Comisión de Economía Carta abierta Buenos Aires

27Dic/110

¿QUIEN MATO A CRISTIAN FERREYRA? Juan Carlos Pavoni*

Publicado por admin

En principio, muchos conocen y creen la versión del MOCASE y los testigos del hecho. Fueron dos sicarios, asesinos a sueldo de un poderoso y el asesino intelectual santafesino Jorge Ciccioli que expandió sus negocios desde su tierra natal a otras que le son –en todo sentido- AJENAS.
Pero, ¿cuales fueron las razones para llevar a cabo tamaño juvenicido? Podemos obtener respuestas desde muy diversos ángulos. Yo como Ingeniero Agrónomo y hombre de comarcas rurales, sin ignorar que el problema de base, consiste en la inadecuada distribución de la propiedad de la tierra agrícola en nuestro país, elijo una: LA SOJIZACIÓN. Esto es, la expansión descontrolada de un cultivo que, de la mano de la ambición desmedida y la voracidad ilimitada, genera grandes riquezas individuales y grandes contribuciones a un Estado exhausto por anteriores despojos, de los mismos y/o parecidos miembros de un grupo de aprovechadores de todas las circunstancias que les permitan apoderarse de lo ajeno.
No es esta la ocasión, ni el lugar para las contundentes cifras que demuestran que la soja, fue y continúa siendo la gran responsable -y los sojeros los grandes beneficiarios- de la gran expansión de nuestra frontera agrícola. La exigencia que nos acucia es saber desentrañar el futuro desde lo actuado en el presente, no solo para evitar nuevas y repudiables muertes como esta, pero también para impedir que el país, sea cada vez más propiedad de unos pocos poderosos, en perjuicio de la inmensa mayoría del pueblo, y en ella, principalmente de los más desposeídos de nuestra historia nacional. Desde mi profesión no encuentro mejor forma de mirar ese futuro, que analizando el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial 2020, elaborado por el Ministerio del área.
¿Cómo decir sin tediosa explicación, que ese plan denota la presencia de ideas neoliberales residuales en las instituciones del Estado? El PEA es presentado como plan estratégico participativo; pese a lo cual es necesario que alguien trasmita que en el país existe una visión alternativa –que no está contenida en dicho plan- y es esencialmente diferente a la que expresa el mundo de los agronegocios, defensor sin cortapisa de la idea de un crecimiento expansivo de los negocios y no de un desarrollo autentico en beneficio del país y de nuestro pueblo.
Desde la convicción profunda surgida de la experiencia de más de 20 años, percibimos la influencia determinante del neoliberalismo en el crecimiento expansivo de nuestra producción agropecuaria. Este plan no puede más que agravar los problemas ya presentes, de insustentabilidad de la producción, destrucción de nuestros recursos boscosos, agresión a la naturaleza (que es mucho más que el medioambiente) y concentración de la tierra en mano de “productores” ajenos a la misma, modernos mercaderes, siempre de paso, organizando proyectos extractivos expoliadores, vendidos engañosamente como grandes emprendimientos tecnológicos.
El Ministerio especializado y sus equipos técnicos, seguramente conocen que el incremento de 8 millones de hectáreas de cultivos en 10 años, supone obtener las mismas desde tierras ganaderas y forestales (cosa que ya se ha venido haciendo indecorosamente) y que dichas tierras tienen características que las hacen sumamente frágiles para la producción agrícola. Supone además que el incremento de la producción de 100 a 157 millones de toneladas (en realidad una proyección lineal de la producción actual a una tasa del 5 % anual, aún superior a la del 4,5 % que le precedió en el último quinquenio), solo es posible –y quizás ni tan siquiera- con un modelo productivo que afectará seriamente al recurso tierra, a la totalidad del ambiente y a la situación social de muchos integrantes de la comunidad rural. Supone también que, lejos de apuntalar la soberanía y seguridad alimentaria de nuestro pueblo/país, la producción de alimentos genuinos, seguirá viéndose afectada por la captura de tierras destinadas a ellos.
Este PEA 2020 no debiera ser incluido –sin una adecuada revisión que modifique algunos de sus objetivos básicos- en el proyecto de país que reiteradamente anuncia nuestra Presidenta y que muchos argentinos que la apoyamos, deseamos. Este es un plan que, duele decirlo, en su retórica es nac&pop pero en su contenido teórico y prospectiva de resultados es no el más deseado, pero si muy satisfactorio para los sectores que desde el mercado, sostienen las tesis neoliberales de un crecimiento en detrimento del desarrollo.
Para muestra creo que basta este botón, que extraigo del dialogo entre Pablo Galand/Miradas al Sur y Pablo Adreani, (consultor de “la city”, director de la consultora Agripac –desde donde baja línea al mundo de los Agronegocios-, columnista especializado del diario La Nación y conferencista de cuanto evento del “agribusiness” se organiza): Periodista – ¿El cambio que percibe se dio a partir de la llegada de Domínguez a Agricultura? Adreani -Yo diría que sí. Es probable que Domínguez haya tenido una postura más cercana a la realidad y los tiempos biológicos del sector. – ¿ Ve, por lo tanto, que hay una mayor comprensión de parte del Gobierno de la problemática del sector agropecuario? –Yo creo que sí. – ¿Qué habría que hacer para asegurarse una producción constante tan alta? –Esto es muy simple. Si se les garantizara a los productores que de acá a 10 años las retenciones bajan 3 puntos por año y que a cambio de eso les exija una producción de 200 millones de toneladas, seguro que se logra. Eso es política de Estado.
Aunque resulte una obviedad, es necesario resaltar que este es el gato encerrado en las propuestas del mercado: Saquen las retenciones y todo se arregla solo. Claramente una franca desvergüenza.
Que el Ministerio de Agricultura jugó un papel relevante para destrabar las relaciones Gobierno-Mesa de Enlace y que se ejercitó con fuerte habilidad política para ello, queda fuera de discusión, pero de allí a las concesiones que le hace el Plan 2020 “al mercado”, hay una considerable distancia, que habremos de pagar caro todos los argentinos. Seguro que, esto no es lo que quiere nuestra Presidenta, ni siquiera el equipo del Ministro Domínguez; pero acordemos que es necesario reforzar conocimiento y pensamiento crítico para enfrentar esta realidad y aportar las soluciones reclamadas por ella.
La percepción es que el daño infligido al país durante el conflicto con la 125, ha provocado un “efecto colateral” y que aún no se encuentran las herramientas apropiadas para sostener un proyecto agropecuario alternativo; que no afecte los ingresos fiscales, pero tampoco los antes mencionados eslabones sociales y productivos que es necesario proteger.
Sería el mejor homenaje a Cristian Ferreyra, una pronta corrección del mencionado plan estratégico y las políticas agropecuarias, para darle coherencia al accionar del área con el resto de los objetivos enunciados desde la misma presidencia de la Nación.
Noviembre 21 de 2011.
*Ing. Agr. Juan Carlos Pavoni. Alteragro, Asoc. Civil

