones del odio oligárquico que se descargaría cada vez que el pueblo defendía sus derechos.
No aceptamos volver a la Argentina de 1910. No podemos identificarnos con un país de la desigualdad, el prejuicio y la exclusión. Ni con un país diseñado desde la lógica de los intereses corporativos, que ha venido rapiñando lo público y tratando de disolver lo mejor de las creaciones colectivas, que dieron forma a sistemas de educación y salud equitativos. No es nuestra tradición la que confunde “nación” con “raza” u origen geográfico ni la que reivindicó como causa nacional la aniquilación de pueblos originarios y de sus hombres y mujeres, la servidumbre y el despojo material y cultural, ni estamos dispuestos a tolerar sus abiertas o embozadas formas de persistencia. No queremos que se silencien las voces que desde el fondo de nuestra travesía como nación se expresaron para avanzar hacia una sociedad más igualitaria, ni convertirnos en espectadores que contemplan cómo unos pocos se complacen en sus riquezas mientras los que producen los bienes sociales son reprimidos, acallados o expulsados.
No queremos regresar a los fastos de ese Centenario que sigue persiguiendo como una sombra espectral los sueños de emancipación, como lo hizo en el 30, en el 55, en el 66 y en el 76. Nuestro Bicentenario busca reencontrarse con los trazos que fueron dibujando los sueños de libertad e igualdad del primer Mayo y que debieron sortear incontables dificultades y las peores pesadillas. Somos ese país de sueños y de pesadillas. Se trata de recrear, con nuestra fuerza imaginativa y con inventivas populares, la fuerza emancipatoria del inicio, y las de las múltiples formas de resistencia que en nuestro suelo fueron ejercidas desde la Conquista y la Colonización, sabiéndonos parte de un destino común, entrelazado con el de los pueblos de toda América Latina, sin los cuales no puede pensarse un presente ni un futuro.
El Bicentenario es, fundamentalmente, una conmemoración de esas luchas emancipatorias que en sus mejores momentos tenían menos un destino local que una idea de lo americano. Que tiene su punto de inicio en la revolución de los esclavos haitianos y se consolida recién en 1824. Cuando hoy América Latina traza acuerdos y composiciones, cuando construye Unasur y afianza los compromisos políticos y económicos, cuando procura un destino común, vuelve a proyectarse sobre el fondo de la unidad anunciada en los primeros gritos libertarios, y la Argentina a reencontrarse con el destino que soñó al nacer.
Esta Argentina tiene en su corazón profundo una vida popular que ha sido gravemente dañada y que es, así y todo, potente y creativa. El antiguo pueblo del himno ha sido rehecho por dictaduras atroces, persecuciones violentas, modificaciones profundas de la economía y el Estado, tecnologías y lenguajes comunicacionales capaces de generar las condiciones para que un sentido común amasado entre la dictadura y los años noventa, corroa las fuerzas de nuestra vida social y cultural e inhiba el diálogo activo con el pasado.
Ha sido reconfigurado y avasallado el pueblo. Y sin embargo, ha sido y es el sustrato de las resistencias, la potencia creadora de nuevas formas de vida, de lenguajes, de símbolos, de modos de encuentro, el horizonte de una real autonomía simbólica y política de la nación. Ese pueblo tiene múltiples y heterogéneos rostros políticos, se despliega en organizaciones diversas y en experiencias no siempre concordantes. Los que aquí manifestamos lo hacemos como parte de ese pueblo, como parte de las organizaciones en las que se nuclea y se recrea.
Son los rostros de los trabajadores asalariados y sindicalizados, herederos de los que un 17 de octubre del 45 le dieron forma a sus exigencias de justicia y dignidad en una novedosa articulación política y que en mayo de 1969 hicieron temblar la ciudad de Córdoba. Son también los rostros sufridos de los desocupados que intentan recuperar una trama social devastada por el neoliberalismo y que en los noventa fueron el alma y el cuerpo de las resistencias, esa parte de los incontables que hoy marchan en pos de la equidad y el reconocimiento. Son los rostros de los activistas sociales y de los creadores culturales. Son los rostros de las militancias por los derechos humanos y de los pacientes articuladores de los barrios. Son los rostros de los estudiantes que supieron arrojarse a las luchas populares. Son los rostros de los empresarios comprometidos con ideales de autonomía nacional y los de los profesores y maestros que trajinan diariamente por la educación pública. Son los rostros de los migrantes latinoamericanos que han elegido estas tierras para construir sus propios sueños y de quienes dan testimonio de la expoliación a los pueblos originarios y de la defensa de sus derechos. Y recuerdan que sólo una América Latina de nuevas solidaridades podría alojar esas diferencias sin diluirlas en el relativismo cultural ni trasvasarlas a persistentes racismos. Son los rostros de la desdicha, del temor ante el peligro, de la alegría por la reunión y la voluntad colectiva.
