Seis falacias sobre las reservas del Central
Por Jorge Mancinelli
07-03-2010 / Lo que dice la oposición para bloquear el uso de los fondos para pagar la deuda externa,
Uno por uno, los argumentos que rebaten las pontificias afirmaciones que la oposición viene haciendo sobre las reservas del Banco Central.
Falacia 1. “Pretenden pagar la deuda con las reservas a través del endeudamiento constante.”
El karma de los argentinos sigue siendo la convertibilidad: con ese sistema nos convencieron que las reservas sólo se pueden conseguir con deuda. La convertibilidad tuvo como propósito central sobrevaluar el peso para permitir la mayor fuga de capitales que tenga memoria el país: pesos caros contra dólares baratos. Esa distorsión impidió que la sociedad pudiera utilizar el saldo de la balanza comercial para financiarse. A diferencia de la convertibilidad, las reservas que se han ganado desde el 2003 a la fecha son el resultado de una política económica que combina tipo de cambio administrado con sostenimiento y promoción de la oferta de exportables.
Falacia 2. “Defender las reservas es defender los salarios de los trabajadores.”
El falso paraíso de la convertibilidad hizo que con pesos caros y dólares baratos se pudieran comprar en el exterior bienes de todo tipo que resultaban más baratos que producirlos en el país para lo cual, dado que no había saldo comercial favorable para mantener semejante consumo, había que endeudarse. El efecto fue desocupación y deuda creciente que se hizo impagable. A diferencia de la convertibilidad, durante la cual el endeudamiento era el motor de la economía, el modelo nacional en curso se sostiene sobre la masa salarial que es, además, el pilar del actual sistema previsional: para el segundo trimestre del 2003, los asalariados registrados eran 4.600.000 y los no registrados, 4.400.000, es decir que el 44 por ciento de los 10.000.000 de trabajadores ocupados, estaba fuera del sistema. Para el segundo trimestre del 2009, los trabajadores registrados fueron 7.200.000 y los no registrados, 4.000.000; la informalidad laboral cayó al 36 por ciento mientras que el número de ocupados totales subió a 11.200.000 trabajadores. La recuperación del trabajo vino de la mano con la recuperación del sindicato a través de las convenciones colectivas: durante la vigencia de la convertibilidad se realizaron anualmente alrededor de 170 convenciones colectivas de trabajo, en los seis años que van de 2004 al 2009 se formalizaron 800 convenios en promedio por año. Durante los últimos tres años, 2007 a 2009, las convenciones colectivas celebradas promediaron 1.200 por año, 700 por ciento más que durante la década que tanto extrañan los vestales de la reservas. La defensa de los salarios se hace promoviendo el empleo y garantizando el ejercicio de los derechos laborales.
Falacia 3. “Cristina se endeuda para financiar el déficit.”
Nuevamente la convertibilidad: el déficit o superávit fiscal no está dolarizado y los ingresos del Estado vía el comercio exterior dependen del tipo de cambio que administra, que no es fijo, y de la política de aranceles que aplica.
Falacia 4. “La independencia del Banco Central está afectada por el Gobierno que no vacila en tomar medidas que ponen en riesgo la estabilidad cambiaria.”
El Banco Central no es independiente ni autónomo, sino autárquico: tiene capacidad para administrarse pero dentro de las normas que le fija un poder superior. La política cambiaria es una parte de la política económica que es competencia del Gobierno y no del Banco Central.
Falacia 5. “Decir que las reservas se usarán para pagar la deuda, es, en realidad, decir que se usarán para pagar los gastos del Estado.”
Las reservas tienen dos fuentes: el superávit de la balanza comercial que ocurre cuando las exportaciones son mayores que las importaciones, y el ingreso de fondos del exterior. En el primer caso, las reservas son ganadas por el país y corresponden a la Nación a través del Estado que es quien suministra pesos contra monedas extranjeras. En el segundo, son de los prestamistas o inversores. Las reservas son existencias en caja que se definen en función de la administración del tipo de cambio y de los compromisos externos que la economía nacional deba afrontar cada año. La política económica es la encargada de dar coherencia y legitimidad al manejo de esos saldos permitiendo que estén disponibles para respaldar compromisos públicos y privados.
Falacia 6. “La utilización de las reservas para financiar el déficit ha tenido en la Argentina una tristísima historia, que siempre desembocó en crisis muy fuertes con costos altísimos para los tenedores de moneda local, de deuda o de depósitos bancarios.”
Las crisis de endeudamiento y cesaciones de pagos internas y externas fueron originadas por gobiernos al servicio de de los sectores más concentrados de la economía. Recordemos: tablita cambiaria (1979-1981); estatización de la deuda privada (1981-1983); convertibilidad (1991-2001); plan Brady (1993);dolarización de la economía que no llegó a formalizarse a pesar de la solicitud que Pedro Pou, presidente entonces de un Banco Central que era elogiado por su independencia, hiciera la Reserva Federal de los Estados Unidos en el mes de marzo de 1999; blindaje (enero 2001); megacanje (mayo 2001); canje de deuda pública nacional por préstamos garantizados (noviembre 2001); declaración del default por Rodríguez Saá (diciembre 2001) presidente semanal que renunció rodeado de su familia y envió la renuncia por el Edecán presidencial para que la presentara a “quien corresponda”; un año después Menem lo acusaba de “haber tirado todo por la borda”. El origen de las desgracias argentinas no está en la utilización de las reservas sino en proyectos políticos que privilegiaron a intereses particulares por sobre el interés general.
La verdad de la milanesa sobre las reservas
Alfredo Calcagno*
Los acontecimientos políticos suceden con tanta velocidad y la información que circula sobre ellos es tan sesgada, que muchas veces se confunde el significado de importantes actos políticos. Ahora examinaremos tres de ellos; primero, el que establece la verdadera naturaleza del decreto de necesidad y urgencia que crea el Fondo de Desendeudamiento (DNU 298/10); segundo, la irreversibilidad de la transferencia de los fondos ya efectuada, y tercero, el supuesto efecto sobre el Presupuesto nacional del pago con reservas.