17Ago/100

Soja transgénica y glifosato, ésa es la cuestión

Publicado por admin

Por Mempo Giardinelli
Estimado Gustavo,
También agradezco el afecto contenido en tu carta, que celebro hayas hecho pública. Me parece que ambos intentamos no tener razón, sino claridad para ayudar a otros a entender un aspecto del presente. Eso exige un debate público, no privado. Así nos lo han pedido varios amigos.
Ante todo, quiero precisar nuevamente el argumento medular de mi carta anterior: que no es suficiente pensar una “estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” a cualquier precio. No cuestioné tu rol empresario ni tu visión de la economía mundial. Lo que cuestioné y me preocupa, y quiero discutirlo, es el daño –para mí palpable y enorme– que produce el abuso de agroquímicos vinculados con la soja. Expuse lo visible: una geografía degradada a partir de plantaciones a fuerza de glifosatos y otros venenos. Y enumeré los “daños colaterales” –despoblación, indigencia, contaminación–, los cuales son negados o minimizados sistemáticamente por productores, empresarios y corporaciones del sector.
Ese y no otro fue mi cuestionamiento, expresado antes desde mi ignorancia que desde mis prejuicios. Y eso porque no los tengo ni respondo a dogmatismo alguno. Apenas tengo curiosidad y ojos y corazón para ver. Por lo tanto, no cuestiono tus intereses ni los de nadie que trabaja y gana dinero. Saludo el éxito bien habido, la fortuna transparente y sobre todo el empeño de los emprendedores. Mi padre fue uno de ellos, seco pero decente y tenaz.
Con tu permiso, entonces, voy a discutir algunas de tus afirmaciones.
1) Decís que “Falta un Estado de calidad” y proponés “un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia”.
Digo yo: ¿No es justamente eso lo que intenta el Estado ahora, al proponer un Plan Agropecuario Nacional a 10 años, y una ley de arrendamiento que incluye un principio de ordenamiento territorial? ¿Es razonable oponerse sólo porque son propuestas K? Ignoro tu posición al respecto, pero la del llamado “campo” me parece muy contradictoria. Con el debate por la “125” pasó lo mismo, y ahora muchos se dan cuenta de que les salió el tiro por la culata. Por lo tanto, yo prefiero decir que los problemas deberían ser resueltos con un ordenamiento legal muy estricto en materia de soja transgénica y de agroquímicos. Y explico por qué.
Hacia el final de tu carta decís que “gracias a la siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo”.
Pero esto no es así, porque son muchos los millones de hectáreas que se deforestaron para sembrar soja y tienen destino de desierto ya que las rotaciones son difíciles. Y cuando deforestan para ampliar el área sembrada inevitablemente desertifican, al generar “cambio climático” (ciclos de sequías e inundaciones, como padecemos en el Chaco).
En cuanto al glifosato, no es inocuo. Según autorizados genetistas y científicos que he consultado (entre ellos un reputado investigador en Medio Ambiente y Salud del Hospital Italiano de Rosario, que hace veinte años trabaja en esto) el problema son los agregados, empezando por los detergentes para penetrar la tierra, que acompañan siempre la mezcla y que son disruptores orgánicos poderosos, como el viejo DDT. Además, como las malezas se vuelven cada vez más resistentes, le agregan otros agroquímicos –endosulfan, clorpirifo o el 24D–, la mayoría de los cuales están prohibidos en los países serios. En Francia e Inglaterra el cultivo extensivo de soja transgénica está penado por la ley. Y en otras sociedades desarrolladas no se permite bajo ningún motivo el uso de agroquímicos.
Entonces no es posible presumir inocencia para el glifosato, producto del que además en la Argentina se abusa, como se abusa de la soja transgénica, que tiene agregado un gen que la hace resistente al glifosato, que es el herbicida que mata todo, excepto a ella. Y la verdad es que nadie sabe cómo actúa este gen en un organismo vegetal, animal o humano. Y cuando esto sucede, en ciencia se aplica lo que se llama un “principio de precaución” hasta que se sepa qué pasa con las otras especies que interactúan con este gen. La FDA (EE.UU.) lo está experimentando en animales, pero no en humanos. De ahí que muchos tenemos la fuerte sospecha de que millones de argentinos indirectamente somos quizás conejitos de Indias.
2) Vos decís: “Sin soja este proceso se hubiera acelerado” y que la degradación data en el Chaco “de mucho tiempo atrás, antes de la soja”.