La conmemoración del Bicentenario no puede desligarse de la consideración de ese pueblo que encuentra en estos días una remozada capacidad de movilización callejera y reconocimiento público. El futuro de la Argentina depende de la atenta vigilia popular, una vigilia hecha de alerta y compromiso, de reacción frente al peligro y de entusiasmos compartidos. Mucho se ha hecho en estos años del siglo XXI para restañar la vida popular dañada. Todos deben saber -todas las dirigencias políticas y sociales- que ningún retroceso es aceptable. Que este pueblo tiene compromisos profundos con las transformaciones realizadas y las faltantes y que encontrará en la memoria de sus luchas pasadas y en las necesidades del presente, la fuerza para resistir cualquier intento de restauración conservadora. No hay vuelta atrás que pueda resultarnos tolerable. No hay interrupción que consideremos viable. La Argentina actual, capaz de enjuiciar los crímenes del pasado y generar políticas de reparación para las desigualdades contemporáneas, no puede ser suprimida por los agentes de la reacción.
Deben ser conjuradas las maniobras de quienes conspiran en las sombras y agitan desde los espacios mediáticos. Pero también resguardar al país de la corrosión de sus lenguajes y de una sensibilidad social, cultural y política menguada en sus capacidades críticas y creativas, como de los condicionamientos en los modos de vida y de pensamiento impuestos por las culturas imperiales. Sabemos que no se sale indemne de las heridas infringidas por los poderes de la dominación y que las diversas formas de la injusticia, la humillación y la fragmentación marcaron a fuego el tejido social. Pero también percibimos que algo poderoso vuelve a manifestarse en la patria de todos. En la particular situación de América Latina en estos inicios del siglo XXI, este pueblo, hecho de memoria y de presente, escrito su cuerpo por las mil escrituras de la resistencia, las derrotas y los sueños, tiene la potencia de realizar ese llamado ante los peligros y la afirmación de su resistencia ante toda forma de la devastación.
El estado de este pueblo es, hoy, la vigilia: apuesta a la defensa de las reparaciones alcanzadas y a la perseverante insistencia en lo pendiente. Si es capaz de mirar al pasado de la nación e inspirarse en la épica americanista de los revolucionarios de mayo, lo hará porque su realización está en las señales del presente y en la apuesta al futuro. Tiene ante sí el desafío de dar lugar a lo nuevo que surge y de contribuir a que se extiendan y fortalezcan los modos en que los argentinos deciden vivir su libertad para afianzar la de todos. Estamos convocando a un acto de emancipación, capaz no sólo de enfrentar las trabas que interponen, ayer como hoy, los intereses poderosos, sino de proponer nuevas soluciones imaginativas y nuevos objetivos que estén a la altura de una sociedad enfrentada al desafío acuciante de ser más equitativa. Y a través del ejercicio de la libertad, de la participación y de la movilización, a llevar a cabo las grandes tareas pendientes, particularmente las que conducen a enfrentar las desigualdades sociales que persisten como una llaga que no se cierra –tareas cuyas señales han sido dadas en estos últimos tiempos-. Un mayo de la equidad y de la igualdad, un mayo en el que la riqueza sea mejor distribuida entre todos los habitantes de esta tierra.
Por todo esto convocamos, con el entusiasmo y la pasión que emanan de nuestra historia compartida, a emprender las transformaciones estructurales y culturales que se necesitan para contrarrestar el saldo de décadas de deterioro y desguace, y avanzar hacia nuevos modos de relación entre los ciudadanos, la política y el Estado. Somos esos sueños y esas múltiples y diversas experiencias sin las cuales no podríamos imaginar un futuro. Conmemorar el Bicentenario implica tomar nota de lo nuevo y convocar lo existente hacia una profundización de la democracia. Los hombres de Mayo tuvieron ante sí la tarea de construir una nación despojada de la herencia colonial. Lo hicieron en parte y la situación de América Latina exige la continuidad de ese esfuerzo. Como para ellos antes, para nosotros hoy no hay retroceso tolerable y sí un enorme desafío histórico: la construcción de una sociedad emancipada y justa.
Carta Abierta