La facultad del Banco Central para vender o comprar reservas es indiscutible. El DNU se dictó para ampliar el margen de financiamiento del Tesoro por el Banco Central.
La discusión periodística ha equivocado la verdadera naturaleza del DNU. Se pone en tela de juicio la posibilidad del Banco Central de usar las reservas internacionales. Es sabido que esas reservas consisten en activos financieros de alta liquidez, como oro, dinero en efectivo, depósitos en divisas de bancos en el exterior, títulos de deuda pública y otros instrumentos parecidos.
Entre otros usos, sirven para asegurar la provisión de importaciones en casos de emergencia (por ejemplo, caída de las exportaciones) y para impedir la especulación sobre la moneda (corridas cambiarias). En este momento desempeñan también una función fundamental en la política económica, que consiste en mantener una flotación administrada en el mercado cambiario. Además, los particulares compran reservas para los más diversos usos: pagar importaciones, girar ganancias, viajar al exterior, pagar dividendos. Cualquier particular y el Estado pueden comprar reservas, si tienen los pesos necesarios. Por eso es absurdo sostener que no pueden usarse reservas o que para hacerlo es necesaria una autorización del Congreso. Declarar la intangibilidad de las reservas, las destruiría como tales, porque entonces ya no servirían para nada.
La razón del decreto de necesidad y urgencia 298/10 no es que el Congreso permita al Banco Central vender reservas (facultad indiscutible del Banco), sino autorizar al Banco Central a recibir a cambio de esas reservas una Letra emitida por el Tesoro Nacional en lugar de pesos.
El Banco transfirió al Tesoro Nacional 4.832 millones de dólares de las reservas de libre disponibilidad (art. 1). Como contraprestación, el Banco Central recibió una Letra intransferible denominada en dólares a 10 años plazo, que se considera comprendida en el art. 33 de la Carta Orgánica del Banco Central (arts. 3 y 4 del DNU). El citado art. 33 autoriza al Banco a mantener una parte de sus activos externos en papeles de reconocida solvencia y liquidez pagaderos en moneda extranjera (como es una Letra del Tesoro emitida en dólares). Por su parte, el DNU agrega que esa Letra no se encuentra comprendida por la prohibición del artículo 19 de la Carta Orgánica (que impide conceder préstamos al Gobierno Nacional), ni por el art. 20 que fija límites a los adelantos transitorios al Gobierno Nacional. Estas especificaciones amplían el margen de financiamiento del Tesoro por el Banco Central, y no se refieren a si el Banco Central puede o no vender o transferir reservas.
La transferencia ya efectuada es irreversible. Los decretos de necesidad y urgencia (DUN) establecidos por el art. 99 inc. 3 de la Constitución Nacional fueron reglamentados por la ley 26.122. Se determina allí que “el rechazo por ambas Cámaras del Congreso del decreto de que se trate implica su derogación”, “quedando a salvo los derechos adquiridos durante su vigencia” (art. 24); de tal modo, los actos jurídicos ejecutados “tienen plena vigencia” (art. 17), como si emanaran de una ley. Las leyes “no tienen efecto retroactivo” (art. 3 del Código Civil). Su hipotética derogación regiría para el futuro. Para que se entienda mejor el tema de la no retroactividad, recordemos que en la década de 1950 se sancionó una ley de divorcio, y que su derogación posterior no implicó que se reconstituyeran los matrimonios ya disueltos.
La reciente transferencia de fondos efectuada desde el Banco Central a la cuenta del Tesoro Nacional, es un acto jurídico autorizado por el DNU 298/10. Ese acto jurídico ya ocurrió, está cerrado y no es reversible en la eventualidad del rechazo del DNU en el que se basó, y que en ese momento tenía fuerza de ley.
Tampoco puede invocarse su nulidad, ya que el art. 99 inc. 3 declara que son nulas las disposiciones del Poder Ejecutivo de carácter legislativo si no se ajustan a los procedimientos de los decretos de necesidad y urgencia; es evidente que éste no es el caso, pues se ha cumplido y se cumple con todos los requisitos que establecen tales decretos.
En síntesis: si el Congreso lo rechazara, ese DNU no podrá aplicarse en el futuro, porque ya no existiría; pero todo lo actuado durante su vigencia queda firme, como si hubiera ocurrido con una ley (art. 17 de la ley 26.122). En consecuencia, es irreversible la transferencia de fondos del Banco Central al Tesoro Nacional ya efectuada.
El pago de deuda con reservas no afecta al Presupuesto nacional. Otra confusión es la referida a las consecuencias que el pago de deuda externa con reservas tendrá sobre el Presupuesto nacional. Una versión predominante en los medios de comunicación, afirma que se trata de reemplazar con reservas varias partidas que ya figuran en el Presupuesto nacional para el pago de deuda; de tal modo, podrían destinarse esos fondos a gastos corrientes, con propósitos electorales. No es así.
La ley de presupuesto vigente presenta un equilibrio entre gastos corrientes y de capital (referidos a la inversión pública). La amortización de la deuda pública no figura entre esos gastos, del mismo modo que la emisión de deuda nueva no forma parte de los ingresos corrientes. El Presupuesto prevé el pago de intereses de la deuda con gastos corrientes. A la vez, determina que las amortizaciones de capital de la deuda pública se cubran con emisión de deuda nueva del Tesoro Nacional. Eso es precisamente lo que hace el DNU, sólo que en vez de emitir deuda cara en el mercado interno o externo, coloca una deuda en el Banco Central.