Es cierto, todos los problemas son anteriores, pero eso no autoriza a dar la bienvenida a la soja a cualquier precio. Es lo que propuse discutir. No para tener razón, repito. Sí para saber y que sepamos todos. Porque si no va a resultar que la soja no es culpable de nada. Y eso no es verdad.
También afirmás que “la agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con trasformaciones en la sociedad”, viene “desde la década del ‘40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos obreros”.
A mí en cambio me parece que las ideologías siempre juegan un papel y con los intereses mueven al mundo. Y los paradigmas son cambiantes y no siempre se erigen en favor del bienestar de los pueblos. La transformación de los últimos 40 a 60 años es producto de la tecnología, los costos de la mano de obra, las luchas sociales por la redistribución de las ganancias y varios etcéteras. No acuerdo con que la pérdida de mano de obra campesina no es tal porque pasa a los sectores de servicios.
Pero además, esa idea del nuevo paradigma agricultor me parece cuestionable si, casi inexorablemnete, deja sin trabajo a la gente y destruye familias, tradiciones culturales, apegos a formas de trabajar. No propongo que volvamos al arado de manceras, pero la modernidad desalmada tampoco. Y menos cuando hay minorías demasiado minoritarias que se enriquecen tanto mientras las mayorías cada vez más mayoritarias se empobrecen hasta niveles de indigencia.
Es por esto que el crecimiento y el desarrollo, para mí, no son una cuestión económica, sino cultural. Si el nuevo paradigma agricultor destruye la cultura de los pueblos y a sus pobladores, es un paradigma negativo.
3) “La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen, pueden llegar a ser productores...”
Aquí tengo otro desacuerdo, Gustavo, porque en la Argentina de hoy, a 15.000 dólares la hectárea, la concentración es asombrosa: hay media docena de grandes agroindustrias, mientras 200.000 productores familiares tienen el 15 por ciento de la tierra. Y a mí sí me importa el origen de quien emprende, porque ese origen me permite conocer sus intenciones, su valoración del esfuerzo ajeno y su sensibilidad social.
4) Mencionás luego a los “pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado... “
Pero esto no es verdad. Fue el Estado el que condonó deudas; fue el Banco Nación el que refinanció a muy bajo costo y apoyó de múltiples maneras a los que perdían sus propiedades. Me parece injusto atribuirle semejantes méritos al nuevo sistema.
5) “En Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas...”
En Europa los pueblos consumen agua envasada y purificada con tratamientos muy estrictos, Gustavo. En la Argentina el 80 o 90 por ciento de la población consume aguas contaminadas que son dudosamente tratadas. Y como se cortan bosques enteros y el glifosato está descontrolado, la contaminación se extiende a las nuevas áreas sembradas.
6) Decís que “la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja” y que falta industrializar la soja en origen para “dar más trabajo”.
Esto también es discutible. Hay muchísimos cultivos sin mano de obra, y el 70 por ciento de los que trabajan están en negro. Sobran datos sobre esto. Pero además aquí se dice que no es posible industrializar porque la demanda (es decir, China) la requiere tal como se exporta: puro poroto. Lo que es una condena adicional. Un amigo empresario al frente de una pyme me dice: “De aquí sale tabla aserrada pero nada de muebles. Yo visité la región de La Marca, en Italia, y en una zona que no es más grande que Tucumán hay 5000 fábricas de muebles, y exportan 20.000 millones de euros al año. ¡Todo con madera importada!” Eso es lo que hace China: nos compra el poroto, nuestra tierra queda exhausta y el agua contaminada, y la industrialización la hacen ellos.
Finalmente, imagino que a vos te han reprochado haber entrado en este debate. A mí también me pasa. Pero sostengo que si algo vale de este intercambio es que ni vos ni yo escribimos para la tribuna, sino para saber.
Y me consta que hay empresarios tanto o más poderosos que vos, que se esconden todo el tiempo; procuran que nadie los conozca y algunos convierten sus empresas en asociaciones ilícitas. Por eso te respeto: porque vos ponés el pecho y la cara, y tenés ideas, y aunque tu modelo productivo puede no convencerme yo valoro tu perfil de empresario y me encantaría que la Argentina tuviera muchos más como vos.
Un abrazo.