Así, el pago de las amortizaciones con reservas no cambia para nada al Presupuesto nacional para 2010 ya aprobado; no hace más que llenar la brecha de financiamiento de amortizaciones de deuda que estaba vacía. El DNU no cambia el Presupuesto; sólo especifica el tipo de deuda pública nueva que el Presupuesto autoriza a emitir.
En síntesis, con el pago con reservas, no se toca al Presupuesto. En cambio, si se pagaran las amortizaciones con ingresos presupuestarios corrientes, sería necesario cercenar y desarticular el Presupuesto; se requeriría un superávit fiscal primario de cerca de 5 puntos del PIB. Quienes preconizan esta solución, quizás piensen en el efecto electoral para el Gobierno de un ajuste de esta magnitud; y tal vez olviden los sufrimientos de la población argentina durante la caída de la convertibilidad.
Es de esperar que la efectiva vigencia de la ley de medios audiovisuales, con la irrupción de múltiples opiniones en el debate, impida que en el futuro se produzcan confusiones de la índole de las reseñadas. Mientras tanto, es indispensable aclarar los puntos de vista.
* Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.
Fuente: País Sur 17-04-2010 /
Canje, reservas y vuelta a los mercados
11-03-2010 /
Aldo Ferrer*
En el pasado, la economía estuvo sometida a dos tipos de restricciones: la externa y la fiscal. Desde la década de 1930 hasta la debacle del 2001/2002, predominaron desequilibrios en los pagos internacionales y en las finanzas públicas que determinaron la volatilidad de la actividad económica, la inflación crónica y el lento crecimiento. En ese escenario, se redujo radicalmente la libertad de maniobra de la política económica. A partir de 1976, el peso abrumador y creciente de la deuda externa sometió al país a los criterios de los mercados y las condicionalidades del FMI, con las consecuencias conocidas. En la mayor parte (1930-1983) del Segundo Centenario, las restricciones externa y fiscal fueron acompañadas por una tercera: la institucional.
La ausencia de reglas, para transar los conflictos, provocó repetidos golpes de Estado y un cuadro de inestabilidad que agravó los desequilibrios macroeconómicos.
La recuperación de la soberanía en el ejercicio de la política económica obedece a que, en el transcurso de esta década, aquellas dos restricciones (la externa y la fiscal) han sido sustituidas por los superávits gemelos, en el balance de pagos y en el Presupuesto. A su vez, la restricción institucional también ha sido resuelta como lo demuestra que todos los conflictos (por ejemplo, la resolución 125, las reformas de los regímenes previsional y de medios audiovisuales, el uso de las reservas del Banco Central), que involucran a los tres poderes del Estado, se tramitan conforme a las reglas de la Constitución. Base, ésta, esencial de la seguridad jurídica y el comportamiento ordenado de la economía.
En este escenario, apareció la iniciativa del nuevo canje de deuda, promovida por el Poder Ejecutivo con el apoyo de la oposición, expresado en el respaldo mayoritario del Congreso para la suspensión de la “ley cerrojo”, que prohibía la reapertura del exitoso canje del 2004. Los títulos (holdouts) que no entraron en ese canje, progresivamente, quedaron en manos de los especuladores denominados “fondos buitre”. Por todas las vías posibles, incluyendo las judiciales en tribunales del exterior, los mismos trataron de imponer embargos sobre activos argentinos en el exterior y perturbar las operaciones reales de comercio e inversiones privadas directas. Ninguna de estas iniciativas prosperó y la Argentina mantuvo normalmente sus relaciones económicas internacionales. En el plano financiero, sin embargo, a pesar de que, al fin y al cabo, el mercado respondió positivamente a la propuesta argentina de canje y el país recuperó los equilibrios macroeconómicos, se mantuvo la animosidad de los operadores financieros. Esto se explica por la heterodoxia aplicada por el país para resolver su crisis, vale decir, una estrategia en los antípodas del pensamiento convencional del mundo del dinero.
Para ratificar la voluntad del país de cumplir sus compromisos, se tomó la decisión de utilizar reservas del Banco Central. Supuestamente, estas acciones permitirían “la vuelta a los mercados” y acceder al crédito externo a tasas razonables. Es necesario relacionar esta estrategia con las condiciones actualmente vigentes en el país.
En tal sentido conviene analizar la oportunidad y conveniencia de la iniciativa, coincidente del oficialismo y la oposición, de reabrir el canje como un paso a “la vuelta a los mercados”. Por varios motivos. En primer lugar, porque no es seguro, sea cual fuere el grado de aceptación de este segundo canje, que se levante la animosidad contra la heterodoxia argentina y, efectivamente, se reanuden las corrientes de crédito externo a menores y razonables tasas de interés. En segundo lugar, porque el tema realmente pendiente en materia de deuda es con el Club de París y no los holdouts. En tercer lugar y más importante, porque en un país de la experiencia del nuestro la iniciativa desplaza a un segundo plano la primera prioridad que es seguir fortaleciendo lo que permitió salir de la crisis y crecer. Es decir, la movilización de los recursos propios.
La falta de acceso al crédito internacional no fue obstáculo alguno a la recuperación debido a los cambios estructurales profundos en la economía argentina, que tuvieron lugar en el transcurso de esta década, incluido el exitoso canje del 2004 y la cancelación de la deuda con el FMI. Sin embargo, el tema de la deuda ha vuelto a ocupar el centro del escenario y se debate hoy como si subsistieran las restricciones externa y fiscal que prevalecieron en el pasado cuando, actualmente, la situación es radicalmente distinta.
Recordemos que el ahorro argentino alcanza a casi el 30% del PBI (equivalente a más de u$s100.000 millones), que la economía viene operando con sustantivos superávits en la balanza comercial (más de u$s15.000 millones estimados para este año) y en la cuenta corriente equivalente al 3% del PBI. La fortaleza actual de la economía argentina permitió que, desde fines del 2007 hasta mediados del año pasado, salieron capitales propios por u$s40.000 millones (equivalentes al 20% del ahorro nacional), sin que la economía colapsara. La primera prioridad, por lo tanto, es retener y reciclar el ahorro interno en el proceso productivo, convenciéndonos de que el lugar más rentable y seguro para invertir nuestro ahorro es la Argentina. Después, todo lo demás, incluso “la vuelta a los mercados” internacionales, viene por añadidura.
Estamos observando que en torno de estas cuestiones, la mayor parte de la atención mediática y del debate está concentrada, nuevamente, en el financiamiento externo. Incluso se ha reavivado el antiguo problema de la “deuda odiosa”, es decir, aquella contraída por el último régimen de facto. Como señaló Benjamín Hopenhayn, esa vieja deuda probablemente ya fue pagada. El eventual resto subsistente fue presumiblemente cancelado con la quita sustantiva en el primer canje. Al reabrir viejos debates sin futuro, corremos el riesgo de desatender lo fundamental que es movilizar los recursos propios para el desarrollo económico y social y fortalecer, consecuentemente, la capacidad de decidir nuestro propio destino en el orden mundial globalizado.
¿Qué hacer ahora con el canje y el uso de las reservas? Respecto de lo primero, visto lo avanzado de la propuesta, lo mejor parece ser seguir adelante sin urgencia, porque nada fundamental depende del canje. Todos los que se adhieran aumentarán la proporción decisiva ya alcanzada en el primer y exitoso canje. Eso sí, por alto que resulte el porcentaje de adhesión a la operación en curso, conviene no hacerse ilusiones y suponer que esta “vuelta a los mercados” es la solución de los problemas del financiamiento del desarrollo. Sospecho, además, que subsistirá la animosidad con la heterodoxia argentina de los operadores de los mercados globales. En cualquier caso, conviene recordar que en los mercados ya estuvimos hasta el hartazgo, con los resultados conocidos. El problema no es estar o no en los mercados, sino cómo estar. La única forma de hacerlo, compatible con el interés nacional, es no depender de ellos, estar parado en los recursos propios y entonces sí, pueden surgir en los mercados muchas operaciones posibles mutuamente convenientes.
Respecto de las reservas del Banco Central para cancelar deuda, como vimos en mi nota en este mismo espacio (28/01/2010), es uno de los usos posibles en el contexto planteado en esa nota. La iniciativa es tramitada en el marco de las reglas de la Constitución y la intervención de los tres poderes del Estado de derecho. Sería importante que el debate sea el espacio para un tratamiento amplio y profundo de los problemas del financiamiento del desarrollo argentino y del Presupuesto, no una mera confrontación de mayorías relativas en las Cámaras del Congreso.
De todos modos, con o sin uso de reservas, con o sin canje, el país está en condiciones de cumplir sus compromisos externos y crecer. Los pagos de este año con reservas u otros recursos tienen una diferencia de tasa de interés, dato importante pero que no involucra la capacidad de pago. De todos modos, el pago con reservas es un recurso de una vez. En el mediano y largo plazo, son los recursos genuinos de la actividad corriente de la economía los que proporcionan los medios de pago. En resumen, es necesario que el debate actual no impida resolver los problemas fundamentales. Uno de ellos es afianzar la competitividad de la economía nacional para consolidar la fortaleza actual de sus pagos internacionales. Otro es apuntalar la solvencia fiscal.
Sobre esta segunda cuestión conviene recordar que, una vez iniciada la recuperación de los componentes de la demanda agregada (consumo, inversiones y exportaciones), no se justifica insistir en la inyección de demanda supletoria vía gasto público. La solvencia fiscal y la calidad del gasto recuperan así su papel fundamental en la gobernabilidad del sistema económico, la formación de las expectativas, la estabilidad y el desarrollo. No es preciso ajustar, es decir, bajar el gasto real indispensable para la oferta de bienes públicos. Sí es preciso acomodar el crecimiento del gasto público al de la recaudación, lo cual permitiría recuperar, a breve plazo, el superávit primario. De otro modo, un crecimiento persistente del gasto por encima de los recursos públicos lleva inevitablemente al endeudamiento, a la apreciación del tipo de cambio, a restablecer las restricciones externa y fiscal y, consecuentemente, a la pérdida de soberanía.
Por último, el otro gran tema es la inflación. Es preciso contener su impulso inercial, fortaleciendo los equilibrios macroeconómicos y una acción concertada de todos los instrumentos disponibles más la política de ingresos, afianzada en el diálogo y acuerdos entre los actores económicos y el Gobierno.
La Argentina ha logrado remover las tres restricciones, externa, fiscal e institucional que en el pasado frenaron su desarrollo. Subsiste una cuarta, resultado de las tres primeras: la restricción social resultante de la desigualdad en la distribución de la riqueza y de las oportunidades. Para que sea posible el encomiable objetivo, destacado por la Presidenta de la Nación en su mensaje al Congreso, de alcanzar en el más breve plazo posible pobreza cero, es indispensable consolidar definitivamente el ejercicio soberano de la política económica de un país integrado al mundo en el comando de su propio destino. Éste ha sido el gran logro de esta década que, para consolidarse, requiere que no se repitan las políticas del pasado.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
El lado oculto de las reservas
Por: Walter Graziano
Economista
Desde hace un par de meses, todos los días, después de leer los diarios hago lo mismo: pellizcarme para salir de dudas acerca de si lo que leí es cierto, o si estoy soñando. Resulta que el Gobierno, de origen peronista, popular y de tendencia centroizquierdista, se ve en la obligación, por imperio de las circunstancias, de dedicar el 90% de sus energías al pago de la deuda externa, tema que se ha convertido en el eje central de la vida del país, para lo que se llega a apelar incluso hasta a terminología ligada al sentimiento nacional profundo que puedan albergar las masas. Es así como términos tales como «patriotismo» y «Bicentenario» se usan todas las semanas en relación con el giro de divisas al exterior para pagar deudas...