17Ago/100

Carta abierta a Grobocopatel

Publicado por admin

Por Aldo Ferrer *
A raíz de la polémica que vienen sosteniendo a través de Página/12 el escritor Mempo Giardinelli y el empresario sojero Gustavo Grobocopatel sobre la cuestión social del agro y su responsabilidad en la protección del medio ambiente, empiezan a surgir otras voces que se suman al debate. Aquí, la del economista Aldo Ferrer.
Estimado Gustavo:
Recordarás que, hace algún tiempo, con nuestro común amigo Bernardo Kosakoff, publicamos un artículo, en co-autoría, sobre el papel de la cadena agroindustrial en la economía y la sociedad argentinas. En estos días he leído un intercambio de cartas abiertas que mantuviste, con Mempo Giardinelli, sobre las mismas cuestiones y no resisto la tentación de entrometerme para señalar algunos puntos. El intercambio es muy rico y esclarecedor sobre cuestiones fundamentales, como la protección del medio ambiente y los recursos naturales y la cuestión social en el agro. Al mismo tiempo, creo que el análisis debe ubicarse en el contexto más amplio del desarrollo de toda la economía nacional en su inmenso territorio y su posicionamiento en el orden mundial. Concentraré mi comentario en la cuestión de las retenciones, que es crucial en el tratamiento del tema.
Decís en tu carta: “Las retenciones son anti-Chaco, anti-desarrollo rural, anti-equidad”. No es así, por múltiples razones. No se puede hablar de retenciones sin referirlas al tipo de cambio. Es como tratar de contar la historia de Hamlet sin el príncipe de Dinamarca. Desvincular las retenciones del tipo de cambio no es sólo una insuficiencia de tu afirmación, sino una falta generalizada en todo el debate sobre la materia. La consecuencia es que el problema se reduce a su impacto en la distribución del ingreso. En mi intervención en las comisiones de Agricultura y Hacienda de la Cámara de Diputados de la Nación, durante el tratamiento de la resolución 125, destaqué que el debate se limita a ese aspecto distributivo cuando, en realidad, lo que está en juego es la estructura productiva y el desarrollo económico.
Las retenciones tienen un efecto fiscal y desvinculan los precios internos de los alimentos exportables de los precios externos. Pero estos objetivos podrían alcanzarse, en principio, por otros medios. Para el único fin para el cual las retenciones son insustituibles es para establecer tipos de cambio diferenciales, que es lo que realmente importa para la competitividad de toda la producción interna sujeta a la competencia internacional, en toda la amplitud del territorio nacional y sus regiones.
La necesidad de las retenciones surge del hecho de que los precios de los productos agropecuarios respecto de las manufacturas industriales son distintos de los precios relativos de los mismos bienes en el mercado mundial. Es decir, las retenciones permiten resolver el hecho de que, por ejemplo, la producción de soja es internacionalmente competitiva con un tipo de cambio, digamos, de dos pesos por dólar y, la de maquinaria agrícola, de cuatro. Los tipos de cambio “diferenciales” reflejan las condiciones de rentabilidad de la producción primaria y las manufacturas industriales. La brecha, es decir, las retenciones, no es estrictamente un impuesto sobre la producción primaria, sino un instrumento de la política económica. El mismo genera un ingreso fiscal cuya aplicación debe resolverse en el presupuesto nacional, conforme al trámite constitucional de su aprobación y ejecución.
La asimetría entre los precios relativos internos e internacionales no es un problema exclusivamente argentino. La causa radica en razones propias de cada realidad nacional. Entre ellas, los recursos naturales, nivel tecnológico, productividad y organización de los mercados. En la Argentina inciden, entre otros factores, la excepcional dotación de los recursos naturales y los factores que históricamente condicionaron el desarrollo del agro y la industria. Todos los países utilizan un arsenal de instrumentos (aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciales, etc.) para “administrar” el impacto de los precios internacionales sobre las realidades internas, con vistas a defender los intereses “nacionales”. En la Unión Europea, por ejemplo, sucede a la inversa que en nuestro país: las manufacturas industriales son relativamente más baratas que los productos agropecuarios. En consecuencia, se subsidia la producción agropecuaria, lo cual insume la mayor parte de los recursos comunitarios. Si no lo hiciera, desaparecería la actividad rural bajo el impacto de las importaciones, situación inadmisible por razones, entre otras, de seguridad alimentaria y equilibrio social.