Si se observa lo que hay del otro lado del mostrador, el lugar para el asombro es indudablemente aún mayor: se puede observar a la flor y nata del liberalismo vernáculo más rancio, en el que se aglutinan, entre otros, dirigentes ligados a los círculos más elitistas de los sectores rurales, medios de comunicación centenarios de indudable tendencia librecambista, políticos de inocultable tendencia derechista, ex funcionarios de elitistas bancos extranjeros devenidos en políticos supuestamente preocupados por el bienestar del pueblo, columnistas políticos de inocultables estrechas relaciones con los sectores más recalcitrantes de los EE.UU., pensadores económicos partidarios del más acérrimo «laissez-faire» -aquel que propone que ni siquiera haya una moneda nacional, sino que cada banco emita la suya y el público elija- y hasta ex altos funcionarios que en los noventa aplicaron la convertibilidad, todos, pero todos, todos, mancomunados defendiendo el no pago de la deuda externa con reservas. Como si se pudiera pagar la deuda con «billetes del estanciero», o directamente, haciendo un corte de manga simbólico, no pagarla si no hay superávit fiscal. ¿Que diría un acreedor del país si se le hubiera dicho, al momento de comprar un bono argentino, que ese bono no se pagaría con las reservas? A no dudarlo, la deuda externa se pagó siempre con las reservas. Y cuando no se pagó fue porque... ¡no alcanzaban las reservas! Aun en los momentos de enorme y suculento superávit fiscal, la deuda externa se pagó... ¡con las reservas!
Y es muy fácil entenderlo dado que el superávit o el déficit fiscal es en pesos, mientras que la deuda externa hay que pagarla en dólares, por lo que de una u otra manera el Banco Central le otorga al Tesoro las reservas necesarias para pagar. De otra manera, los saltos abruptos para arriba y para abajo que experimentaría la cotización del dólar serían el tema diario de todos los argentinos. ¿Se imagina el lector lo que implicaría que un buen día, con superávit fiscal o sin él el Tesoro saliera a comprar unos quinientos millones de dólares para pagar un bono? Es por eso que siempre se pagó, se paga, y se pagará ... con las reservas.
¿Canibalismo?
Ahora bien, si esto es así, ¿cómo puede ser que se haya armado tamaño lío por este tema que nunca debería haber dejado de ser una cuestión meramente técnica? ¿Sólo por «canibalismo político»? Puede ser que una buena parte de la comedia de enredos que diariamente vivimos con las reservas provenga del típico chicaneo político que suele imperar en la Argentina. Pero en este caso particular, parece haber algo más atrás. Y parece tratarse de algo que si se ventilara
lo suficiente probablemente disuadiría a muchos de quienes hoy se oponen al pago de la deuda con las reservas a dejar de lado su actitud. Ocurre que atado al tema del pago de la deuda está -y no por casualidad- el tema del canje del remanente de la deuda, o sea, el paso que falta para normalizar del todo las relaciones económicas y financieras con el resto del mundo. El Gobierno desea que el canje de títulos de deuda se efectúe de manera ventajosa para el país, o sea que quienes tienen títulos de deuda impagos de la Argentina los canjeen por títulos nuevos con una quita nunca menor del 65% que recibieron los bonos que se canjearon en 2005. Por lo contrario, quienes fogonean la idea de cuidar las reservas a cualquier costo, lo que quieren es que 2010 y 2011 pasen lo más rápido posible, que el canje naufrague o no se haga, que el Banco Central acumule más y más reservas, sea mediante la compra de los excedentes de las exportaciones sobre las importaciones o sea impidiendo cualquier giro al Tesoro para que éste pague su deuda.
Así dadas las cosas, en 2012, estos acreedores hoy disfrazados de opositores comunes, y utilizando a una vasta mayoría de los genuinos opositores que hacen el lamentable papel de «idiotas útiles» a esta maniobra, podrían presionar a cualquier nuevo Gobierno para que solucione de manera definitiva el tema de la deuda de una manera mucho más ventajosa para los acreedores, o sea con una quita de deuda muy inferior al 65%, o incluso nula, dado que si las reservas siguieran batiendo récords tendrían el argumento de que el país contaría con los dólares suficientes para honrar sus compromisos sin ningún tipo de quita. Algunos acreedores de otros países, por ejemplo, de Perú, han logrado eso en el pasado y algunos estudios jurídicos radicados en Buenos Aires así como algunas consultoras radicadas por algunos argentinos en EE.UU. estarían detrás de esta inmensa maniobra que beneficiaría a los fondos buitre y a muchos que han comprado papeles de deuda argentina por centavos y perjudicaría seriamente al país, que quedaría con una deuda externa muy superior a la que resultaría si se procede a resolver la parte de la deuda que falta renegociar desde una posición de dureza y mientras las reservas aún no alcanzan cifras mayores.
A no confundirse entonces, a quienes se consideran a sí mismos auténticos y genuinos opositores del kirchnerismo, lo que les conviene es dejar que el Gobierno pueda resolver lo más rápido y lo mejor posible el tema de la deuda con la mayor quita posible, nunca menos del 65%. De otra manera, si alguna parte de la oposición ganara las elecciones en 2011, serán ellos quienes deban negociar este espinoso tema que se les puede transformar en un terrible dolor de cabeza si no logran imponer una quita al menos igual a la lograda en 2005, cuando el Banco Central tenía muchos menos dólares y el país aún estaba cerca del desastre de 2001-2002. Hay que resaltar que por eso es que en 2005 aún resultaba más fácil negociar quitas tan elevadas. Con el paso del tiempo es cada vez más difícil porque las reservas suben y el país va saliendo de lo peor de su crisis.