¿Cuáles serían las consecuencias de unificar el tipo de cambio para eliminar las retenciones? En nuestro ejemplo, si el tipo de cambio fuera el mismo, dos o cuatro por dólar, tanto para la soja como para la maquinaria agrícola, en el primer caso (dos por dólar) desaparecerían la producción de la segunda y gran parte de la industria manufacturera, sustituida por importaciones. Las consecuencias serían un desempleo masivo, aumento de importaciones, déficit en el comercio internacional, aumento inicial de la deuda externa y, finalmente, el colapso del sistema. En el segundo caso (cuatro por dólar), se produciría una extraordinaria transferencia de ingresos a la producción primaria, el aumento de los precios internos y el desborde inflacionario. En las palabras de Marcelo Diamand, en la actualidad, dada nuestra “estructura productiva desequilibrada”, es inviable la unificación del tipo de cambio para toda la producción sujeta a la competencia internacional. Unificar el tipo de cambio traslada los precios relativos internos a los internacionales, con lo cual el campo se convierte en un apéndice del mercado mundial en vez del rol que le corresponde como sector fundamental de un sistema económico nacional, condición necesaria del desarrollo de cualquier país.
¿Por qué es preciso, simultáneamente, tener mucho campo, mucha industria y mucho desarrollo regional? ¿Por qué es necesaria la rentabilidad de toda la producción sujeta a la competencia internacional? Por la sencilla razón de que la cadena agroindustrial (incluyendo todos sus insumos de bienes y servicios provenientes del resto de la economía nacional) genera 1/3 del empleo y, por lo tanto, es inviable una economía, próspera de pleno empleo, limitada a su producción primaria, por mayor que sea la agregación de valor y tecnología al complejo agroindustrial. En otros términos, no es viable una economía nacional reducida a ser el “granero” ni, tampoco, la “góndola” del mundo. Sólo con esto nos sobra la mitad de la población. Por otra parte, la ciencia y la tecnología son el motor del desarrollo de las sociedades modernas y, para desplegarlas, es indispensable una estructura productiva diversificada y compleja que incluya, desde la producción primaria con alto valor agregado, a las manufacturas que son portadoras de los conocimientos de frontera.
Si se alcanza el convencimiento compartido sobre la estructura productiva necesaria y posible, se abandona la discusión de las retenciones como un problema reducido a la distribución del ingreso. Se plantean entonces dos cuestiones centrales. Por una parte, el tipo de cambio que maximice la competitividad de toda la producción nacional sujeta a la competencia internacional. Es decir, el tipo de cambio de equilibrio desarrollista. Por la otra, el nivel de las retenciones compatibles con la rentabilidad de la producción primaria e industrial, tomando en cuenta los cambios permanentes en las condiciones determinantes de costos y otras variables relevantes. Las retenciones deben ser “flexibles” y tomar nota de tales cambios. Al mismo tiempo, deben aplicarse de la manera más sencilla posible. Por ejemplo, la comprensible demanda del ruralismo integrado por pequeños y medianos productores de recibir un trato preferente es, probablemente, difícil de cumplir con retenciones distintas conforme al tamaño de las explotaciones o la distancia a los puertos y centros de consumo. Otros medios pueden ser utilizados con más eficacia para los mismos fines.
Es necesario referir los problemas señalados en el intercambio de cartas comentado al desarrollo nacional. Vale decir, el pleno despliegue del potencial, la gobernabilidad, la libertad de maniobra en un mundo inestable, la inclusión social, factores todos que, en definitiva, son esenciales para la prosperidad del campo, de la industria, las regiones, el capital y el trabajo, y para proteger la naturaleza y el medio ambiente. Para contribuir a tal fin es indispensable aclarar, de una vez por todas, qué son y para qué sirven las retenciones.
* Economista del Plan Fénix.

17Ago/100

Diálogo de uno

Publicado por admin

Por Enrique Mario Martínez *
Gustavo Grobocopatel despliega toda su filosofía liberal desarrollista respecto del modelo vigente de producción agrícola, al que considera el deseable, a partir de un planteo de Mempo Giardinelli, que le achaca a la soja buena parte de los males de su Chaco empobrecido, hambreado y sediento.
Es cierto que el agua con arsénico no es culpa de la soja. Es un problema de amplias regiones del país, que necesita definición de los actores políticos locales en cada caso, ya que hay soluciones tecnológicas de la dimensión que se quiera, tanto a escala de ciudades como de cada paraje rural. El INTI y muchos otros lo han estudiado y propuesto las soluciones. Sólo falta darle al tema la misma importancia que a una autopista o una planta de biodiésel para exportar.
Pero eso es lo único no refutable de la nota del potentado sojero.
No es cierto que la agricultura sin campesinos forme parte de un nuevo paradigma productivo. A pesar de todo el proceso de concentración, propio de la inercia capitalista, el tamaño de una unidad productiva promedio en la zona sojera norteamericana es tres veces más chica que en Argentina. Las propiedades que allá aportan el 10 por ciento de mayor facturación tienen 700 hectáreas de promedio. Los 13.000 productores que dominan el 60 por ciento de las cuatro provincias agrícolas más importantes de Argentina explotan un promedio de 2500 hectáreas cada uno.
En Estados Unidos también se da tierra en arriendo, pero sólo el 25 por ciento de la tierra arrendada en Iowa, principal centro sojero y maicero, es tomada por gente de otro estado. Aquí es exactamente al revés. Mucha gente en Argentina gana dinero produciendo soja en tierras que ni sabe dónde quedan, porque se limita a ser capitalista de una actividad que otros implementan.
No es cierto que el paquete tecnológico aplicado sea más conservacionista que el anterior. El herbicida total y la siembra directa reducen el riesgo de erosión. Pero la rotación soja sobre soja ya ha disminuido la fertilidad de algunos predios en más de un 30 por ciento y compacta los suelos, constituyéndose en una preocupación hasta para quienes promovían el esquema ciegamente hace algunos años.
No es cierto que “un emprendedor, no importa su origen, puede llegar a ser productor”. Es casi una burla. Es como decir que quien invierte en cédulas hipotecarias es un constructor. Los pooles de siembra permiten mirar el campo como un negocio financiero de alta rotación. Sin embargo, desplazan toda la ocupación física de detalle, haciendo creíble la imagen ya instalada del desierto verde.
No es cierto que sea bueno que haya menos productores y más proveedores de servicios. No sólo no es eficiente, sino que invitaría al poderoso sojero a sentarse sólo un mes arriba de un camión granelero y comparar esa condición con la del labrador de 50 hectáreas con su propio tractor, para ver cuál elige.
No es cierto que las retenciones son anti desarrollo y anti equidad. Es sorprendente esta afirmación. Son simplemente el aporte impositivo necesario para que la comunidad nacional pueda compartir los altísimos beneficios generados por una actividad vital para el país, pero con barreras de entrada enormes, ya que como se sabe, sin tierra no se puede producir, y la tierra está aquí más concentrada que en cualquier país de potencial agrícola similar en el mundo.
Se propone cambiar el modelo impositivo. En realidad hay que cambiar el modo de uso de la tierra. La fertilidad de la tierra debe ser considerada patrimonio público y no puede admitirse que un propietario la destruya productivamente para las generaciones futuras.
Por lo tanto, debería dictarse una ley de uso racional del suelo agrícola, en que zona por zona, con intervención de los mejores técnicos del país, los productores del lugar y si es necesario especialistas de primer nivel mundial, se establezcan cuáles son las rotaciones admisibles, para evitar el deterioro del patrimonio común.
A partir de allí, cada chacarero debería poder elegir libremente qué menú adopta, pero debería fiscalizarse que lo hiciera. De tal modo, la rentabilidad futura del campo sería la rentabilidad promedio, entre los granos, la ganadería, la lechería, la producción de forraje, sin posibilidad de que alguien se juegue a la ganancia de corto plazo y deje desnudos a todos los argentinos para el largo plazo.
Esta norma, acompañada de la legislación de control ambiental que está faltando y una nueva ley de arrendamientos, que busque que quien cede la tierra y quien la tome tengan mayor proximidad física, para que el desarrollo local no se evapore detrás de las ruedas gigantes de los contratistas transhumantes, configurarían un nuevo escenario virtuoso para la actividad productiva más importante de la historia argentina.
En paralelo con ese nuevo ordenamiento, crecerían las industrias de alimentos locales; podría aumentar enormemente la producción de alimentos en las zonas periféricas, para atender los consumos locales. En fin: la Argentina pasaría a ser de todos y para todos.
De otro modo, la agricultura sin chacareros, que el poderoso sojero pregona, será en algún tiempo la agricultura sin argentinos. Dice que vendió un 25 por ciento de su sociedad a brasileños, para poder crecer. Le hago un pronóstico. Por ese camino, en algunos años, los brasileños venderán a otros brasileños más grandes, que le comprarán mayor porcentaje a usted; éstos luego les venderán a prósperos chinos, en sociedad con jeques petroleros en busca de inversiones que les aseguren sus alimentos. Y usted, yo y los 40 millones de argentinos terminaremos mirando pasar sus camiones desde la banquina. El único consuelo que quedará es que los habremos embromado, porque nuestras tierras ya no tendrán la fertilidad necesaria y a lo mejor no se dan cuenta.
* Presidente del INTI