Vale la pena meditar un minuto acerca de las muy peligrosas consecuencias que tendría para el país aceptar una quita menor al 65% para el remanente de la deuda. Todos quienes aceptaron la renegociación de 2005 podrían accionar judicialmente contra la Argentina y eventualmente ganar esos juicios, lo que significaría un gran aumento en nuestra deuda externa sin ningún tipo de beneficio. Perderíamos todos. Aunque parezca paradójico entonces, hay que concluir que tanto al Gobierno como a la oposición genuina, la que se opone de buena fe, que sin duda debe ser una parte muy mayoritaria de ella, les conviene lo mismo en lo que se refiere a este tema en particular: o sea, que se termine cuanto antes la renegociación, y que la Argentina quede con la menor deuda posible, negociada en los mejores términos posibles. Para ello es imprescindible que la oposición comprenda que está siendo utilizada y manipulada por un reducido núcleo de argentinos que están operando y maniobrando hábilmente contra la Argentina, a favor de especuladores externos que compraron deuda por centavos y de fondos buitre.
Fuente: Ámbito Financiero
Las reservas: mitos y realidades
*Aldo Ferrer
28/01/2010
El debate actual sobre el Fondo del Bicentenario aconseja aclarar qué son y para qué sirven las reservas de oro y divisas acumuladas en el Banco Central.
Las reservas pueden originarse en el superávit del comercio internacional de bienes y servicios y/o en la entrada neta de capitales extranjeros. En el primer caso, las reservas son genuinas, forman parte del ahorro nacional como expresión de un exceso de producción de bienes y servicios sobre el gasto de consumo e inversión. Constituyen un activo líquido de la economía nacional.
En el segundo caso, la “calidad” de las reservas depende de la naturaleza de los capitales externos que las originan, cuyos tipos principales son tres: inversiones privadas directas, préstamos de largo plazo y fondos especulativos. Las inversiones privadas directas, es decir, compra por residentes del exterior de activos en el país, generan, a futuro, una eventual desinversión y/o transferencias de utilidades y amortizaciones a los países de origen. Si, como suele suceder, tales inversiones se destinan a producir principalmente para el mercado interno, generan un déficit corriente en sus operaciones en divisas (importación de insumos y equipos, transferencias de utilidades; en conjunto, mayores que las exportaciones).
En tal caso, su aporte inicial puede convertirse luego en una fuente de desequilibrio en los pagos internacionales y pérdida de reservas. En el caso de los préstamos de largo plazo, su incidencia final en los pagos internacionales y las reservas depende de que su aplicación contribuya positivamente, o no, al aumento de la producción y a la competitividad internacional de la economía argentina. Por último, si los capitales externos son para especular con las tasas de interés, el tipo de cambio y las cotizaciones bursátiles, las reservas que generan son siempre ficticias porque tienen, como contrapartida, deuda externa de corto plazo.
Este último es siempre un escenario vulnerable, sujeto a la decisión de los operadores financieros, lo cual somete la política económica a las expectativas de los mercados. Es la situación ideal para lo que tiempo atrás se denominaba la “patria financiera”. Vale decir, un estado sin capacidad decisoria, en el cual la economía está sujeta al libre juego de la oferta y la demanda, o sea, a los intereses, internos y externos, dominantes. Esta situación es incompatible con el desarrollo económico y la equidad y, también, con la seguridad jurídica porque los desequilibrios macroeconómicos, inherentes al sistema, comprometen la intangibilidad de los contratos. Fue, en efecto, lo que anticipó el Plan Fénix en el 2001, antes de la debacle, sobre el incumplimiento inminente de todos los contratos, préstamos y depósitos, denominados en dólares.
La formación de reservas ficticias no es el resultado de la política económica sino, simplemente, el resultado de las reglas del juego establecidas. Sólo las reservas genuinas obedecen a decisiones de la conducción económica dado el escenario, interno y externo, dentro del cual se desenvuelve la economía nacional. En tal caso, ¿cuáles son los motivos para acumular reservas? Principalmente dos. Por una parte, generar confianza y fortalecer la gestión de la política económica, dándole recursos y tiempo para resistir los impactos de acontecimientos internos y externos negativos como, por ejemplo, una crisis de la economía mundial o una sequía, y el fracaso de una cosecha.
Por la otra, determinar el tipo de cambio para ubicarlo en el nivel necesario para los objetivos de la política económica. A tales fines, las operaciones del Banco Central en el mercado de cambios administran los saldos resultantes del balance de pagos en las cuentas corriente y de capital para mantener la paridad del peso necesaria para permitir la rentabilidad de toda la producción sujeta a la competencia internacional. En notas anteriores, a esta paridad la denominamos “tipo de cambio de equilibrio desarrollista” (TCED). Simultáneamente, las políticas monetaria y fiscal regulan los efectos de estas operaciones sobre la liquidez y su incidencia sobre la tasa de interés, la demanda agregada y el nivel de precios.
Cuando las reservas son ficticias el Gobierno no tiene ninguna capacidad de disponer de ellas. En la realidad, pertenecen al mercado y no al país. Cualquier decisión mal vista por el mercado provoca una salida masiva de fondos y el colapso del sistema. Aun cuando el gobierno opera con los criterios deseados por el mercado, la acumulación de desequilibrios aumenta el riesgo país, provoca la fuga de capitales y la pérdida de reservas. La “ayuda internacional”, por ejemplo, a través del FMI, puede prolongar la agonía hasta el final inexorable. Fue así, en efecto, como se derrumbo la convertibilidad culminando en el default y el mayor desorden registrado en la historia de la economía argentina.