17Ago/100

Respuesta a Giardinelli

Publicado por admin

Por Gustavo Grobocopatel
Estimado Mempo:
Qué alegría poder intercambiar ideas, con respeto, entre personas comprometidas con el interior del país. El afecto que sentí de tus palabras lo retribuyo por los mismos motivos. En principio no me considero un experto, creo que las cosas son tan complejas que se necesitan miradas desde varios lados. Creo en los procesos colectivos con una certidumbre que me asusta. Lo que sí me estimula es el conocimiento, no como verdad, sino como proceso. No es que desestime lo emotivo, ya sabés que tengo una parte de músico, sólo digo que debe haber una tensión entre la emoción y la razón. Quiero decir también que no me hago cargo de todos los empresarios, como seguramente no te harás cargo vos de todos los intelectuales. Voy a hablar de mí mismo, mi empresa y mi punto de vista, que un amigo definió como la vista en un punto. Dejame entonces poder reflexionar sobre cada uno de los párrafos de tu carta y, como bien lo decís al final, que sea sólo el principio. Quizá pueda visitarte pronto en tu querido Chaco y vos en mi querida Casares, y así podamos, sobre las geografías, seguir construyendo juntos.
Es cierto que tengo intereses, todos los tenemos, pero creo que esto no me debe marginar del debate. Yo creo en el interés que también es compromiso y, mejor aún, integridad. En mi caso particular, mi interés está vinculado con el placer de la creación y la realización con otros. Todo lo que ves y te preocupa es sin duda una realidad que, desde mi punto de vista, se debe no sólo al oportunismo de algunos pocos, sino a la falta de un Estado de calidad, responsable y respondible. Los problemas que describís deberían ser resueltos con un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia. Sin soja, este proceso de deterioro que observás se hubiera acelerado, más pobreza, más migraciones a las villas de Rosario o Buenos Aires. Los problemas importantes de degradación datan en el Chaco de mucho tiempo atrás, antes de la soja, y estaban vinculados con una agricultura con labranzas.
La agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con trasformaciones en la sociedad. Es un proceso que observamos desde la década del ’40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos obreros. Por supuesto que las políticas aceleran o retrasan el proceso y lo pueden hacer más o menos equitativo, pero es inevitable y, desde mi punto de vista, positivo más allá de los temores que despierte. Yo recuerdo a mi abuelo y sus vecinos trabajando en el campo, un esfuerzo enorme, con condiciones de vida hoy inaceptables, sin comunicaciones, sin acceso. La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen, pueden llegar a ser productores. Un sistema de acceso muy democrático a los factores de la producción. También recuerdo, no hace mucho tiempo, a pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado o los organismos públicos o multilaterales.
La nueva agricultura, con campesinos transformados en emprendedores, en proveedores de servicios, con hijos en las universidades o escuelas técnicas, con condiciones de trabajo calificadas, creo que es lo mejor para toda la sociedad. Hay más empleo, pero alocados en diferentes lugares, menos productores, más proveedores de servicios, más industrias. El impacto sobre la sociedad está estudiado incipientemente, pero los primeros resultados son optimistas. En un reciente trabajo encargado por Naciones Unidas se comprobó que diferentes grupos de interés vinculados con Los Grobo han ganado en autonomía, empleabilidad (que para mí es más importante que el empleo), enprendedurismo y liderazgo. Una sociedad más libre, más creativa, con más capacidad de adaptarse a los cambios, con más acceso al conocimiento. Por supuesto que esto no basta. Tenemos que tener un Estado e instituciones fuertes, robustas, que faciliten, que estimulen, que den igualdad de oportunidades.
Mempo, en Casares el agua está contaminada igual y en muchos lugares también, pero esto no es por la soja. No es que no haya riesgos; en Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas y hay que prevenirlos sobre la base de los conocimientos y la presencia de un Estado que controle, que no es lo mismo que detener o impedir. Yo creo que la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja, en todo caso lo que falta es la industrialización de la soja en origen y así dar más trabajo. Por ejemplo, transformar la soja en pollo, cerdos, milanesas o derivados lácteos. El tema es cómo se estimula ese proceso. Mi punto de vista es que debería ser la inversión privada con incentivos desde el Estado. Para que haya inversión tiene que haber una percepción de que el esfuerzo vale la pena. En nuestro país el éxito está mal visto, los empresarios son permanentemente degradados, los emprendedores no tienen ganancias suficientes porque la presión impositiva es grande, no hay posibilidades de invertir. Yo puedo decirlo, ya que contra viento y marea en los últimos años invertí en producción de pollo, de harinas, de fideos, etcétera. No lo hice con ganancias grandes, tuve que vender el 25 por ciento de mi empresa a inversores brasileños y no tuve gran apoyo de los bancos. Qué bueno sería que sean las ganancias genuinas las que incentiven estas inversiones y que haya grandes empresas nacionales que se globalicen y sean parte de una gesta nacional en el mundo. Entonces en Charata o en Sáenz Peña o cualquier otro lugar de Chaco tendríamos más trabajo y retendríamos a la gente en sus lugares. No para subsistir sin dignidad, que para mí es sinónimo de “agricultura familiar”, sino para vivir con calidad y oportunidades.
Yo creo que los beneficios de la agricultura están distribuidos en la sociedad. La Argentina este año crecerá el 7 u 8 por ciento, de eso el 3 por ciento se debe a la soja. Y hay otros sectores vinculados: la industria automotriz, petroquímica, química, electrónica, metalmecánica, etcétera. No hubiesen sido posibles las Asignaciones por Hijo, los aumentos a jubilados, sin el aporte del campo. No es lo único, por favor; pero debemos reconocer y agradecer el aporte. Aunque sea sólo para que haya entusiasmo y seguir aportando.
Las cosas que te preocupan tienen para mí otra lectura: gracias a la siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo. La desigualdad no se puede combatir si no hay creación de riqueza, salvo que quisiéramos igualar para abajo. Creo que la sociedad se debe un debate claro y objetivo sobre estos temas.
Dejame que te dé otro punto de vista sobre la “voracidad rural”. Hoy un productor aporta el 80 por ciento de sus ganancias como impuestos, con el agravante de que si pierde dinero sigue pagando. El problema no es pagar impuestos. Yo creo que debemos pagar muchos impuestos y fortalecer al Estado. El problema es cómo se paga. Las retenciones son anti-Chaco, anti–desarrollo rural, anti-equidad. De esto tengo certeza. Hay que cambiar el modelo impositivo, en forma transicional, pero urgente. Por más parches que se les ponga como segmentaciones de todo tipo, devoluciones, si esto no ocurre, no podremos dar vuelta la página y caminar hacia el desarrollo inclusivo. Aquí hay varios socios para que esto no cambie: parte de los políticos, muchos empresarios y muchos confundidos por las peleas políticas de corto plazo.
Creo que los empresarios debemos tener una responsabilidad enorme en este proceso, también los intelectuales, los académicos y todos los sectores de la comunidad. La acusación de negrear o comprar medios es, por lo menos, injusta para la mayoría que cumplimos con nuestras obligaciones. No digo que no haya casos, pero no puedo aceptar este prejuicio como parte de un debate equilibrado entre lo emocional y lo racional. Los prejuicios no ayudan a las emociones y a las razones.
Espero, con entusiasmo, el momento de vernos personalmente y discutir sobre, como bien vos decís, nuestro amado país.
Un abrazo.
* Respuesta a la nota publicada por Mempo Giardinelli en la edición del miércoles 11 de agosto.

14Ago/100

Castigo a la gula

Publicado por admin

Por Alfredo Zaiat
Los Derechos de Exportación son una importante herramienta de política económica en manos del Poder Ejecutivo para intervenir en el objetivo de equilibrar la estructura productiva con tipos de cambio diferenciales. Las retenciones son también una notable fuente de ingresos fiscales, un potente factor para ordenar las rentabilidades relativas del sector agropecuario, una adecuada medida para socializar la fabulosa renta de la tierra y, en especial, una imprescindible arma de la política de precios de productos sensibles de la canasta de alimentos. Todos estos destacados alcances han quedado marginados de un debate que se extiende por más de dos años, porque las retenciones adquirieron una característica extraeconómica. En esa puja se dirime una de las principales disputas de poder político, con las correspondientes alianzas sociales que acompañan a cada uno de los actores involucrados y sus respectivos senderos de desarrollo que proponen. Esa tensión ha quedado definitivamente al descubierto en la renovada polémica por las retenciones, ahora derivada al terreno de la segmentación, esquema que en su momento fue rechazado con entusiasmo por los mismos que hoy la promueven. Por eso las retenciones no son una cuestión de supervivencia de productores del campo privilegiado, como confundió y lo sigue haciendo el conglomerado agromediático, ni de controversias sobre sus implicaciones económicas, sino que se han convertido en un símbolo de la pelea por el poder político.
Este rasgo adicional ha contaminado el análisis sobre la importancia económica y social de los derechos de exportación. La forma en que ahora se introduce la propuesta de segmentación sólo colabora en agudizarlo. Sin embargo, es un debate necesario, puesto que el discurso políticamente correcto refiere a la necesidad de segmentar la carga de los derechos de exportación según extensión del predio o volumen de producción para beneficiar a pequeños productores. Uno de los argumentos en ese sentido sostiene que así se frenaría la sojización y se incentivaría la diversidad productiva agrícolo-ganadera. El ingeniero agrónomo Juan Carlos Pavoni, presidente de la asociación civil Alteragro, uno de los profesionales que más ha estudiado e impulsado esa medida, convalida esa idea y agrega que se requiere de “mecanismos compensatorios que tiendan a corregir las asimetrías de rentabilidad, provocadas entre otras cosas por las asimetrías de escala”. La segmentación favorecería entonces “la conservación de nuestros pequeños y medianos productores rurales en su medio natural y en su ocupación ancestral para la que están capacitados”. Ese experto piensa la segmentación como un factor de redistribución operando como un subsidio que compense las diferencias de escala entre los extremos de la producción agropecuaria. Pavoni afirma que “hablamos de un sistema diferenciado y progresivo de aplicación de las retenciones al agro”. Esa redistribución sería hacia adentro del propio sistema productivo agropecuario, gravando en forma diferencial con mayor carga a las mayores escalas de comercialización y con esos excedentes financiar los reintegros para los sectores intermedios y con subsidios a los sectores más vulnerables.
La idea de la segmentación como herramienta redistributiva intersectorial es muy potente en términos de adhesión política. En esa instancia aparecen dos cuestiones del proceso económico que merecen considerarse para precisar el debate: en el capitalismo, la mayoría de los commodities se producen a escala, entre ellas la soja. En otras palabras, para el pequeño productor ese tipo de actividad no brinda la misma rentabilidad que la obtenida por medianos y grandes. Por ese motivo, el pequeño productor sojero casi no existe, porque fue corrido por el mercado ante las necesidades de escala de la producción. Esto explica el fenómeno de los arrendamientos. Al propietario de un campo de pequeñas dimensiones le conviene alquilarlo para que otro produzca a escala. Esto también explica los nuevos sujetos agrarios: la empresa de servicios, el arrendatario y el “pequeño” rentista. Y por lo tanto el doble piso de rentabilidad en la actividad agraria. Eduardo Azcuy Ameguino, director del Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, en base al Censo Nacional Agropecuario 2002, calculó que en la zona privilegiada de Pergamino casi el 60 por ciento de la superficie agrícola es trabajada por contratistas, elevándose a un promedio del 80 por ciento para los pequeños productores de hasta 100 hectáreas. Se estima que en los años siguientes ese proceso se ha profundizado aún más.
Si la presencia de pequeños productores de soja es marginal, la propuesta de segmentación que fuerzas políticas impulsan en el Congreso encerraría otro objetivo. Una pista puede encontrarse en los archivos cuando se discutía suspender por seis meses el cobro de retenciones a 22 distritos de la provincia de Buenos Aires declarados en desastre agropecuario. En esos días, el entonces vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, Néstor Roulet, alentó a un grupo de productores reunidos cerca del Congreso diciendo que “si les bajan las retenciones a distritos de la provincia (de Buenos Aires), vendemos todo por ahí y listo”. Una eventual segmentación para la soja puede derivar en el milagro de descubrir que en el país se produce a pequeña escala, cuando las condiciones materiales y el desarrollo tecno-productivo revelan que en gran parte se realiza en amplias dimensiones.
Ante esa situación, quienes proponen la segmentación sugieren crear instrumentos eficientes para identificar al pequeño productor. Por lo pronto, hoy no existe un registro de productores, proyecto que los encargados del área agropecuaria de las provincias junto al Ministerio de Agricultura se proponen impulsar. La mayoría de los arrendamientos son contratos de palabra, lo que implicaría primero la necesidad de una formalización, para lo que se requiere una estructura de fiscalización que, además de eficiente, sea aceptada por el sector, lo que no parece tener adherentes teniendo en cuenta la resistencia que concentra la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (Oncca).
Respecto de aplicar subsidios por distancia al puerto, Claudio Scaletta, periodista del suplemento Cash y especialista en temas agropecuarios, explica que “cobrarle menos al que está más lejos del puerto rompe todas las leyes económicas, empezando por la renta diferencial de David Ricardo. El que produce más lejos, produce en un campo que cuesta menos. No puede pretender que por la vía impositiva se le equipare la rentabilidad con la zona núcleo. Y esto para no hablar de que no hay que promover la sojización en el noroeste y noreste del país, donde se puede hacer otra agricultura en la que realmente los pequeños productores puedan agregar valor”. Si hoy esos productores tienen una ecuación desfavorable en relación a la zona núcleo, e igual siguen haciendo soja y expandiendo esa frontera productiva, se aceleraría aún más la sojización si se los favorece con subsidios al transporte.
La Mesa de Enlace militó para el rechazo de la Resolución 125 modificada en Diputados, proyecto que incluía la segmentación y subsidios al transporte. Las retenciones ingresaron así en el terreno de la disputa política. Esa alianza social conservadora se anotó una indudable victoria que poco se vinculaba con las cuestiones económicas y sociales derivadas de los derechos de exportación. Hoy, ese triunfo político invita a dirigentes gremiales del campo, representantes políticos y fuerzas sociales que repudiaron con éxito la 125 a un acto de contrición confesando que se olvidaron de que “El Señor castiga la gula”.