Cuando las reservas son genuinas, ¿a quién pertenecen? Al país. Dentro de las normas administrativas y legales establecidas, las administra el Poder Ejecutivo a través de la autoridad monetaria, es decir, el Banco Central. ¿Cuál es el uso posible y deseable de las reservas? Como en el empleo de cualquier otro recurso, la respuesta depende del cálculo de costos y beneficios, en otros términos, lo que sea más beneficioso para el interés general.
En tal sentido, uno de los usos posibles es cancelar deuda, como lo propone el Fondo del Bicentenario, ocurrió con el pago total de la deuda pendiente con el FMI y se propuso para pagar la pendiente con el Club de Paris. Otro uso posible es la compra de activos, como alguna vez trascendió que era intención del gobierno para recuperar la mayoría accionaria de YPF. Otro más sostener un mayor nivel de gasto público como, en la actualidad, algunos sectores de la oposición alegan que es el objetivo real del Fondo del Bicentenario. Cualesquiera de estos u otros usos, deben realizarse teniendo en cuenta que ninguno perturbe los dos objetivos fundamentales de la formación de reservas genuinas, vale decir, fortalecer la capacidad de gestión de la política económica y administrar el tipo de cambio.
¿Cuál es el nivel óptimo de las reservas genuinas? Aquel que es suficiente para cumplir esos dos objetivos. Cuando excede ese nivel significa que la economía tiene una insuficiente capacidad de absorción de los recursos que genera. Es decir, que cuenta con una tasa de ahorro superior a la tasa de inversión determinada por la demanda interna. Es el caso de China, en donde la insuficiencia de demanda interna para invertir la totalidad de su ahorro, fue compensada con el excedente comercial con el resto del mundo, principalmente los Estados Unidos, generando un extraordinario aumento de sus reservas internacionales.
Entre los pases desarrollados, Alemania es otro caso de brecha entre las tasas de ahorro e inversión para el mercado interno. Frente a la actual crisis mundial, la respuesta de estos países superavitarios, notoriamente China, es aumentar su capacidad de absorción expandiendo el gasto interno de consumo e inversión. En nuestro país, con tantas necesidades sociales insatisfechas y oportunidades de inversión productiva, contamos con suficiente capacidad de absorción para invertir productivamente la relativamente elevada tasa de ahorro nacional, cercana al 30% del PBI. Sólo se justifica, por lo tanto, crear reservas genuinas “necesarias” a los fines de la competitividad de la economía y el fortalecimiento de la libertad de maniobra de la política económica. El excedente debería aplicarse a los fines del desarrollo económico y social.
Alcanzar el nivel de reservas genuinas necesarias es, en consecuencia, un objetivo central de la política económica. No existe un nivel preciso de las mismas, aunque puede suponerse que el existente en la actualidad (alrededor de u$s50.000 millones), parece adecuado dados el PBI, el comercio internacional y otras variables relevantes de la economía argentina.
Existe, sin embargo, un elemento de indeterminación relativo al tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED), necesario, como hemos visto, para darle competitividad a la totalidad de la producción nacional sujeta a la competencia internacional. Dados los desequilibrios de nuestra estructura productiva, esto plantea el problema de los TCED diferenciales por sector y las retenciones como la diferencia entre el más alto y el más bajo.
No es éste, sin embargo, el tema de esta nota sino destacar que, en el marco de la política económica trazada por el Poder Ejecutivo, el Banco Central debe administrar su intervención en el mercado de cambios y su marco regulatorio, considerando todas las variables en juego (precios internos e internacionales, movimientos de capitales, paridades de otras monedas, etc). De este modo, puede suceder que, en un momento de exceso de oferta de divisas, las reservas internacionales genuinas excedan transitoriamente las necesarias.
¿Cuál es el límite para el uso de las reservas genuinas necesarias? En el debate actual sobre la cuestión se emplea una convención heredada del régimen de caja de conversión de la convertibilidad. En el mismo, la circulación de billetes y monedas, llamada base monetaria, tiene como contrapartida reservas de divisas y oro en el Banco Central.
Se trata de una convención válida para aquel régimen pero no necesariamente bajo otro, como el actual, pesificado, en el cual, la oferta de dinero, el tipo de cambio y la tasa de interés, dentro de los límites impuestos por la realidad, están políticamente determinados. En esta situación, este concepto de “reservas excedentes”, es decir, aquellas que están por encima del “encaje” de la base monetaria, es una simple convención. Como otras, por ejemplo, aquella según la cual una economía está “técnicamente” en recesión si registra dos trimestres sucesivos de caída del PBI. En la realidad, aunque se verifique tal situación, la economía puede no estar en un sendero recesivo porque se están recuperando uno o más componentes de la demanda agregada.
Lo mismo sucede con las “reservas excedentes”. Pueden existir y, sin embargo, si surge un persistente déficit en el balance de pagos en cuenta corriente o una crisis de confianza y una sostenida fuga de capitales, tales reservas son una apariencia efímera no una realidad duradera de fortaleza. En sentido contrario, las reservas pueden ser inferiores a la base monetaria y, sin embargo, existir una situación sólida porque la economía opera con un robusto superávit en su comercio internacional de bienes y servicios. En otros términos, las políticas adecuadas para administrar las existencias de reservas, dinero y deuda, sólo pueden realizarse en el marco de los flujos corrientes de producción y demanda agregada.
En resumen, las reservas genuinas necesarias son siempre un instrumento fundamental de la política económica y, eventualmente, un recurso circunstancial para la ejecución de la misma. En cuanto a lo primero, por su decisivo papel en la determinación de la libertad de maniobra de la conducción de la economía y la paridad adecuada para la competitividad de la producción sujeta a la competencia internacional. En cuanto a lo segundo, porque pueden atender necesidades puntuales pero nunca ser un recurso disponible de largo plazo fuera del contexto de sólidos equilibrios macroeconómicos.
* Director Editorial de Buenos Aires Económico
Entrevista a Vanoli: “Falló ante la fuga de capitales”
Alejandro Vanoli, titular de la Comisión nacional de valores, opina de la gestión de Redrado
Por Raúl Dellatorre
Las medidas que el Banco Central pudo tomar y no tomó para evitar una fuga que se llevó del país 24.000 millones de dólares en 2008 y otros 13 mil en 2009. Vanoli recuerda sobre lo que se le advirtió y no escuchó el desplazado funcionario.
Cuando Martín Redrado lanzó la advertencia, con atuendo de amenaza, de que tenía la lista de “los amigos del poder” que habían comprado dólares, puede haber abierto una estrategia de confrontación de alto vuelo para la que contaría con el suficiente arsenal pesado para emprender la contienda. O, por el contrario, cometió un terrible error de cálculo político por el que no midió sus propias debilidades. Quienes abonan esto último recuerdan que, en su función de presidente del Banco Central, “dejó escapar” del país nada menos que 23.098 millones de dólares en 2008 y otros 14.081 millones en los primeros meses de 2009 (balance cambiario del BCRA). Una cifra que representa casi seis veces el monto del Fondo del Bicentenario (6569 millones de dólares) que el separado funcionario se negó a constituir con argumentos adornados de patriotismo. Alejandro Vanoli, presidente de la Comisión Nacional de Valores, denunció esta situación cuando se estaba produciendo, de lo cual Página/12 dio cuenta en varias oportunidades en plena fuga. El funcionario, quien por entonces era vicepresidente del organismo, rememora cómo ocurrieron los hechos.
–¿Pudo evitar el Banco Central semejante huida y no lo hizo?
–Si se hace un balance sobre la gestión de Redrado al frente del Banco Central, indudablemente va a surgir que hubo errores de política que hacen a lo monetario, lo cambiario, en mantener el statu quo del sistema financiero, pero también fallas en la lucha contra la fuga de capitales.
–Si se hace un repaso de los acontecimientos, ustedes ya habían advertido sobre estas falencias, incluso en notas que hemos publicado en esa época. Y en particular, en medidas que tenían que ver con el control de operaciones con el exterior.
–Hubo varias medidas que se podrían haber tomado para evitar los efectos de la fuga. Por ejemplo, se podría haber limitado la autorización de giro al exterior de fondos, que se mantuvo hasta mediados de 2009, es decir durante todo el tiempo que duró la fuga, en dos millones de dólares por mes por persona jurídica (sociedad) o física. Se hubiera podido reducir a 100 mil dólares mensuales ese monto por una simple resolución del Central y nadie hubiera dicho nada en contrario. Otro ejemplo fueron las llamadas operaciones de contado con “líqui”, que consisten en comprar un título, ya sea un bono o una acción, en el mercado local, pagando con pesos, y vender el mismo título en una plaza financiera del exterior, cobrándolo en dólares. Es una forma de sacar dólares del país. Estas operaciones sucesivas se llegaron a hacer hasta en un mismo día, lo cual constituía una maniobra perfecta de salida de capitales del país.
–¿Ustedes, desde la CNV, advirtieron al Banco Central puntualmente sobre estas maniobras?
–Cuando le advertimos al presidente del Banco Central, desde la CNV, sobre estas maniobras y pedimos algún tipo de acción, sólo recibimos evasivas. Le sugerimos frenar estas maniobras cuando se detectara la intención de fugar divisas disfrazadas de operaciones de mercado, y nos respondió que cómo se hacía para detectar la intención de una operación. Le propusimos que se verificara si existía una inmediata operación de venta en el exterior de los títulos después de ser adquiridos localmente. Nos respondió que cómo se definía la inmediatez: ¿diez minutos, tres horas, dos días? Finalmente, decidimos sacar una resolución prohibiendo a los agentes de bolsa hacer operaciones con entes radicados en paraísos fiscales, para limitar al menos la operatoria. Después de eso, el Banco Central decidió instruir a las entidades financieras para que tomaran medidas que restringieran estas operaciones. Sin esa medida, las operaciones no se paraban.
–¿Es responsabilidad de las autoridades del Banco en general o de su presidente?
–En todo ese período, el Directorio había delegado el manejo de la política cambiaria y monetaria en el presidente del Banco Central, situación que ahora afortunadamente se modificó.
–¿Cómo afectó a la actitud del Banco Central que no se hayan modificado la ley de entidades financieras o la carta orgánica?
–La falta de modificación a la ley de entidades financieras, vigente desde los años de la dictadura, y a la carta orgánica del Banco Central, aportó a que el Banco Central no actuara en forma coordinada con las políticas de promoción del crecimiento. Frente a un contexto internacional en el que los bancos centrales de las principales economías promovían una fuerte baja en las tasas de interés para evitar el impacto de la crisis internacional, en Argentina fue el sacrificio fiscal (aumento de transferencia a sectores productivos) el que debió suplir la ausencia de aporte del sistema financiero al estímulo de la economía. La política de intereses caros y crédito escaso siguió siendo la característica del sistema aun en el momento más severo de la crisis. La política monetaria reaccionó con lentitud y poca profundidad, podría haber sido más expansiva para que Argentina saliera más rápido de la crisis internacional.
En su última gestión, Redrado se abrazó a la letra de la carta orgánica para negarse a constituir el Fondo del Bicentenario con recursos de las reservas, argumentando que su misión era preservar la moneda y, por lo tanto, las divisas que la respaldan. Pero el repaso de su accionar durante la mencionada etapa de la fuga de divisas no indica que haya puesto el mismo esmero cuando los que se las llevaban para sacarla del circuito económico eran empresarios que huían sus capitales hacia paraísos fiscales.
Lo curioso es que Redrado haya traído el tema a la mesa de discusión. Su pasado quizá lo condene. Por ahora, lo pone en el banquillo.
Fuente: Página 12